El mal:
Mascara real, amenazante, siempre latente, emerge traicionero aquí y allá, se presenta de improviso desgarrando el tejido de la vida. Nos arrebata, nos toma, nos hace sus víctimas, vive entre nosotros, está en nosotros sujetos comunes y corrientes. Tumor maligno en el alma de los hombres. Instigador de una creación perversa, se expresa con plena consciencia, se ejerce de forma deliberada, operante en la ignorancia y el error.
Lo llaman pecado, es peor que el pecado; lo llaman diablo, es peor que el diablo; lo llaman infierno, es peor que el infierno; es el hombre que se va descomponiendo corroído por sus propias tinieblas, condenado a la frustración, al resentimiento, al dolor inútil que en su inutilidad le hace más retorcido y siniestro. Atormentándonos los unos a los otros somos nuestros propios verdugos.
Vivimos con la esperanza de que el castigo sea en esta vida y sostenemos el consuelo en la aplicación de la justicia divina. El mal persigue a los perseguidos, se mantiene alerta en la oscuridad. El mal es terriblemente humano.