Revista África

Trilogía de Z Town, de Achmat Dangor

Por Aurora Moreno Alcojor @Alcojor
Z Town es uno de los miles de townships que pueblan Sudáfrica a finales de los 80. Un lugar de caminos polvorientos y basura amontonada donde conviven y malviven pequeñas casas de adobe con miserables chabolas de lata. Un township con su bar ilegal, que regenta la señora Muriel Meraai, su iglesia, con el pastor al frente, y, como era preceptivo durante los años del Apartheid, sus administrador. Un poblado en el que todos se conocen, con sus odios, sus envidias y sus amoríos. Un lugar como otro cualquiera en cualquier parte del mundo, pero en el que imperan las normas del Apartheid. Toques de queda, ordeno y mando, soldados, muertes y desapariciones misteriosas.
Aunque la han denominado la novela del Apartheid, lo cierto es que lo último que parece querer Achmat Dangor es que la obra se quede ahí, en el sistema. Por eso, la novela va mucho más allá, explora en el alma de toda una familia: tocada y al final hundida del todo por el sistema imperante en Sudáfrica hasta los años 90.
Trilogía de Z Town es una historia de mujeres, de supervivencia más que de lucha. “Lo que pasa es que siempre nos hablan de la lucha. Y mira lo que nos ha traído a nosotras la lucha”, dice una de ellas. La historia de una familia –mujer y tres hijos– que intentan acomodar su vida a las circunstancias, siempre cambiantes e inciertas. Trilogía de Z Town, de Achmat Dangor
En lo que más destaca Dangor es en la descripción de los ambientes. No los paisajes, sino las atmósferas, las situaciones, como la opresión que siente Jane, negra, cuando va a visitar a los conservadores padres de su novio, indio y activista anti apartheid. O la frialdad de Dorothy, cuando decide casarse por conveniencia con James, un hombre bueno y trabajador pero al que no quiere (“ninguno de los dos hablaba de la repulsión que ella sentía cuando él la acariciaba”) y termina engañando.
Así, Dangor capta la esencia de cada una de las zonas por las que transcurre la novela: el township, la granja en el Transvaal (“James escuchaba a su hermana hablar de su casa, de los granjeros que habían dejado de arar y sembrar a causa de la sequía, que se iban a las ciudades y abandonaban a sus trabajadores en aquella tierra vacía, en barbecho”, de los hoteles en El Cabo y, por supuesto, de Hillbrow, “donde vivía gente de todas clases, a pesar de tratarse de un lugar de residencia reservado a los blancos. Allí, mientras pagaras el alquiler, nadie se metía contigo”.
Una novela que no se recrea en el victimismo, donde el llanto y el lamento apenas existen, pero sí algo más fuerte, más profundo, casi indefinible, pero presente en la perenne apatía de los protagonistas. “La historia de Z Town no tenía memoria de sí misma y no podía perpetuarse a sí misma. Vivíamos al día, y cada día creábamos una realidad que nos permitía vivir con el conocimiento inexorable de la rutina y el terror de la jornada que tocaba a su fin”.
Publicada en 1990, cuando todavía no había terminado el Apartheid pero era obvio que iba a caer, esta historia recrea el ambiente de aquellos días de lucha y miseria de manera magistral, dejando espacio a la imaginación y la fantasía.
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