Revista Cultura y Ocio
Impresiona lo que la vida te da, incluso cuando te extravía o te arrincona en un lugar del que temes que no vas a salir nunca. Pero siempre, o casi siempre, se sale. Más de veinte años después de escribir a un novelista —hoy de mucha fama— sobre lo que dijo Pavese de que la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida, porque él lo recordó en una novela en la que al personaje le ocurría lo que a mí me ocurría, eso de que cuando alguien se siente de aquella manera —allí se decía «desgraciado»—, indefectiblemente percibe que todas las cosas aluden a su situación o a su estado, he vuelto a sentir algo parecido. Perdón por el estrépito sintáctico; pero casi viene al caso. El caso es que leí hace más de dos meses Trieste (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2017), de Urbano Pérez Sánchez (Hervás, 1981) y anoté «levedad» y «profundidad» como palabras relevantes, como sugerencias de lectura, de una primera lectura que quedó en aquel tiempo y a la que se le han sobrepuesto la que hago ahora y la que hice cuando el propio Urbano presentó el libro en la Feria del Libro de Cáceres el miércoles 25 de abril, cuando él habló de que su texto alude a otro de sus textos, su primer libro de poemas, Del tiempo los cambios (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2010). Porque Trieste es un libro deliberada y afortunadamente autorreferencial, ensimismado, que tiene una ciudad italiana mitificada, tiene libros, tiene lecturas, y tiene, sobre todo, vida. Una vida en cuyas páginas hay tan solo una línea para escribir la vida. Desde «Salgo a comprar algunas cosas», «Creo que soy feliz. Trato de convencerme de ello», «Entonces me he despertado», «Me conocen todos. No me conoce nadie», hasta romper esa intención para demorarse en momentos tan introspectivos y sugerentes como el que dice, tan prolijo, «Como si fuera la conciencia de otra persona me digo: dile a tu cliente que la tristeza no se convierta en costumbre, que sea solo la elección de ciertas noches en las que no pasa nada y es suficiente. | Dile, mejor susúrrale: tu gloria, por diminuta que sea, por breve el momento en el que tenga lugar, es real». Quizá alguien pensará en que esta levedad tan breve no es comparable con el principio —y el final— de La comedia humana de Balzac, o con el combustible que tuvo que consumir Galdós para escribir lo que escribió. Me da igual como lector. Urbano Pérez ha dado con uno al que le caen bien estas maneras de hacer literatura de mimbres tan visibles. Por cierto, el novelista era Javier Cercas y la novela El vientre de la ballena (Barcelona, Tusquets Editores, 1997).