Revista Sociedad

Tributo a Marx

Publicado el 18 junio 2019 por Abel Ros

Después de corregir exámenes en la soledad de mi despacho, bajé al Capri. Allí, en el taburete del fondo, estaba Marx. No sabía de él desde la publicación, en la revista Die Revolution, de su obra "El 18 brumario de Luis Bonaparte". Tras un apretón de manos, le pregunté por Engels. Me dijo que estaba de uñas de Hegel. Y lo estaba, me decía, porque más allá del idealismo dialéctico y de las interpretaciones metafísicas, los filósofos debían cambiar el mundo. Me preguntó por la trascendencia de su pensamiento. Le dije que una encuesta de la BBC, realizada hace unos años, lo consideraba como el "mayor pensador del milenio". Junto a Weber y Durkheim, él se había convertido en uno de los arquetipos principales de la ciencia social moderna. Hablando de todo un poco, me dio recuerdos para Marta Harnecker - periodista, activista y una figura clave para entender la izquierda latinoamericana -. Le dije que falleció el otro día. Se había ido una seguidora de su obra. Una crítica de Ortega y Gasset, y de todos los defensores de las revoluciones "desde arriba". Se había ido, le dije, una marxista de pura cepa. Una marxista alejada del marxismo descafeinado de la Escuela de Frankfurt.

Marx me preguntó por la URSS. Le dije que ya no existía como tal. Que la praxis de su teoría no había sido tan buena como parecía. Que el socialismo solo sirvió para tirar por la borda la razón de los tiempos ilustrados. Le dije, por mucho que me dolió, que el socialismo fracasó. Fracasó la igualdad en pro de la brecha social. Tras la Segunda Guerra Mundial, llegó el Estado del Bienestar. Toda una invención para acallar a las caras marrones del capital. Aún así todavía existe mucho abuso de poder. Todavía muchas familias no llegan a fin de mes. Y todavía, muchos empresarios tratan al obrero como un objeto de usar y tirar. Hay precariedad laboral y mucha, muchísima desigualdad. Hay razones, más que suficientes, para una revolución social. Una revolución que probablemente nunca llegará. Y no llegará, queridísimos lectores, porque existe una explotación consentida. Una crisis de la conciencia de clase y un deterioro, en toda regla, del sindicalismo español. Hay, por otra parte, una aprobación del capitalismo. Y la hay porque dentro de lo malo, muchos intelectuales actuales lo consideran lo menos malo. Cuba y China, últimos bastiones del marxismo, no son el ejemplo a seguir por las tripas de Occidente.

Me preguntó por Adorno, Marcuse y Habermas. Le dije que, a pesar de comulgar con sus ideas, analizaron el fracaso de su ideología. Según ellos, el proletariado ya no era una clase reaccionaria y transformadora de la sociedad. Y no lo era por el aburguesamiento de sus integrantes. Por el pliegue de los "cuellos azules" ante el espectáculo del consumismo, las marcas y el "tanto tienes, tanto vales". Para los de Frankfurt, el Estado del Bienestar había devuelto el optimismo hacia el capitalismo. Keynes tenía la culpa del consentimiento social ante la plusvalía del capital. Y la tenía, queridísimos camaradas, por su capacidad para evitar las crisis económicas. Horkheimer criticó la ecuación: "sociedades justas igual a sociedades libres". Según él, a mayor libertad, menos justicia, y viceversa. Por todas estas razones, la Escuela de Frankfurt justificó el fracaso del marxismo y quiso reformarlo. Aparte de estos señores, Popper también criticó los postulados de Marx. Y lo hizo a través de su obra "La sociedad abierta y sus enemigos". Criticó la praxis marxista por utópica, historicista y totalitaria. Aparte de sus aciertos y errores, el pensamiento de Karl sigue vivo entre nosotros. Su obra El Capital no es ninguna reliquia del pasado. Y no lo es, queridísimos lectores, porque su crítica y denuncia social puede aplicarse, de "pe a pa", al discurso de nuestros días.


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