Revista América Latina

Trinchera de ideas | ¿Por qué se sorprenden por los avances… De la ultraderecha (II y final)

Publicado el 04 julio 2024 por Jmartoranoster

Dando continuidad al tema, es importante mencionar a algunos importantes jerarcas nazis y a sus familiares que se insertaron en la lógica imperial de preeminencia occidental en el mundo que se construyó tras finalizar la guerra. Al respecto, una profunda y pormenorizada investigación fue realizada por el periodista y escritor holandés David de Jong y publicada en 2022 en un libro titulado Multimillonarios nazis. La oscura historia de las dinastías más ricas de Alemania.

En esta obra se señala que uno de ellos, Jurgen Schwab, era el director gerente de Escher Wyss, una empresa industrial suiza centrada en la ingeniería y la construcción de turbinas a la que los nazis le otorgaron un estatus especial (que permitía el trabajo esclavo). Su hijo, Klaus, fundó el Foro Económico Mundial en 1973 y elogió a su padre por «asumir muchas funciones en la vida pública en la Alemania de la posguerra».

Klaus Schwab fundó en 1992 el Foro de Jóvenes Globales, originalmente Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), a través del cual —según sus propias palabras— ha «penetrado en los gabinetes» de varios países. Asimismo, esta organización, inspirada por las ideas nazis, ha puesto a sus miembros en «posiciones de liderazgo en bancos de inversión, Big Tech, los principales medios de comunicación, grupos de expertos y más…».

Justo en la semana que transcurre, exempleados del WEF denunciaron discriminación de género y racial en la organización y señalaron que se habían producido muchos casos de acoso sexual al personal femenino, que incriminan a Klaus Schwab, acusado de diversos casos de segregación. En este ámbito, decenas de antiguos y actuales empleados han descrito estas situaciones, y también han salido a la luz violaciones de la legislación laboral, a través de denuncias internas y correos electrónicos. Así se hace patente una vez más como este nazi encubierto sigue desarrollando sus prácticas con total impunidad y apoyo de la institucionalidad.

También se señala a Günther Quandt, un industrial alemán fundador de un imperio industrial que hoy incluye a BMW y Altana, empresas de automóviles y productos químicos, respectivamente. Quandt fue miembro del partido nazi, cuya exesposa se casó con Joseph Goebbels en 1931, boda en la que Adolfo Hitler fue el padrino. El festejo se realizó en una propiedad del mismo Quandt, y Goebbels luego adoptó al hijo de Quandt, Harald. En 1937, Hitler nombró a Quandt líder de la economía de defensa (Wehrwirtschaftsführer), lo que le permitió hacer un uso extensivo de mano de obra esclava. En 1943, con el apoyo de las SS, los Quandt establecieron un «campo de concentración, propiedad de la empresa» en Hannover.

La nuera de Quant, Johanna, era, por parte de madre, nieta de Max Rubner, quien dirigía el Instituto de Higiene de la Universidad Friedrich Wilhelm, más tarde asociado con los experimentos de eugenesia nazi. Su hija, Susanne Klatten (la mujer más rica de Alemania) asistió a la reunión de Bilderberg de 2017 con Jens Spahn, el joven líder mundial que en 2018 fue nombrado ministro de Salud alemán. Klatten también es propietaria de Entrust (elegida por el gobierno del Reino Unido para producir pasaportes de vacunas), lo que la vinculó con la agenda de vigilancia biodigital por el covid-19.

Otras familias de «multimillonarios nazis» que siguen siendo influyentes en la actualidad incluyen a los Flick, los Von Finck, los Porsche-Piëch y los Oetker.

La férrea alianza y el apoyo actual de Canadá al gobierno nazi de Ucrania se puede explicar a través del papel de Michael Chomiak, un colaborador nazi ucraniano, cuya nieta, Chrystia Freeland, formó parte del consejo de administración del WEF. Llegó a ser ministra de Asuntos Exteriores de su país entre 2017 y 2019, cuando fue designada ministra de Finanzas y vice primera ministra de Canadá.

En 2022, Freeland tuiteó una foto de ella sosteniendo una bandera roja y negra, asociada con el movimiento Bandera, de Ucrania. Stepan Bandera lideró una milicia nazi en la Segunda Guerra Mundial, que inspiró la creación del batallón Azov, establecido durante el golpe de Estado pronazi en Ucrania en 2014.

Freeland y Anthony Rota, presidente de la Cámara Baja del Parlamento canadiense, organizaron en septiembre del año pasado —en presencia de Zelenski— un homenaje —con participación de todos los miembros del poder legislativo canadiense— a Yaroslav Hunka, a quien presentaron como un excombatiente que luchó contra la Unión Soviética para lograr la independencia de Ucrania. En realidad, Hunka fue un oficial de las Waffen SS, cuerpo de combate élite de esa organización paramilitar al servicio de Hitler.

En los días transcurridos entre el artículo anterior y este, un relevante hecho da cuenta de cómo los nazis siguen protegidos en Occidente y cuentan con apoyo para continuar perpetuando sus crímenes. Se ha sabido que el último guardia vivo del campo de concentración nazi de Sachsenhausen, Gregor Formanek, acusado de complicidad en el asesinato de más de 3 mil 300 personas, ha sido declarado no apto para ser juzgado, según informó el diario alemán Bild.

De acuerdo con documentos a los que tuvo acceso la publicación, Formanek, de 99 años y de origen rumano, se unió a las SS en julio de 1943 y fue miembro del batallón de guardia de Sachsenhausen, campo conocido por sus cámaras de gas y sus experimentos médicos, donde «apoyó el asesinato cruel e insidioso de miles de prisioneros».

Tras la Segunda Guerra Mundial, fue condenado por un tribunal militar a 25 años de prisión, pero logró evadir la cárcel y esconderse con la complicidad de la justicia. Hoy, cuando ha sido descubierto y acusado, el Tribunal Regional de la ciudad de Hanau, que forma parte del Estado Federal alemán de Hesse, se negó a iniciar el procedimiento, argumentando su edad, a pesar de que ese no debería ser un atenuante para dejar sentada su responsabilidad.

Tales hechos y muchos más, que sería imposible relatar en un espacio reducido como este, permiten explicar que el nazismo y el fascismo nunca se retiraron de la conducción de la economía y la política occidentales, incluso a pesar de su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Ya en los juicios de Nuremberg, los fiscales occidentales mostraron condescendencia y hasta benevolencia con algunos líderes nazis, en contra de la opinión de los fiscales soviéticos que, en nombre de la humanidad, clamaron por una justicia que reivindicara a las víctimas de la barbarie.

Al protegerlos, dictando suaves condenas que les permitirían reincorporarse con prontitud a la conducción de las sociedades occidentales, Estados Unidos y Europa dejaron vivo el germen del nazismo, posibilitando su recuperación, crecimiento y expansión.

Solo sabiendo esto, se puede encontrar explicación a la disposición de la ultraderecha de prepararse para el asalto al poder. Así, no deberían causar sorpresa los resultados de las últimas elecciones europeas y las más recientes en Francia. Vale decir, que este proceso se viene gestando desde hace mucho tiempo, al punto de que es posible verificar que no es un fenómeno reciente: la extrema derecha tiene representación en los parlamentos de más de la mitad de los países europeos, de la misma manera que ostenta representación en los gobiernos y parlamentos regionales y locales de todo el continente, salvo Islandia e Irlanda.

Vale decir que al hablar de ultraderecha se hace referencia a aquella abiertamente supremacista, racista, ultranacionalista, ultraconservadora y autoritaria. En esta definición, no se están incorporando a aquellos que piensan y/o actúan de igual manera, pero se enmascaran con discursos liberales y se autoidentifican como de «centro-derecha» o «socialistas». En relación con Ucrania, incluso hay organizaciones de izquierda y partidos comunistas de algunos países europeos que apoyan al régimen nazifascista de ese país, y le envían armamentos e insumos bélicos, mientras se «lavan la cara» favoreciendo a Palestina.

Hoy sienten miedo. Se alarman ante el acelerado crecimiento que ha tenido la ultraderecha dentro del electorado. Como señalaba el analista español Luis Gonzalo Segura, en un artículo publicado hace casi dos años:

Para hacerse una idea del avance tan brutal de la ultraderecha, basta con señalar que no tenía representación parlamentaria en el año 2010 en Estonia, Eslovenia, Eslovaquia, República Checa, Alemania, Francia, Portugal o España. Ahora no solo la tiene en estos países, sino que aspira a gobernar.

En esta circunstancia, resulta válido preguntarse, ¿cuál es la mayor semejanza entre la situación de Europa hace un siglo y la actual? Sin duda alguna, en ambos casos el entorno de la situación ha estado marcado por un contexto de crisis económica profunda. Al preguntarse, también, cuál es la gran diferencia entre los dos momentos, podría afirmarse que hace una centuria se trataba de una crisis cíclica —es verdad que fue la más profunda sufrida hasta entonces—, pero no pasaba de ser un trance coyuntural, de ajuste del sistema. Hoy, por el contrario, nos encontramos en el marco de una crisis estructural, insondable, que aqueja al sistema en sus cimientos, al punto de no mostrar capacidad para salir de ella.

No quiero decir con esto que el fin del capitalismo está a la «vuelta de la esquina», pero es evidente que se ha entrado en una etapa —de duración indeterminada— que expone su declive irreversible. Hay muchas manifestaciones que revelan. La de la incapacidad de contener a la ultraderecha y al fascismo es una de ellas, al exhibir su incapacidad para derrotar la crisis en el marco de las instituciones que ellos mismos han creado. Por eso, están obligados a la violencia y a los extremismos como instrumentos de salvación del sistema por vía de la fuerza. También decía Luis Gonzalo Segura, en el artículo antes mencionado, que el crecimiento de la ultraderecha

… es la válvula con la que la olla de opresión capitalista libera tensiones y regula la temperatura. Es el batallón con el que las élites mantienen su poder cuando llega la hora de atornillar a la ciudadanía (aumento de la desigualdad y la pobreza mientras crece el número de millonarios). Y, llegado el caso, la ultraderecha también es un mal menor.

Las pasadas elecciones para el Parlamento Europeo que se han celebrado entre el 6 y el 9 de junio son expresión prístina de este proceso. En primera instancia, ha significado una sacudida en algunos de los países más importantes de la región como Francia, cuyo presidente, derrotado contundentemente en los comicios, decretó un adelanto de las elecciones legislativas que le propiciaron una nueva derrota; o Alemania, donde la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), se ha transformado en la segunda fuerza política del país, incluso, superando a los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz.

Hoy, la extrema derecha gobierna en Eslovaquia, Hungría e Italia, mientras que ha creado alianzas para formar parte del Ejecutivo en Finlandia y Suecia, entre otros países. Además, existen grandes posibilidades de que en naciones como Bélgica, Austria y los Países Bajos en poco tiempo comiencen a gobernar o cogobernar. Ni Hitler lo hubiera soñado.

Es válido recordar que casi desde el fin de la guerra, en tiempos de la bipolaridad, los partidos políticos europeos establecieron acuerdos de gobernabilidad a fin de impedir que la extrema derecha, todavía presente tras el dominio nazifascista de Europa, pudieran tener acceso al poder. No obstante, el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética en la perspectiva del «fin de la historia» debilitaron esa opción y flexibilizaron los criterios para que, tácitamente, se diera una oportunidad al renacimiento de la ultraderecha y el fascismo.

Eso ha conducido, entre otras cosas, a que las fuerzas tradicionales de la derecha hayan recurrido a alianzas con los sectores extremistas para alcanzar el poder y desplazar a la derecha socialdemócrata y socialista, que, paradójicamente, han contratado a algunos partidos comunistas y de izquierda para que les sirvan como «furgón de cola» en sus ambiciones gubernamentales. Es la constatación más evidente del desplazamiento del espectro político europeo y occidental hacia la extrema derecha en un proceso de «israelización» de la política.

Lejos de influir para generar gobernabilidad democrática y mejoría en las condiciones de vida de los ciudadanos, la extrema derecha ha intervenido en los sectores conservadores tradicionales y hasta en la izquierda, para que sus propuestas hayan sido asumidas por toda la gama de la política, transformando dichos preceptos en línea de acción de la Unión Europea, que avanza hacia el desmantelamiento del estado de bienestar de la posguerra, depauperando a importantes sectores de la población y estableciendo políticas segregacionistas y de persecución de inmigrantes y minorías.

Esta situación es tan preocupante para Europa que la Oficina Europea de Policía (Europol), en su informe anual de 2022, señaló que, siendo sus mayores preocupaciones el terrorismo, el yihadismo y el extremismo violento de la ultraderecha, una de las mayores amenazas a que se deberá enfrentar es la de «los individuos o grupos con ideologías radicales y ultraconservadoras».

De acuerdo con esta agencia de seguridad,

las dos ideologías más comunes de los movimientos de ultraderecha en la Unión Europea son el aceleracionismo, teoría que plantea la expansión radical del capitalismo para generar cambios sociales, y la Siege Culture, un movimiento vinculado a células neonazis que promueve la guerra racial y el supremacismo blanco.

Estos últimos atraen en mayor medida a jóvenes radicalizados «en la vida real o que se radicalizan en internet».

Este informe y las políticas que de él se derivan, dan cuenta de que, al igual que hace un siglo, no se comprende o no se quiere comprender que este es un problema político que tiene su origen en la sociedad capitalista, explotadora y marginadora de importantes sectores de la sociedad, sino que se concibe como un problema policial, de seguridad, que debe ser combatido a través de la fuerza para eliminar a posibles amenazas procedentes de la «selva mundial», sobre todo la que proviene del sur global, que atenta contra el normal desenvolvimiento de la vida en el «jardín europeo», según la particular definición del «socialista» Josep Borrell, hasta hace poco alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

Lo cierto es que el capitalismo impidió que se pudiera exterminar de raíz el fascismo, le dio fuerza y oxígeno, lo dejó crecer y expandirse. Ahora, cuando aquellos que lo soportaron están a punto de ser desplazados del poder, no deberían quejarse, sino asumir el desastre que crearon, aunque parece que es un poco tarde.

Sergio Rodríguez Gelfenstein

www.sergioro07.blogspot.com

Fe de errata:

En la primera parte de este artículo publicado la semana pasada, cometí un error que fue oportunamente detectado y señalado por un acucioso lector y amigo. En referencia a Kurt Kiesinger, dije que fue canciller federal de Alemania entre 1967 y 1971. En realidad, debe decir que lo fue entre 1966 y 1969. Gracias a Luis Vignolo por la observación. Pido disculpas a todas y todos por el error.

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