Revista Libros
Antonio Colinas.
Tres tratados de armonía.
Marginales Tusquets.
Barcelona, 2010.
Veinticinco años después de empezar a escribir Tratado de armonía, Antonio Colinas reúne en un volumen que publica Tusquets Tres tratados de armonía. A aquel primer Tratado, que apareció en 1991, se sumó en 1999 el Nuevo tratado de armonía y ahora se añade a estos el recién terminado Tercer tratado de armonía.
Estos Tres tratados de armonía -escribe el poeta- se cuentan entre los libros míos que prefiero. Cuando a veces, en ese momento en el que el lector anónimo me pide que le recomiende uno sólo de mis libros, yo suelo sugerirle éstos. ¿Por qué? Acaso porque son una obra que revela muy bien al escritor que esencialmente he querido ser; o porque hay en ella esa modesta, aunque radical, «filosofía de la vida» a la que he aludido. Con esta obra también se han identificado algunos lectores fieles que me han acompañado a lo largo de estos últimos años. Me consta, pues, que el Tratado de armonía, luego el Nuevo tratado de armonía y espero que ahora esta entrega global —que incluye el inédito Tercer tratado—, han tenido y seguirán teniendo sus fervorosos seguidores.
En el Preliminar que abre el volumen recuerda cómo empezó todo:
Comencé a trabajar en el Tratado de armonía en los primeros días de 1986 (...) No creo, sin embargo, que se pueda hablar de pensamientos al enjuiciar el género de este libro. ¿Aforismos, reflexiones, impresiones, contemplaciones? Acaso me decidiría por este último significado, pues casi todas las partes del libro nacen de una contemplación objetiva y serena, de una impresión vivida sin prisas en el medio de la naturaleza.
En esas palabras de presentación están algunas de las claves de este ciclo de la obra de Colinas: la contemplación, la serenidad, la vida, la naturaleza. Una contemplación reflexiva, una meditación en el marco natural que busca la armonía en la respiración de la naturaleza, en la luz, en la música pitagórica de los astros, en las aves y los árboles, en la exaltación del presente. en la respiración de la palabra hecha ritmo que reproduce la música del mundo, en una mirada que une armónicamente los sentidos y la inteligencia, el yo y el universo.
Esa mirada que se dirigía hacia la altura de los astros, los pájaros o los árboles en el Tratado de armonía descendía en el Nuevo tratado de armonía hacia la tierra o hacia el mar desde los acantilados, hacia la semilla y la raíz o hacia los frutos caídos del árbol. El mal irrumpía inarmónicamente en un libro que volvía a la experiencia sensorial de lo infinito en la mirada, la música, el silencio o los aromas y expresaba la clave de la armonía en la fusión de contrarios:
no se puede buscar la luz sin que las raíces estén lo suficientemente profundas. El ser -como el álamo- debe crecer en igual medida hacia arriba y hacia abajo, hacia la luz y hacia la sombra.
El Nuevo tratado de armonía se cerraba con esa integración de dualidades y con la salida de la isla de Ibiza, a la que regresan las primeras páginas del Tercer tratado de armonía, en el que se funden pasado y presente a través de dos paisajes: el ibicenco y el leonés. Dos tierras, dos valles, dos casas, dos jardines, dos espacios para la armonía y el silencio.
Pero sobre ambos valles temblaba y tiembla la misma Vía Láctea. Podrá apreciar, pues, el lector cómo a lo largo del Tercer tratado, la mente y la vida del que escribe va saltando de un valle a otro, de una casa a la otra. Estos dos valles no son, en el fondo, sino un mismo valle: el de la vida. En él es donde se da ese viaje decisivo —ineludible para el que desee vivir en la consciencia— a nosotros mismos: el viaje interior.
Santos Domínguez