Tendencias y perspectivas (II y final)
Durante los primeros quince años de este siglo, América Latina y el Caribe fueron testigos de una serie de procesos democráticos y populares que colocaron a las diferentes versiones de la izquierda en el centro de los acontecimientos. Sin embargo, el protagonismo de Cuba y Venezuela y la influencia avasalladora que le insuflaban al proceso los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez generaron un desarrollo único en la historia de la región. Por primera vez, el papel fundamental en los hechos lo jugaba la izquierda.
Como siempre, en la victoria las malas costuras quedan ocultas, pero en la derrota todas se ponen a la vista. El reflujo iniciado en 2015 produjo un profundo impacto en la izquierda. Esta vez, el esfuerzo mediático imperial, sustentado en su poderoso aparato informativo-cultural y mediático, se transformó en un instrumento principal para acentuar el retroceso, estimulando las percepciones negativas en torno a que en esta ocasión la regresión era definitiva y total. Era, en el fondo, una suerte de «fin de la historia latinoamericana». La debilidad y la tibieza de algunos emergió, estimulando la derrota, por un lado, y posiciones acomodaticias e intermedias que postulaban que «sí, pero no», por el otro.
El Foro de São Paulo (convocado por Fidel y Lula en 1990, para hacer frente al retroceso y crisis de las izquierdas, producto del derrumbe del socialismo real y del proclamado fin de la historia, de Fukuyama) es hasta hoy la principal y mayor instancia de articulación de partidos y movimientos de izquierda, socialistas, comunistas, revolucionarios y populares de Latinoamérica y el Caribe. Este espacio de acoplamiento, a pesar de tener no pocas contradicciones y debilidades, ha seguido expresando una dimensión antiimperialista, anticolonialista e internacionalista y una constante solidaridad con la Venezuela bolivariana, la Revolución cubana, la Nicaragua sandinista y con los países integrantes del ALBA-TCP, frente a las sanciones y la agresión imperialista, procurando impulsar con los movimientos populares y sociales la movilización social y alternativas al capitalismo salvaje y al neoliberalismo en la región.
En Estados Unidos, de la mano del sector «imperialista de izquierda» incrustado en el Partido Demócrata y en algunos políticos e intelectuales europeos surgió la Internacional Progresista, instrumento que reúne individualidades y algunas organizaciones mediatizadoras de las luchas antiimperialistas y antineoliberales.
En América Latina, un personaje chileno que ha hecho de la mediatización política un floreciente negocio convenció a un atribulado gobernador de un estado mexicano para lanzar una especie de versión «latinoamericana» de esa Internacional Progresista. Así, surgió el Grupo de Puebla, como instrumento mediático de referencia del «progresismo» compuesto (a título individual) por personas de izquierda y socialdemócratas liberales. Estos últimos son los que el presidente Maduro ha denominado la «izquierda cobarde». Escribo «latinoamericano», entre comillas, porque hasta un expresidente español, conocido lobista de las transnacionales españolas y de la corrupta monarquía marroquí, forma parte de ese tinglado variopinto que es una de las expresiones del declive ideológico de la izquierda latinoamericana.
Todo esto se ha hecho evidente y se ha puesto sobre el tapete tras las últimas elecciones en Venezuela. La disyuntiva imperialismo y subordinación vs. soberanía e independencia, que debería signar el parteaguas entre izquierda y derecha en el mundo de hoy, ha dado paso a una serie de interpretaciones que dan cuenta del éxito imperial en la cooptación de sectores que pretenden adoptar las categorías y conceptos de la derecha para hacer política de izquierda, sabiendo que eso es imposible.
Ya lo he dicho: las propuestas de la Revolución francesa son instrumentos del pasado. Finalmente, conceptos como separación de poderes, alternancia en el gobierno, libertad de prensa, libertad de expresión, democracia representativa, y otros, son categorías inexistentes y falacias inventadas por la burguesía (cuando hizo su revolución) para garantizar su dominio, control y hegemonía sobre la sociedad y el Estado. No puede la izquierda suponer que haciendo uso de ellas va a ser posible producir los cambios que la sociedad necesita.
Se trata de construir un nuevo cuerpo teórico y conceptual que dé cuenta de los cambios acaecidos en los últimos 230 años, tomando en cuenta los «tsunamis» generados por el triunfo de la Revolución de Octubre en la Rusia de 1917, la Segunda Guerra Mundial, el fin de la Guerra Fría y el ascenso de China al escalón de potencia global, bajo la conducción de su Partido Comunista.
En este marco, y de forma acomodaticia, ciertos sectores de la otrora izquierda latinoamericana pretenden entender el proceso bolivariano como quiebre, no como continuidad. Así, intentan justificar sus debilidades y su actitud abyecta y subordinada al imperialismo, bajo el argumento de que «Chávez era una cosa, y Maduro, otra». ¿Quién puede negarlo? Claro que cada uno ha sido «él y sus circunstancias», como lo señaló Ortega y Gasset. La más elemental dialéctica expone la necesidad de dar respuesta a lo que a cada uno le tocó vivir, y no creo que el presidente Maduro quiera imitar al comandante Chávez, sencillamente porque son dos personas distintas. Sin embargo, pretender usar eso para justificar las debilidades y las conveniencias propias no deja de ser una actitud deleznable y cobarde.
En otro plano, los tanques de pensamiento del enemigo han logrado desviar la atención de importantes sectores de la izquierda hacia el abandono de las luchas antiimperialistas y antineoliberales, bajo el argumento de que en el siglo XXI imperan las disputas sectoriales. Logran con ello la desmovilización y paralización de importantes contingentes de la izquierda que ahora se circunscriben a las controversias de minorías que no representan el interés general de la sociedad. Sin menoscabar la necesidad imperiosa de polemizar y enfrentar la misoginia, el racismo, la homofobia, la depredación de la naturaleza y otras plagas, se debe entender que todas ellas y otras derivan de la sociedad de clases. Ha sido el capitalismo el que, en su devastadora impronta, se ha llevado consigo valores y principios de la izquierda, pero la lucha de clases sigue estando en el centro de los combates. Es ella la que debe arrastrar consigo todas las batallas sectoriales que importan y ocupan a sectores avanzados de la sociedad.
Toda la situación relatada nos lleva a concluir que, de cara a la reciente victoria del chavismo en las elecciones presidenciales y los nuevos reacomodos que ello ha producido en la izquierda latinoamericana, hoy se pueden identificar seis izquierdas en la región:
- Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, San Vicente y las Granadinas y Dominica, que expresan la solidez de principios y la resistencia al imperialismo.
- Importantes sectores sociales, organizaciones políticas y movimientos populares de la región que luchan por sus derechos y se organizan para sostener una clara posición antiimperialista y antineoliberal en sus luchas nacionales y sectoriales.
- Una izquierda bien intencionada, pero dubitativa, pusilánime y cambiante, que hoy exponen Lula, Gustavo Petro y líderes peronistas de Argentina como Cristina Fernández, entre otros. Aquí se inscribe el vocinglero expresidente de Uruguay José «Pepe» Mujica. Casi todos ellos asumen la posición de «Dios» cuando hablan, porque suponen que están diciendo la última palabra. En definitiva, actúan en política internacional pensando en el manejo de sus correlaciones de fuerzas internas, exponiendo las debilidades de su gestión.
- La izquierda proimperialista social liberal, encarnada en la ex Concertación Democrática de Chile, su principal líder, Michelle Bachelet, y Gabriel Boric, presidente actual de ese país, quienes se han destacado por ser el instrumento preferido del imperio para exponer una izquierda “civilizada y decente” que administra correctamente el modelo neoliberal, en beneficio de las trasnacionales y los grandes empresarios y se subordinan en pleno a Estados Unidos. Son parte del proceso de «israelización» de la política, el cual recientemente se ha «españolizado», de manera tal que el eje se va desplazando cada vez más hacia la derecha hasta hacer casi desaparecer la izquierda.
- Andrés Manuel López Obrador y la coalición que gobierna México, sosteniendo una irrestricta posición nacionalista y de defensa de la soberanía. En política internacional, al no inmiscuirse en los asuntos internos de otros países, salvo que se produzcan aberrantes violaciones a los derechos humanos, la democracia y la soberanía, la izquierda mexicana ha generado una influencia positiva para el desarrollo de las luchas sociales en la región.
- Pequeños países cuyas fuerzas populares y gobiernos que han emergido del infierno neoliberal en condiciones de extrema debilidad y que deben hacer grandes esfuerzos para superar la resistencia de las oligarquías, como Honduras, Antigua y Barbuda y otros países del Caribe. Probablemente, si la izquierda ganara las próximas elecciones en Uruguay y Ecuador, podrían considerarse parte de este grupo.
En este contexto diverso habrá que aprender a trabajar. La heterogeneidad característica de la izquierda de la época es propia de las transformaciones ocurridas en la política reciente. Vale decir que cuando vivimos momentos de crisis de la hegemonía occidental, una manera de aferrarse al poder, por parte del imperio, es ampliar y fortalecer su aparato ideológico a fin de crear desconcierto y dividir al movimiento popular. Sus éxitos son notables. En el siglo XXI, ha emergido un movimiento social y popular difuso en el que no necesariamente ciertos sectores que se autoidentifican como izquierda juegan el papel de motorizar las necesarias transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales.
En esta medida, se vislumbra una perspectiva incierta en el proceso de transformación del protagonismo del sujeto político y los sujetos sociales. La confrontación en este aspecto —como siempre— será dura y difícil. Habrá que encarar todo el poderío tecnológico, financiero y mediático del imperio.
El momento es de duda e incertidumbre. En la medida en que han emergido ciertas izquierdas de inspiración socialista, nacionalista y popular y hasta partidos comunistas que en realidad se ubican a la derecha del espectro político, al punto de llegar a ser aliados del imperialismo, sostenedores de los instrumentos de control del capital y defensores del neoliberalismo, la confrontación estratégica se hace compleja y difícil. Las categorías de análisis del pasado, en particular las de la Guerra Fría, ya no sirven como instrumentos de evaluación del papel de las fuerzas de izquierda en América Latina. El reto será entonces construir nuevas herramientas que nos conduzcan al análisis y a decisiones más acertadas en esta materia. Ello es necesario para definir al enemigo principal, construir la correlación de fuerzas necesarias para seguir avanzando y elaborar una política de alianzas correcta en el momento político actual.
Sergio Rodríguez Gelfenstein