Revista Cultura y Ocio
El cuerpo conduce al almaAl pulmón lo tengo domado. Lo he dormido a base de química. No sabe uno hasta qué punto estamos a merced de la farmacología. Casi todo los dolores tienen el compuesto que los menguan o que los anulan. Habrá quien prefiere vivir armoniosamente con los dolores al modo en que muchas mujeres prefieren parir sin epidural, durmiendo el nervio, convirtiéndose en un objeto neutro, incapaz de sentir. La enfermedad no debería existir. Tendríamos que nacer, desarrollarnos, reproducirnos y morir. Incluso estoy por eliminar el tercer verbo. Claro que entonces no habría ninguno de los otros. Siempre acabamos hablando de religión. Empieza uno relatando la épica de la tos, todo el cuento del pulmón asalvajado y del ojo luctuoso y termina en un congreso de bioética, lleno de curas y de librepensadores. Se ve que no sabemos hablar de otra cosa.
Walter MittyNo sé adónde va Ben Stiller, nunca supe qué quería, aunque me lo imagino. No hace falta hondura ni trascendencia para hacer cine. Hay quienes ven a Kurosawa sin rebajarse a Stiller y quien se queda en Stiller y no llega a Kurosawa. Está el sujeto extraño que es capaz de ver todo lo que le echen y a todo sacarle pulpa. A mí La vida secreta de Walter Mitty me ha entretenido dos horas. No es poco. Mitty es un pobrehombre al que de pronto se le enciende una luz dentro de su cabeza y prospera épicamente. Es un personaje de Frank Capra, un buenetón, un tipo cabal y honesto y todo eso estupendo que se dice cuando alguien se muere, al que le pone un traje de superhéroe el gilipollas de Michael Bay. El resultado es una cosa blanda, a medio camino entre la inocencia y la infografía, que posee la virtud de estar muy bien montada, fotografiada, pero a la que se le echa en falta un poco de artesanía. Yo no he dicho nunca que Ben Stiller sea un artesano. Es mejor Kurosawa, pero algunas películas del maestro japonés (Ran; Kagemusha, la sombra del guerrero o la imponente Rashomon) tamibén tienen fisuras, ratos en los que este servidor miró el reloj y pensó en lo blasfemo de mirar un reloj teniendo en la pantalla al gran Kurosawa.
La vida secreta de un lector empedernidoSon unos ruidos afuera, en la calle, a poco de levantarme. Suena como si la calle entera no existiese y esos pequeños ruidos, no sé, un perro que ladra, un casi imperceptible coche que se aleja, remarcasen la idea de que uno está solo en el mundo. Avanza la mañana, preparo mi desayuno, me medico satisfactoriamente y me siento en un sillón grande, de esos de orejas en los que se lee tan bien, nada más abrir el libro (El hombre duplicado, Saramago: releído después de ver hace unos días la extraña e hipnótica Enemy, de Denis Villeneuve. basada en esa obral) la calle estalla en ruidos, malogra mi paz de espíritu y hace que, venciendo mi miedo al polen y a la luz, me asome al balcón y ver qué pasa. Nada fascinante ni hipnótico. Es un coche parado en mitad de la vía, sin conductor que lo eche a andar, y una cola de quince coches más, al menos, que expresan la legítima mala leche que te entra en el cuerpo cuando alguien hace algo absolutamente egoísta, incorrecto, punible si uno pudiera ejercer de autoridad en ese momento y hacerle ver al infractor que no se puede dejar un coche e involucrar en tu vida a los quince que te siguen, pero uno es un pobrehombre como Walter Mitty, un convaleciente que quería contemplar el mundo como una falsificación o como una duplicidad y dejar que Saramago me involucre en su vida para entenderlo.