Revista Opinión
Don Federico Trillo-Figueroa está que trina. Con lo que ha hecho para conseguir la victoria de Mariano Rajoy, no acaba de entender cómo éste le ha dejado fuera del Gobierno. Nadie le niega que su decisiva postura en el XVI Congreso del PP en Valencia fue determinante para que los que apoyaban a Esperanza Aguirre no despeñaran al gallego. Como él mismo, miembro del Opus Dei, reconoce, ha “trabajado eficazmente” en asuntos espinosos como el caso Gürtel. Pero, su presencia en el nuevo Ejecutivo, con fiascos tan alarmantes como el recogido cuando dirigía el ministerio de Defensa, no fue considerada acertada por Rajoy.
Expresidente del Congreso de los Diputados y exministro de Defensa en el segundo Gobierno de Aznar, fue, además, interlocutor de los miembros de la magistratura y de la fiscalía. Pero varios detalles le dejaron al pairo, lejos del nuevo Gobierno de Rajoy. Por ejemplo, en 2002, siendo ministro de defensa, ordenó el desembarco en la isla de Perejil, ocupada por una guarnición marroquí. Y, un año más tarde, se produjo el accidente del Yak-42, el avión ucranio que transportaba las tropas españolas que regresaban de Afganistán, en el que murieron 62 militares españoles y 13 tripulantes. Trilló encargó al general Vicente Navarro que acelerase la repatriación de los cuerpos sin vida de los militares porque había que llegar a tiempo al funeral de Estado presidido por Aznar. Y el desastre de la errónea identificación de 30 cadáveres enterrados con nombres falsos, así como la condena de un general y dos oficiales, negándose Trillo a aceptar responsabilidad penal o política alguna, pudieron influir en el momento de que Rajoy eligió a sus nuevos ministros.
Además, Trillo defendió que los inspiradores de los atentados del 11-M no estaban en “desiertos lejanos”, en referencia a ETA, y, en representación del PP, se personó en la causa de la Operación Gürtel, no para descubrir la verdad de la corrupción que afectaba a su partido, sino para acusar a la policía, al juez instructor y a las fiscales de parcialidad y de atacar sólo al PP. A su favor, cuenta igualmente el encargo de convencer al presidente valenciano, Francisco Camps, de que renunciara a su cargo por el caso de los trajes “regalados”. Solo por eso, Mariano Rajoy podría estar en deuda con él. Pero éste no le ha querido de nuevo en la Moncloa y Federico sopesa entre decir sí a su posible elección como magistrado en el Tribunal Constitucional, con opciones a convertirse en presidente, o decir adiós a la vida política.
No es el único protagonista en el capítulo de enfados. Ahí está también Manuel Cobo quien anunciaba el pasado 29 de diciembre que se retiraba de la vida política tras la marcha de Alberto Ruiz-Gallardón al Ministerio de Justicia. Cobo rechazó el cargo de Subsecretario de Estado de Justicia que el ex-alcalde le proponía y abandonó la vicealcaldía y su acta de concejal para encargarse de la dirección de IFEMA. Ni Secretaría de Estado para el Deporte ni nada. Rajoy tiene una memoria subversiva, y nunca soportó las acusaciones de espionaje ni el detritus popular que se difundió intramuros durante aquellos días aciagos.