Revista Cultura y Ocio
Sólo hay un precedente, tan lejano que me hace reflexionar seriamente, de post en demanda. Eso fue entonces, pero esto es ahora.Y si últimamente antepongo la cuestión política a la futbolística, justo es que, antes de volver a hablar del Barça (mi excedencia, dije, era de un par de meses), cumplimente una petición y fije esa fecha. 300. Horacio me recuerda lo significativo de esa cifra. Primero: significativa porque estamos entregados al sistema numérico decimal. Que uno, después de leer a Bruce Chatwin, pone muchas cosas en duda.Segundo: ah, Horacio, ah, amigo, cómo sabías que no merecía reacción alguna por tu parte esa cosa mía, ese pataleo, de hace unas semanas que venía a sugerir que el proyecto absurdo, personal y quijotesco del blog propia podía desaparecer o ir a la vía muerta o fundir en negro (y gracias, Álex, Deborahlibros, Selene, y 6Q, por el apoyo). Cómo lo sabías, cómo me conoces, Horacio, que sabes que no puedo tener los dedos quietos y que el papel en blanco es un redil al que siempre vuelvo.Tercero: qué mejor sitio que la terraza que me veía tantos medios días de entretiempo, qué mejor que este calor húmedo de día nublado de final de verano.Vamos.
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Periodista: Sr. Rajoy, voy a hacerle una única pregunta, y tiene todo el tiempo que un conocido mío tarde en escribir un post en pensar su respuesta:
¿Aunque la máxima afrenta de los catalanes fuera votar sobre su futuro y actuar pacíficamente en consecuencia de lo que esa votación deparara, tomaría usted la decisión de que el estado español interviniera por las armas en Catalunya?
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¿Me siento inglés, o me siento estadounidense, por hablar a menudo en inglés, porque muchas de mis canciones favoritas lo sean en este idioma, o porque sea el idioma predominante (2 de 5, no es tanto) en mi quinteto de escritores favoritos? ¿Tendrá tanto que ver que mantenga este blog en castellano? Porque quizás éste sería el primer argumento para hacerme la contraria.El problema es que me enamoré de mi mujer y no de otra. Y el problema es que abracé los colores de un equipo de fútbol y no los de otro, y el problema es que tomé un libro de Bolaño que era corto antes que uno que era más largo e inasequible (en aquel lejano entonces). Son cuestiones en que influyen muchos detalles: las circunstancias, la casualidad, las alternativas, sí, pero al final, es este individuo, el poseedor de estos dedos que Horacio sabe que no pueden parar sobre el teclado, el que decide. Y yo he decidido ser catalán y no ser español. Oigan: nada en contra, nada en contra sobre todo si sus argumentos no empiezan a ser los de siempre. Tampoco quiero ser camboyano, por ejemplo. O bielorruso, o guatemalteco. Ni sueco ni alemán. Y esta es una decisión mía que ni siquiera he intentado propagar demasiado. No me va la propaganda, ni persuadir a nadie. A todos les digo lo mismo: sentaos y mirad a vuestro alrededor. Decidid, y que en esa decisión fluyan todos vuestros sentidos: la intuición, la lógica, el romanticismo, la sensación de seguridad, la consciencia individual, los miedos, las preferencias, la simpatía, la preservación de la especie, la fe en el futuro, la confianza en los semejantes.300. Sí, Horacio, bonito conmemorar un número redondo, e idílico que seamos una nación que conmemora una derrota para no olvidar una humillación, para decir tal día caímos e igual tal otro día nos levantemos. Pero sabed: a pesar de que suelo caer fascinado leyendo textos de acontecimientos del pasado, la historia no pesa en mi decisión. O no pesa mucho. Los catalanes que me rodean no tienen que ver con los de hace 300 años. No me interesa que defendieran a un monarca o a otro. Los que estamos aquí 300 años después no queremos ningún monarca (y menos al hijo del que un dictador sanguinario designó, por supuesto). Entonces éramos otra sociedad: no existía nuestro particular melting-pot actual, no había futbolistas argentinos ni marroquíes ni compañeros de trabajo de orígenes filipinos o colombianos ni tenderos chinos ni pakistaníes ni compañeros de mis hijos procedentes del Brasil y de Italia. Son esos, somos esos los que queremos una nación propia y unos gobernantes que obedezcan nuestros mandatos sin pedir permiso a otros gobernantes que obedecen otros mandatos. Catalunya, donde el PP es, ahora mismo, quinta o sexta fuerza política, con un peso en las instituciones locales que, ay, que me meo de risa, obedece (por la fuerza de una ley que bien poca gente votó) a España, donde ese PP disfruta de una cómoda mayoría absoluta de la cual las encuestas de intención de voto solo ponen en duda lo de absoluta. Nos mandan los que los demás han votado. Puro y duro. Si esto no es suficiente. Claro que hay catalanes que nos revienta cómo son. Claro: si seguramente lo que anhelamos es ser una sociedad tan normal que tenga hasta atracadores en nuestro idioma. Dona'm els quartos. Queremos adolescentes con caras pasmadas iluminadas por las pantallas de sus smartphones. Queremos jubilados asomados en las barandas de las obras. Queremos amas de casa atribuladas compatibilizando jornadas laborales. Queremos bomberos con pose de héroes. Queremos todo lo que tiene una sociedad normal y aceptaremos lo malo porque no queremos ser Disneylandia. No queremos ni intentarlo. Pero queremos decidirlo, y para decidirlo hay que saber qué es lo que queremos todos y eso solamente se sabe votando. Hay que empezar por algo. Y pretendemos que sea por ahí. Qué queremos ser y cómo queremos serlo. La cuestión económica, dicen. Que si ahora Catalunya ha descubierto a sus propios ladrones (no, que si Catalunya ahora se ha decidido a desenmascararlos). Pues claro. ¿Alguien va a creerse que el ciego interés del estado español por mantener su hegemonía imperialista no tiene que ver con nuestro potencial productivo? (sí:el talante español no comprende que nos consideramos invadidos y anexionados, como una Austria cualquiera). Con nuestro atractivo turístico, nuestra geografía variada, nuestro clima benévolo, nuestro emplazamiento estratégico. Va: no seremos tan pobres cuando seamos una nación independiente si los españoles siempre insisten en la ruina económica que representaría para ambas partes una separación. No nos pongan los clásicos ejemplos, que contra una Bosnia hay una Dinamarca y contra una Macedonia hay una Holanda. Así que, a pesar del simbolismo de una cifra y de una efemérides, yo pensaba igual hace dos años y pensaré igual dentro de dos, aunque me amenacen o me tilden de traidor a España, como han hecho los cafres por Twitter. Es una cuestión que sale de dentro y sobre la que no hay nada que hacer. Y si muchos, por medios iguales a los míos o diferentes, llegamos a la misma conclusión, algo va a haber que hacer. ¿No?
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Él: Eeeehhhh.
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Ah.