¿Pudo haberse evitado la Gran Guerra?
A la Historia le gustan los momentos decisivos, mientras que el historiador tiende a pensar que tales momentos no existen. Éste entiende el devenir de la humanidad como una sucesión de momentos inextricablemente relacionados, mientras que aquélla nos dice, por ejemplo, que la Primera Guerra Mundial comenzó con el maginicidio del heredero al trono del imperio austro-húngaro Francisco Fernando.
Gavrilo Princip, el asesino de los archiduques de Austria
Princip en el momento de ser arrestado
Sea como sea, sin duda hay una diferencia clara entre aquel "momento decisivo" de la historia y otros más recientes. O quizá no. Puede que simplemente nos falte la perspectiva necesaria. Quién sabe, quizá dentro de unas décadas los terribles atentados terroristas que todos sabemos, que nadie podía imaginar, y que cambiaron el curso de la historia reciente, los veremos poco menos que inevitables. Así, inevitable, es como pensamos ahora que la Europa de los años 1911-1914 veía la Primera Guerra Mundial, por mucho que nadie pudiera prever el asesinato del archiduque. Esta tercera y última parte de la Trilogía Transilvana transcurre entre 1910 y los primeros días de la guerra, y a los legos en historia, como yo, la impresión que nos queda es lo difícil que puede llegar a ser saber cuál es el punto de inflexión a partir del cual una guerra es inevitable.
"Mene, Mene, Tekel, Parsin". La profecía del Libro de Daniel abre la trilogía y da título a sus tres partes. Los húngaros no hicieron caso de la escritura en la pared (El festín de Belsasar, de Rembrandt)
La novela se abre con el encuentro casual y casi fatal entre Bálint y Adrienne, y la inmediata reanudación de su relación. No voy a extenderme en el desarrollo de la vida de estos ni otros personajes, porque poco podrá decir eso a quien no haya leído la primera y segunda parte. Sí diré que en esta tercera parte pocas de esas vidas terminan bien, y Bánffy parece decirnos que el curso de la vida de un ser humano es paralelo al curso de la historia, y, cómo ésta, es inevitable. Lászlo se encierra en la casucha que le queda de su antaño gran patrimonio, se abandona al aguardiente, rechaza cualquier tipo de ayuda, y se lanza en picado hacia su destino, del mismo modo que Hungría se encierra en sí misma, se entretiene en sus trifulcas parlamentarias y cierra los ojos ante el significado y repercusión de los acontecimientos internacionales. Gazsi Kadacsay, que en esta tercera parte destaca como uno de los personajes más interesantes, comprende lo fútil que ha sido no sólo rebelarse contra su destino, sino intentar recuperar el tiempo perdido, esforzarse por adquirir cultura y conocimiento. ¿Para qué?
La región de Torda-Aranyos -que hoy pertenece a Rumanía-, donde sucede gran parte de la novela
Por otra parte, algunos de los diferentes hilos se cierran con giros absolutamente dickensianos, con personajes que aparecen inesperadamente junto al féretro del ser querido, y misteriosos benefactores que no revelan su identidad. Pero a diferencia del maestro inglés, aquí el tono es cada vez más sombrío y, a medida que se acerca el final, con una guerra que se perfila como la más sangrienta de la historia, como el monstruo que lo va a engullir todo, como el abismo en el que se va a hundir el continente, la novela adquiere un tono casi lírico.
Este tercer volumen, considerablemente más corto que el primero, nos deja de nuevo algunas escenas inolvidables, en las que, a pesar del tono sombrío ya señalado, no falta el humor, casi siempre en forma de farsa. Qué decir, por ejemplo, de Gastón de Orleáns, el Duque de Eu, que recorre Europa con el fin de recabar apoyos para su Liga Antiduelos y que, durante uno de sus parlamentos ante la distinguida aristocracia húngara, que lo aplaude enardecidamente, a punto está de descubrir que su secretario acaba de batirse en un ridículo duelo y ha sido herido por un estúpido asunto de honor. O esa escena en la que un grupo de parlamentarios tiene vetada su entrada al Congreso, e intentan colarse de puntillas por la cocina. O el juicio sumarísimo y ejecución de una garrafa de aguardiente. Por no hablar del provincianismo de esos aristócratas que intentan imitar las maneras inglesas, o ese otro cuyo mayor orgullo es haber sido admitido en el club más exclusivo de Londres, aunque allí todos los camareros le desprecien. Y, como siempre, los momentos álgidos de los grandilocuentes discursos de los personajes están en todo momento punteados por los trémolos del violinista cíngaro Laji Pongrácz.
Otras escenas, en cambio, nos maravillan una vez más por el modo tan sensible y vívido de presentarnos los conflictos personales de los personajes. Una de ellas tiene lugar al principio de la novela, cuando Bálint ve cómo Lili y toda su familia dan por supuesto que la va a pedir en matrimonio y prácticamente lo empujan a ello. Es difícil leer esas páginas sin sufrir por los dos, por el daño que él va a hacer sin quererlo, y por la ofensa que ella va a recibir.
Y podría de nuevo subrayar las bellísimas escenas situadas en los bosques, la compleja relación entre campesinos rumanos y aristocracia húngara, el personaje de la niña que se enamora de un alcoholizado Lászlo a través de las historias sobre su antigua gloria, o detenerme en un recodo e indagar sobre alguno de los personajes y acontecimientos históricos. Pero creo que ya ha quedado claro mi entusiasmo y, sinceramente, a veces uno se cansa de cantar tantas alabanzas. Así que preguntémonos, ¿tiene defectos la novela? El único que se me ocurre es el modo en que Bánffy se acerca en muchas ocasiones al límite de lo que un lector español del siglo XXI puede asimilar sobre la vida parlamentaria budapestina de principios del XX. Y aunque se acerca mucho y en muchas ocasiones, creo que en ninguna ocasión llega a rebasar ese límite.
István Tisza, Primer Ministro húngaro, cuya figura como hombre de paz es reivindicada por Bánffy
Esta trilogía ha sido toda una experiencia literaria, un novelón que me acompañará siempre. Desde luego, no se trata de una lectura tan exigente como la gran trilogía de von Rezzori, ni tan variada como La novela de Ferrara, pero sí es una novela crucial para entender un poco más la historia de Europa y, algo tan importante o más, disfrutar de la buena literatura, con decenas de historias e inolvidables personajes. Han sido 1.600 páginas hundiéndome junto al Imperio Austro-húngaro, páginas que me han atrapado desde la maravillosa escena inicial hasta las desoladoras páginas finales. No revelo nada si digo que el final de la novela no puede ser más trágico: ha estallado la guerra, y las pequeñas grandes penas de las personas se van a fundir en el inmenso dolor de las trincheras, los desplazamientos, las ejecuciones, el gas motaza, las ratas y el barro.