Pero perdonarán, pero sigo con mis apuntes autobiográficos…
Recuerdo ver El asombroso hombre creciente en tele de blanco y negro, todavía impactado por una contrapartida menguante que me había dejado tan anodadado por la perfección técnica de sus efectos especiales (que todo sea dicho, me recordaba al Batman que leía en Novaro) como preocupado por los letales efectos de la radiación nuclear. Más que nada porque servidor era ya de por sí algo taponcete y mi doctor de entonces (lo de los pediatras no se llevaba), era de los de costumbre de pegarnos una pasadita por los rayos X mientras se fumaba un cigarrillo (hoy sería linchado sin piedad), por lo que comenzaba a preocuparme no ya sólo crecer, sino incluso tomar el camino inverso y encogerme hasta ridículos tamaños. Afortunadamente, la peripecia del Coronel Manning me trajo algo de esperanza, pensando que lo aleatorio de lo radiactivo podía jugar a mi favor. No sé si los rayos X del Dr. Real (que algo se parecía a Ray Milland, mire usted) tuvieron algo que ver, pero con los años pegué un discreto estirón en todas las direcciones del espacio. Algo se me pegó del Coronel Manning, mira, pero me quedé, además, con dos recuerdos grabados a fuego de esa película: a saber, que por qué a este hombre no le había dado por ponerse verde y bruto en plan David Banner/Bill Bixby –que también, por cierto, se veían en blanco y negro, lo que tenía su gracia- y qué cómo haría este gigantón para esas cosas cotidianas tan escatológicas pero comunes -además de otras cuestiones variadas sobre vida privada-.
El primero creo que es particular mío y debe ser una de las muchas causas insondables que llevaron mis huesos y carnes expandidas a una Facultad de Física; lo segundo es pensamiento casi vulgar me atrevería a decir, no por lo prosaico, sino porque creo que es común a todos los humanos, que por las razones que sean han tenido especial fijación por los gigantes. Desde Gigamesh y Goliat a Paul Bunyan y seguidores, la lista es interminable y la cultura popular ha sido siempre fiel reflejo de esa pasión, que se ha llevado a películas y tebeos con inusitado fervor. Basta hacer un pequeño ejercicio de memoria y los tebeos con gigantones aparecen como setas, desde superhéroes a señoras de buen ver afectadas de gigantismo (¡ay!, que nadie se olvide de la “Gran Chica” de Bruce Jones y Richard Corben), algunos truños del mismo tamaño que sus protagonistas, otros hasta muy buenos, pero reconozco que de todos, me quedo con la visión de Matt Kindt, que en breve aparecerá en España de la mano de Norma: 3 relatos, la historia secreta del hombre gigante. Podría dar razones de peso, pero este hombre ha demostrado ya sobradamente que es tan dotado experimentador en la construcción del relato como excursionista habitual de los entresijos de las series que van de la B a la Z (recuerden ustedes esa maravilla que es SuperSpy o las también brillantes pero desconocidas por estos lares PistolWhip), lo que repite en este acercamiento a la vida privada del hombre gigante. Lo que me ha atraído esta vez es que Kindt da respuesta cumplida a las preguntas que de pequeño me hice sobre el hombre colosal. Más que cumplida, excedida, porque el autor no sólo contesta a las dudas que todo hijo de vecino tiene sobre el tema, sino que aprovecha para bordar un bello relato sobre la exclusión, sobre ese mundo que no acepta lo que es diferente. Lo hemos visto mil veces, desde en los tebeos de mutantes a la más sesuda reflexión sociológica, pero Kindt sabe darle una visión distinta, no nueva, ojo, de hecho, se diría que intenta crecer desde los lugares comunes de la serie B lanzando guiños a leyendas, mitos, creencias y cultura pop. Eso sí, siempre comedido, restringido a ser fiel a esa parte “que nunca se cuenta” de las historias de hombres gigantes, construyendo una historia íntima desde los cimientos de la fantasía más desbordada, con mucho de nostalgia no de ese sentido ingenuo de la maravilla de la serie B, sino de la visión inocente del niño que las veía. Hay muchas visiones de la vida secreta de los gigantes, el cine ha dado muchas (aunque me quedo, y les recomiendo, la histriónica Big Man Japan del genial Hitoshi Matsumoto) y el tebeo no les digo, desde la ya citada de Corben y Jones a la reciente de Lili Carré, pero esta versión de Kindt es especial. Es bonita. (3+)