En las últimas semanas he tenido muy instructivas discusiones con algunos de mis nuevos amigos y colegas en Notre Dame. Una de las cosas más interesantes que suceden por aquí es que, dado el hecho de la existencia de una verdadera Facultad de Teología con buen nivel académico, las conversaciones fuera de las aulas permiten desarrollos importantes de las ideas propias (y ajenas, claro). Si a eso se añade que a la gente de verdad le apasionan los temas, uno llega a tener un genuino diálogo que va de lo académico a la pastoral y que cubre muchos elementos que en mi solitaria conversación teológica en Perú era difícil examinar con rigor.
Bueno, tres temas me tienen muy interesado y quisiera dedicar, al menos, un post a cada uno de ellos. De alguna manera, es verdad, estos temas han sido tocados tangencialmente en el cuerpo de artículos de este blog, pero considero que un tratamiento más directo y minucioso es requerido. Los que siguen son los títulos tentativos de los posts y junto a ellos añado un breve desarrollo de su posible contenido.
Una espiritualidad posmoderna
Este es un tema sobre el cual debatí con unos amigos hace algunas semanas, pero es algo que también he conversado indirectamente con Daniel, Eduardo y otros amigos en Perú. La pregunta es sencilla: ¿en qué cree un cristiano que compra el paquete de la posmodernidad? Incluso más radical, ¿es posible para un creyente que asume los principales desafíos del mundo posmoderno, de hecho, seguir creyendo? ¿Es la “creencia escéptica”, para usar un término que le gusta a mi amigo Lucho Bacigalupo, compatible con el cristianismo o siquiera viable como modo de vivir la fe? Mi respuesta es que esto es posible, pero que requiere un tipo de trabajo especial. Propongo enfocar este asunto con la ayuda de algunos elementos bíblicos desde la lectura que John Caputo hace de los mismos. En suma, creo que es posible hablar de una “espiritualidad posmoderna”. La intención del post es explicar en qué consistiría tal cuestión.
Una hermenéutica bíblica inclusiva
La semana pasada, sin haberlo planeado así, tres amigos y yo empezamos a discutir el problema de la ordenación sacerdotal de las mujeres (una de las personas era mujer y una fuerte defensora del tema…se imaginarán que es además una de mis mejores amigas!). Este mismo tema planteó, casi de inmediato, la posibilidad de la ordenación de ministros homosexuales. Mi apoyo férreo a la lucha por la igualdad de derechos civiles y religiosos, por supuesto, me condujo a mantener la defensa de ese derecho tanto para mujeres como para personas homosexuales. Para hacer eso, si se quiere proceder de un modo serio en el mundo académico de la teología, hay que desarrollar un sofisticado argumento que sea capaz de releer la tradición cristiana a la luz de sí misma pero, a la vez y en cierto sentido, contra sí misma. Mi defensa del caso no logró un asentimiento absoluto de parte de todos los presentes, pero quedé bastante satisfecho con la aprobación de uno de ellos que es especialista en historia del cristianismo y que concedió que mi propuesta era sólida como argumento. Quiero, pues, compartir una versión escrita de lo que en ese momento fue una intensa discusión imprevista.
Lo que el Estado puede y no puede hacer
Finalmente, aunque este no es un tema nuevo en este blog, quisiera reelaborar algunas argumentos sobre mi posición en torno a la relación Estado-Iglesia o, quizá más propiamente, en torno a la relación entre políticas públicas y una noción trascendente del bien común. Uno de los temas que permanentemente ha surgido en mi clase de Teología Política es el de la tensión entre la clásica idea de “Derecho natural” y versiones que se oponen al mismo como una forma restrictiva de la libertad en una sociedad democrática y pluralista. Este es un tema sobre el que me he pronunciado de varias maneras, pero nunca lo he abordado en un post de modo específico. Además, ahora cuento con alguna bibliografía nueva y quizá más relevante. Mi posición, para los que la conocen, no ha variado mucho: sigo defendiendo a capa y espada la separación firme entre Iglesia y Estado y sigo siendo muy cauteloso con las consecuencias perniciosas de la intromisión de una metafísica robusta en las políticas públicas. No obstante, quiero refinar algunas ideas y contemplar con más cuidado algunos contra-argumentos.
Ese es el plan de las próximas semanas. Veamos qué sale!