En algunas tertulias radiofónicas le conceden gran atención a la figura emergente de Trinidad Jiménez, la secretaria de Relaciones Exteriores del PSOE, posible candidata a la alcaldía de Madrid, y a la que llaman familiar y displicentemente Trini.
“Chica mona, de sonrisa fácil”, dice un tertuliano. “Bastante listilla”, concede otro. “De familia de juristas, hija del exmagistrado del Supremo José Jiménez Villarejo”, añade el tercero. Una tertuliana aclara: “No es tan mona: solo se maquilla bien”.
Trinidad Jiménez ya tiene muchos periodistas que la han puesto bajo su protección, paternal y maternal.
Con la arrogancia con la que le llaman Trini, decenas de padrinos como éstos le exigirán que los tenga por tutores y confidentes exclusivos. Y si no lo consiguen, la abatirán, como hicieron con Felipe González.
Paseaban con él, le hablaban al oído, le escribían hagiografías y biografías. Mientras les prestaba atención, lo tenían en los santorales. Cuando cambió de protectores o se dedicó exclusivamente a la política se sintieron traicionados. Creían que ellos, y no los votos, lo habían puesto en el poder, y en cuanto cometió sus primeros errores, fueron a cazarlo.
Aznar, salió indemne del cerco porque sus patrocinadores periodísticos cometieron graves errores, y ya no pueden aparecer con él en sociedad.
Pero a Trinidad Jiménez le dicen Trini, e incluso La Trini. Debería ponerse a temblar.