La trilogía de películas filmadas entre 1938 y 1939 por Marc Donskoi sobre las tres obras autobiográficas escritas por el gran escritor Maksim Gorki (Alekséi Péshkov), entre 1913 y 1923, justo en los años en que cambiará para siempre la historia de su país, "Detstvo Gorkogo", "V lyudyakh" y "Moi universitety", permanecen en el limbo tecnológico occidental desde una ya lejana edición en VHS en los años 80.
Donskoi - y con él, todos los que admiramos lo poco que hemos visto de su obra - ha tenido verdadera mala suerte.
Su cine, perfectamente accesible y comprensible allende las fronteras rusas y como les sucede igualmente a Raffaello Matarazzo en Italia o Sacha Guitry en Francia (de los que también persisten sin subtítulos, al menos en inglés, una porción muy grande de sus obras) algo o alguien - no sé muy bien en base a qué citerio o ingenuamente pienso que no es el comercial el que prevalece siempre - debe haberles dicho a los editores de sus respectivos países que es (o peor aún, fue) "de consumo interno" y no interesaría a nadie sacar la luz el grueso de su obra, casi 30 films.
De momento, lo que hay está (mal) distribuido por la productora Kievskaya en nuevos formatos y tendremos que creer que deparará grandes sorpresas en el futuro... próximo, con lo que será necesario una retrospectiva en un Festival y un libro "multidisciplinar" para que la situación cambie y podamos ver por fin "Romantiki", "Mat", "Drogoy tsenoi", "Serdtse materi" y compañía.Sólo la primera de estas películas, "Detstvo Gorkogo", goza de un cierto prestigio, variante secreto bien guardado, permaneciendo las otras olvidadas.Y es lógico aunque en el fondo quizá "equívoco" y no demasiado seguro que todos estemos hablando de lo mismo cuando decimos que "Detstvo Gorkogo" es una de las películas de nuestra vida. Sus recovecos y peripecias, tan divertidas como casi siempre espeluznantes, pero siempre rebosantes de humanismo, se siguen con el mudo asombro de una revelación continua.Quizá no tenga mucho sentido, aunque la tentación es demasiado grande, escribir sobre esta película.
¿Cómo referirse - y cómo evitar "separarla" de uno mismo - a algo que quieres tanto, que te ha emocionado como pocas obras de arte, que te provoca un nudo en la garganta incluso sin necesidad de verla y sólo recordándola?Es de esas películas que señalan límites y que empequeñecen a muchas buenas y grandes películas que osan pisar el terreno que cubre con la más desarmante naturalidad, provocando el curioso efecto final de que pareciera que el cine SIEMPRE es capaz de superar géneros y códigos, tradiciones y precedentes, tonos y ritmos, que quedan fulminados, olvidados, cuando cesa - técnicamente: el cerebro insiste en instalarse en ese estado mental perpetuamente - el dulce torrente de imágenes que la componen, de ese caudal bien conocido: varios Ford con "How green was my valley!", "The grapes of wrath" o "Young Mr. Lincoln" a la cabeza, "Our daily bread" y más Vidor, algunos mágicos Henry King como "State fair" o "I´d climb the highest mountain", "Louisiana story", Renoir, Murnau, Erice y Vigo... nada menos.La mirada asombrada (y temerosa) del pequeño Aléksei, en "un mundo de idiotas" como le dice su querida abuela, a los que no puede importarles menos su educación, refleja una Rusia arrodillada por la miseria, severísima, iletrada, sin futuro. Parece decirnos el film que si de todo aquello surge un escritor como lo será él (Aléksei ya era escritor sin saber ni siquiera leer), es porque desde muy pequeño aprendió a mirar.
Y a encontrar lo verdadero que había en cuanto le rodeaba: la bondad del gitano Vanya, al que su familia recogió de pequeño y que morirá portando una cruz, dejando como una única herencia un ratón blanco que siempre llevaba encima, la espontánea amistad que entabla con el niño inválido que colecciona insectos en cajitas de cartón y que sueña con ver alguna vez el campo abierto (inenarrable el fordiano, casi antes de Ford, plano final con él de protagonista), la tranquila "venganza" del viejo Gregori, que se quedó ciego a causa de tantos años trabajando en el negocio familiar de tintado de ropa y que aprovechará la oportunidad para dar limosna a su jefe, que le auguró ese cruel destino sin pensar que sería también el suyo... Y lo más reconfortante es que todo está dado sin asomo de épica ni siquiera con la pausa de la preparación previa al descubrimiento: ipso facto, sin música ni margen para recrearse con la belleza del momento. Esos momentos privilegiados en que el cine no espera ni a la poesía.
Donskoi bascula fulgurantemente, sin que se vean los hilos, entre lo individual y lo colectivo, lo rutinario y lo extraordinario, las risas y las lágrimas, la más compleja pirueta de planificación y el más arrebatador momento de entendimiento "cósmico" de este mundo, que parece captado casualmente.Es una de las (quizá la más) grandes películas sobre la infancia y sobre la rebeldía ante la perspectiva vital que todos asumen como natural. Crecer con harapos, autoritarismo y sumisión no debe llevar automáticamente a una resignada vida en sombras: debía haber otra forma de vivir.
"V lyudyakh", privada de la febril perfección de su predecesora, es un gran film episódico e itinerante, como su vida en esos años, recogiendo ya los primeros atisbos de una vocación.
Llega la época de los descubrimientos para Aléksei: Gogol, Dumas, Pushkin... que leía mientras dormía la familia que lo acogió como criado, ya que le prohibían hacerlo alumbrándose con velas, valiéndose del reflejo de la luna en una rústica cacerola.
Más referencias: Emily Brontë, Mark Twain, el Chaplin de "The pilgrim"...
Terminaría esta segunda parte y aún no podríamos saber si este chico que deambula de un trabajo a otro, maltratadas sus aficiones, será alguien en la vida.
Sí vemos cada vez más una sociedad exasperada, resquebrajada por tanta pobreza, que tardará poco en gritar. En varios momentos, este hastío quedará personificado en la soledad de Aléksei, siempre en la encrucijada de adónde dirigir sus pasos sin entregar sus principios.
Son los años en que buscará cómplices. Gente que piense como él, sienta lo mismo que él ante las injusticias, no se arredre ante la marea de salvajismo que lo inunda todo y que conducirá a una revolución como única salida, de la que dijeron que él fue "ideólogo".
Todo termina, sin que le veamos más que recitar furtivas poesías de principiante, en "Moi universitety", agobiantemente enclaustrada en interiores, donde crece la "conciencia" política de los descontentos con el régimen... por mucha inquietud que les provoque la muerte del Zar Aleksander III, poco magno, dicho sea de paso. Apuesto a que era la favorita de Stalin de la trilogía.
Unos planos de los primeros escarceos de las revueltas, que parecen sacados de un Klimov o un Romm de los 60 o 70, y varios momentos "extrapolables" a proclamas bolcheviques, parecen contraponerse al sentido que Donskoi quiso darle a su discurso anterior.
De repente parece que ya no importen las personas y sí lo que unidas (más por el hambre que por ideas) pueden hacer por derribar esa tela de araña que como dice un personaje, tiene tendida el imperio sobre sus cabezas.
Nada podría empañar sus bellezas, pero la serenidad y el humor desaparecen para dejar paso a la Historia, que parece que no pueda ser otra cosa que seria, declamativa y trascendente.