
Me perdonarás si yo, un simple hombre, hablo de la madre! Supongo que mi calidad de hijo, de padre y de hombre sensible me lo permiten! Reconozco que admiro a las mujeres que tienen el valor -y el amor- de llegar a ser madres, en un mundo en que no es siempre fácil! Ser madre es mucho más que ser solo mujer, en este mundo en que ser mujer tampoco es fácil! Ser madre es ser capaz de sustraerse -incluso- de sí misma y entregarse plenamente a su hijo, para toda la vida! Ser madre es una bendición, pero nunca puede ser una renuncia a sí misma! Ser madre es algo que trasciende a la mujer y la hace capaz de crear una nueva vida, convirtiéndola en una diosa! Ser madre es, en sí, algo que da sentido a la vida de cualquier mujer, porque le hace reencontrarse con lo esencial de sí mismma y de su propia vida!
Pero, lamentablemente, como suele pasar en las situaciones más importantes de nuestra vida, nadie te enseña a ser madre! A ser madre se aprende siéndolo! Quizás por ello la mujer está mucho mejor dotada en casi todo que el hombre! Para ser madre una mujer necesitará de todo su ingenio, su inteligencia, su sentido común, su intuición, su firmeza, su gestión de las emociones para llevar la maternidad a buen fin! Es todo lo que necesita, no hay más! Porque, ante un recién nacido, todo es sorprendentemente nuevo, cambiante a cada minuto, singular para cada hijo y diferente a lo vivido por la mujer como persona! Un hijo es pura metáfora de lo que es nuestra vida! Personalmente creo que es la intuición y sus emociones -y no los manuales, ni los médicos, ni los libros, ni los consejos de los demás…- quienes guían a una mujer a la hora de desenvolverse ante el reto siempre inacabado de un nuevo hijo! Bastará que sea capaz de escuchar amorosamente esa ténue voz interior que le guía desde el corazón ante cada nueva situación! Este don existe siempre en todo ser humano, pero la mujer-madre lo tiene especialmente agudizado durante la maternidad y le despierta a lo esencial de su existencia!
¿Cómo descubrir la razón del llanto de su hijo? ¿Cómo intuir lo que quiere o necesita de nosotros? ¿Cómo interpretar la cara de satisfacción o de inquietud en su hijo? Nadie se lo ha explicado antes, porque, como la propia vida, se aprende simplemente viviéndolo -y sintiéndolo- uno mismo! Y, como suelo decir a menudo, el ingrediente básico es el amor, y del amor, lo es la atención permanente! Y eso es precisamente lo que hace toda madre con su hijo desde el primer momento, prestarle completa atención y, sobre todo, amarle, sin esperar nada a cambio! Luego, es su capacidad de darle afecto, cuidados, atenciones y el compartir sus emociones lo que procurará al niño lo que necesita en cada momento! Por decirlo de alguna manera, pleno amor verdadero a cada instante!
¿Y qué es el amor, sino, atención plena y desinteresada a cada momento? Evidentemente, nadie duda que una madre siempre ama a su hijo, aunque lamentablemente no todas saben expresar ese amor y mucho menos manifestarlo para que sea percibido por el hijo! El amor es inherente al ser humano, pero es especialmente evidente en una madre con su hijo! Supongo que algo tiene que ver la innata y mayor proximidad de la mujer a su propia Alma y, por tanto, a sus emociones! Eso la hace un ser privilegiado y especialmente dotado para la maternidad y para la felicidad compartida, aunque no siempre sea verdaderamente consciente de ella! ¿Alguien se imagina un hombre embarazado, trayendo un bebé al mundo y haciendo crecer día a día, como un nuevo ser en el que todo está por hacer? No digo que sea imposible -yo mismo me considero un buen padre y capaz de todo- ni incapaz de llevarlo adelante, si las circunstancias lo requieren! Pero, por lo general, es difícil que alguien más aparte de una madre lo consiga con éxito! Aún así, el equilibrio de roles del padre y la madre -no necesariamente biológicos- crean la armonía psicológica y emocional en el nuevo ser que nace para, poco a poco, hacerse persona!
Reconozco que me encanta y me enternece una mujer cuando llega a ser madre! Y ni que decir tiene que manifiesta su maternidad -y la plenitud que le otorga- en el rostro, en su cuerpo, lo que la hace más bella, serena y plena que cualquier otra mujer sin hijos! Ya sé que alguien pensará que mi visión está algo trasnochada, romántica o es sexista, pero estoy convencido de ello… y que la Naturaleza también lo está y lo demuestra en la mujer que engendra un hijo! Como también es verdad que en el mundo complejo e inhumano en el que vivimos, muchas mujeres, voluntaria o involuntariamente, han optado por renunciar a su calidad de mujer, adoptando roles masculinos y/o rechazando gran parte de su emotividad! Pero, excepciones lamentables aparte, solo hay que observar a una madre con su hijo, en cuya relación expone toda su fortaleza, ternura, sensualidad, sensibilidad y su ilimitada capacidad de amar intensamente y a cada momento, muchas veces incluso supeditando excesivamente su propio bienestar y su propia felicidad al bienestar y la felicidad del hijo!
Pero también es una realidad que el amor a un hijo -como la vida misma- va cambiando con el paso del tiempo! En un principio, un recién nacido reclama plena dedicación, tanto afectiva, mental como física, de su madre! Los primeros meses son cruciales en el desarrollo personal futuro del niño! Más adelante, esa dedicación de la madre va cambiando hasta llegar a la necesaria autonomía del niño y el descubrimiento de su propio mundo, por él mismo! En todo caso y de por vida, la madre siempre será el espejo en donde se mirará el hijo y de esto dependerá su madurez emocional futura para afrontar los retos cada día nuevos de esta loca vida nuestra! Así, si la madre ha creado dependencia de su hijo, éste será dependiente en sus relaciones futuras! Si le ha amamantado con amargura e infelicidad propias, el niño llevará una pesada losa de amargura e infelicidad sobre sus espaldas… hasta que sea capaz de liberarse de ellas -lo que no resulta siempre fácil- para poder optar a su propia felicidad en la vida! Como siempre, el amor verdadero exije “asir y soltar” en cada momento adecuado!
Una pregunta crucial para cualquier persona, en especial si ya es madre o padre: ¿Recuerdas a tu madre y a tu padre como unas personas plenamente felices? ¿Lo sientes así? Lamentablemente, por diferentes razones y circunstancias, pocas personas afirman tener o haber tenido una madre feliz! Y eso, precisamente, hace más difícil el rol de padre o de madre de un hijo nuestro! Demasiadas veces, lo que hemos recibido, lo damos, sin darnos cuenta! De padres felices, hijos felices! Por tanto, tener un hijo requiere ser conscientes de lo que nos dieron o nos dejaron de dar, para poder ser consecuentes con nuestro amor, o sea, responsables y libres ante lo que damos, negamos… y reciben nuestros hijos! Un hijo se convierte en la singular oportunidad de aprender -no solo a ser mejores padres- a ser mejores personas, a crecer, a conocer mejor nuestra propia realidad y, sobre todo, a cómo ser felices, como lo es un niño cuando nace, si se siente bien, querido y alegre! Porque ese es, a su vez, el único y mejor patrimonio que podemos dejarle a nuestro hijo… y al hijo de nuestro hijo y así sucesivamente! Pero, como leí en Twitter hace unos días, “En el camino del crecimiento, las mujeres tenemos que aprender a ser madres de nosotras mismas…“
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