I. La casa del cine; de donde no hemos conseguido salir todavía. No se puede volver a casa porque las imágenes no han logrado emanciparse de esas historias que aún funcionan haciéndonos creer todo lo contrario: ni hemos ido muy lejos, ni hemos visto todo, ni siquiera nos queda regresar al lugar de donde salimos para hacer su recuento. Lo vivido es una historia que marca el destino de todo movimiento en lo que queda de la realidad. De cada uno de los lugares por los que atravesamos pensando en aquellos otros a lo que nos dirigimos preocupados por regresar allí de donde partimos. Sin embargo, no es demasiado tarde. La certeza aún queda a la vista: el primer no-lugar fue una sala de cine.
II. «Hay historia porque los hombres salen de casa, fundamentalmente para ir a la guerra, aunque luego a eso se le llame también ir a la escuela, ir al trabajo, etc. El niño que consiguiese no abandonar su hogar –cosa que yo, lamentablemente, no conseguí– no haría historia alguna, pero sería feliz. Su felicidad le parecería a todo el mundo –y los freudianos no serían más que una vocecilla en ese inmenso coro– injusta, irresponsable, inmadura, insolente, etc. Pero como ninguna de las voces de ese inmenso coro está en condiciones de aportar siquiera la menor prueba a favor de que el niño tenga que salir de casa para hacer historia o aún el menor argumento que ligeramente pueda sugerir que es preferible hacer historia que no hacerla, todas esas voces pueden irse al cuerno y dejar al niño en paz» (José Luís Pardo. Cita tomada de este texto sumamente interesante de Pablo García Canga)
III. Raúl Perrone ha rodado (casi) siempre en su Ituzaingó natal. De allí no se mueve; no se cansa de repetirlo siempre que le preguntan. A su gesto anacrónico lo anima un poderoso deseo de territorialización que cumple con la idea Godardiana de que se puede explicar la complejidad del mundo desde cualquier parte construyendo relaciones increbrantables con un entorno. Deseo de filmar aquello donde se vive y que se conoce a la perfección. Deseo de construir un punto de vista fuerte sobre lo que se tiene enfrente, mejor que intentar ver excesiva y superficialmente. En esta ocasión todo se concentra alrededor de una casa: Villa Ángela. Situada a poca distancia del lugar donde reside, Raúl ha acudido allí rutinariamente durante unos cuantos meses para componer el que, quizás, sea su proyecto más ambicioso: el tríptico que conforman Lujan, Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual.
IV. ¿Qué filmar cuando se ha prescindido de toda prótesis, de todo parapeto? ¿Qué filmar cuando no se tiene nada más que unas pocas personas y el entorno por el que se mueven? Sus actos cotidianos y las cosas que aparentemente ya carecen de importancia. Como la luz que se cuela por las ventanas e ilumina y propicia que la vida continúe pese a que todo aparece en modo precario. Lujan se pasa la vida arreglando la casa para mostrar, de paso, toda la bella complejidad que esconden sus paredes: las grietas, los casi invisibles relieves, y la pintura desconchada. Pero también la fascinación que ejercen sobre las imágenes los colores que las adornan. Alguien sintió la necesidad de pintar el espacio habitable con un verde de una tonalidad muy precisa. Otra persona acudió con su cámara atraída por ese mismo color. Y otra, finalmente, desde su pequeña pantalla, descubre que cada una de las imágenes de ese Tríptico las anima un poderoso sentido pictórico que nace de una compleja rima entre los colores que las gobiernan silenciosamente.
V. La casa; siempre se habla de ella en términos absolutos. Pero cada estancia presenta sus particularidades; la cocina y el salón son los lugares de lo común, donde se habla de problemas cotidianos y se comparan experiencias problemáticas. Por el contrario, las habitaciones son el espacio de lo individual, donde se desata el sueño hasta hacer del pequeño habitáculo un lugar de la experiencia. Son espacios para la intimidad donde se comparten confidencias íntimas con aquellas personas a las que se estima en mayor medida. ¿Pero que pasa en los alrededores de la casa? ¿Qué ocurre en esa frontera que separa la casa del mundo real, donde la comunidad se hace presente como una aparición incomoda? No existe aventura mayor que no saber lo que se va a encontrar de ante mano. Aunque eso ya es otra historia.
Ricardo Adalia Martín.