Revista Opinión
Publicado en Barra LibreI Nostalgia: del griego mostos, regreso, y algos, dolor. Cuentan las crónicas que Johannes Hofer, reputado médico del siglo XVIII, acuñó el término nostalgia a raíz de la observación de un singular caso de curación milagrosa. Un paciente agonizante sanó tras regresar a la casa familiar. Nadie se explicaba cómo alguien podía resucitar a causa de esa terapia aparentemente inocua. Hofer afirmaba que este tipo de sanaciones se debían a «una continua vibración de vitalidad a través de aquellas fibras de la mitad del cerebro en las cuales las huellas impresas de las ideas de la Patria aún persisten». Persistente ataraxia, mirada perdida, anorexia autoimpuesta, andar errático, desgana, descuido del aseo y las costumbres más simples. El paciente vaga por el mundo como un espectro viviente, ensimismado en sus pensamientos, ajeno a la realidad circundante. El nostálgico es un ser u-tópico; perplejo, ha perdido la hoja de ruta, el camino a casa. II Navidad: del latín nativitas, que proviene del verbo nascior, nacer. Cuando era niño, observaba perplejo a los adultos derramar lágrimas furtivas en Navidad. Años después comprendí la razón de su tristeza: rendían tributo al recuerdo de aquellos que se habían ido (en cuerpo, que no en alma). Tuvo que pasar la adolescencia para que comenzara a empatizar con aquellos sentimientos de pérdida. Desde niño, asociaba la Navidad con la reunión familiar, la Misa del Gallo y un ambiente único de alegría contagiosa y excesos culinarios, que tenían su epílogo en la entrega de generosos regalos. Hoy puedo entender que la alegría y el llanto converjan con facilidad durante las fiestas de guardar. La edad acaba creando un lazo invisible con todos aquellos que te rodean, un hilo tejido de la materia común con la que todos fuimos concebidos. III Muerte: del latín mors, que significa muerte, solo eso. Afirma Cioran, contra ingenuos, que los seres humanos estamos encaminados a morir, que la vida es un paréntesis, una casualidad inusitada. Lo lógico es morir, ceder a la nada que se abre paso frente a nosotros. Todos caminamos sin saberlo ni quererlo hacia el origen del que provenimos. El anciano se hace niño: anda despacio, se cae, ríe sin razón, se mea encima, une frases sin argumento. El niño nace anciano: arrugado, sin dientes, casi ciego, incapaz de dar un paso o valerse por él mismo. Una fugaz llama que se extingue, pero que alumbra mientras está viva la fría eternidad. Ramón Besonías Román