La implantación del Código Hays en 1934 ha sido el argumento más recurrente para justificar que el cine americano, desde entonces y hasta por lo menos después de la guerra (o más allá, porque estuvo vigente hasta 1967) no fuese "fiel a la verdad".
La verdad o la realidad de la vida de la gente no había sido más que muy parcialmente la materia del que había estado compuesto el cine mudo y aún en una fecha tan avanzada como 1928 un film como "The crowd" de King Vidor fue saludado como innovador y audaz por contener, en un escenario metropolitano, planos rodados con cámara oculta en la calle o simplemente por no embellecer - una actriz ¡sin rimmel mientras duerme! - la vida diaria de tantos americanos que salían adelante como podían y vivían vidas anónimas, vidas en las que las musas ni son necesarias.
Con la proclamación del citado Código - y no hace falta mirar a Ruth Chatterton, Mae West o los swinging years de William Wellman - hasta Lubitsch momentáneamente "retrocede". De la osada y explícita "Design for living" de vuelta a las elegantes sugerencias de "The merry widow".
La verdad, parafraseando aquel fabuloso La Cava, medio desnuda, debía inmediatamente atusarse.
Pero no hay más que acudir a precisamente Lubitsch (la sublime "Angel") o a un La Cava de 1936 como "My man Godfrey", con uno de los arranques más devastadores que ha tenido nunca una película, para comprobar la capacidad para adaptarse a cualquier circunstancia que siempre tuvo esta cinematografía.
Uno de los ejemplos más rotundos y desconocidos por no desfallecer en el intento de evitar el enmascaramiento de las duras circunstancias que vivía el país antes incluso de la Gran Depresión es la asombrosa y en apariencia perfectamente clásica "Next time we love", filmada por el "otro" Griffith, Edward H. reuniendo por primera vez a la estrella instantánea Margaret Sullavan (desde su debut ya había trabajado nada menos que con Stahl, Borzage, Wyler y Vidor... y se había casado tres veces) con el principante James Stewart.
En una filmografía donde abundan, por lo alcanzado a ver y bien que merece la pena perseverar, las comedias y los melodramas amables y bien hechos, "Next time we love" es un tratado de dirección cinematográfica y un pasmoso ejemplo de verosimilitud. Ni un segundo parece haber pasado por sus imágenes y su elíptica y veraz peripecia.
Nada que no hayamos visto antes sucede entre el periodista (de poca monta, pero llegará a ser bueno) Chris y Cicely, la triunfadora actriz de variedades y tampoco hay grandes enseñanzas ni nada extraordinario en cuanto les acontece, ni siquiera momentos en que se haga "público" ni sus pequeños ni sus grandes dramas, como en la ya muy cercana "A star is born", con la que tiene interesantes paralelismos.
Bordeando todo el tiempo la frontera del melodrama, redefiniéndolo en realidad, como los grandes Naruse, y nunca "optando" por el screwball para rebajar tensiones o recrear la pasajera felicidad, el film esconde todo el tiempo - hasta una conversación en un Cafe vienés pasada la hora de proyección - su naturaleza, por qué fue concebido con semejante estructura, adónde pretende llegar.
Se diría que, como sucede siempre en el cine de McCarey, "Next time we love" no hubiese merecido la pena ser contada por alguien que no antepusiera la privacidad, el respeto a la intimidad y a los sacrificios necesarios para poder seguir viviendo sin sentir vergüenza de uno mismo o las difíciles decisiones que toman unos personajes al natural impulso por entretener y ser ameno o a la por desgracia también habitual tendencia a exponer y sobreexponer si es necesario lo dramático o lo cómico en busca de la atención del espectador, tratado como poco inteligente.
E. H. Griffith alcanza ese gozoso estado narrativo acercándose a la poco ortodoxa pero inigualada metronimia del maestro a base de calcular distancias de foco, entre actores, entre escenas y bloques temporales, sin climax ni casi música, sin un sólo alarde estético.
Reducido a sus aspectos externos, "Next time we love" es un film temerario para la época (una pareja que dice entre bromas y veras que soportará la infidelidad del otro, ella que antepone su carrera a la de su marido, él que le recomienda a ella que se case con su mejor amigo...), pero contemplado de cerca, su único "progresismo" consiste en filmarlos a ellos dos y a su buen amigo Tommy (Ray Milland) de forma que puedan mostrar lo que sienten sin estar pendientes de que un público escruta sus gestos y está ávido porque suceda "algo", permitiendo que sean a veces ambiguos, ilógicos, ilusos, pasivos o que pongan en peligro lo que de verdad les importa por egoísmo o rencillas.
Es curioso que el resultado de este cauteloso proceder es que el film tenga un continuo suspense, confirmando por excepción a la regla la errónea idea de los efectos de avance y retroalimentación necesarios para mantener la tensión; por nada veladas alusiones, más certeramente que en "Mr and Mrs Smith" de Hitchcock y no quedando tan lejos como pueda pensarse de "The wings of eagles" de Ford.
Como esta última, "Next time we love" no es buen ejemplo de chispeante comedia de re-marriage y siempre vislumbra un esqueleto tan fuerte que se permite distinguir amor y amistad, verdadero sentimiento de disfrutable compañía sin que haya vuelta atrás ni sucedáneos posibles.
Hasta cambia, veintitrés años antes que lo hiciera Sirk, una letra de una palabra pronunciada por Cicely para titularse.
Si algo "poco moderno" tiene "Next time we love" es que quienes se siguen queriendo no pueden hacer otra cosa que permanecer juntos y entonces se convierten en una rareza.