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Tristán e Iseo

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
Tristán e Iseo
Con la lectura de Tristán e Iseo, he llegado a la conclusión de que los clásicos tenían un problema de márketing. Y no se trata sólo de esa vacilación e inconsistencia al darle un nombre a su producto (la conocida Isolda es en la edición de Alianza Iseo, mientras que en otros lugares es Isode, y aún hay más versiones), sino, sobre todo, de que no nos venden lo que nos dicen que nos venden.
Esto es lo que vemos en el envase.
Tristán e Iseo
Sin embargo, una vez abrimos el producto, nos encontramos con esto:
Tristán e IseoDrystan & Esyllt, de Jérôme Lereculey
Bien mirado, quizá no se trate tanto de un problema de márketing como de una estafa, pura y llanamente. Porque a ver, uno compra algo pensando que va a leer un peñazo medieval de amor cortés y ciervos asaeteados, y se encuentra con dragones, batallas, gigantes, enanos, reyes cornudos, héroes de incógnito, leprosos, mujeres fatales y hasta el Rey Arturo que pasaba por ahí. En definitiva, uno se siente felizmente estafado.
Esbozar un análisis siquiera mínimamente informado e informativo sobre esta obra es algo que escapa completamente a mi capacidad. Para empezar, los orígenes de la leyenda se remontan desde la neblina de Cornualles hasta las Tierras Altas de Escocia, pasando por mis verdes valles de Gales o las costas de Irlanda y Bretaña. Y no son pocos los que, por el contrario, sitúan dichos orígenes en Persia. Existen además varias versiones de la obra, aunque éstas pueden resumirse en dos tradiciones principales: en primer lugar, las más antiguas, de los franceses Béroult y Thomas de Bretaña, que no nos han llegado completas. Y en segundo lugar, la que surge del Tristán en prosa, escrita a mediados del s. XIII y que dos siglos más tarde proporcionaría a Thomas Malory el material con el que escribió una parte de La muerte de Arturo. A estas versiones se unen dos versiones alemanas, de Eilhart von Oberg y Gottfried von Strassburg, que difieren de las anteriores en muchos aspectos clave. Y por lo visto Chrétien de Troyes también escribió su propia versión, que se perdió.
Tristán e IseoEl trozo de espada encaja, revelando así la identidad de Tristán
Parece, pues, misión casi imposible establecer el origen preciso de la leyenda, dado que ésta, contada en incontables versiones desde tiempo inmemorial y a lo largo y ancho de toda Eurasia, incorpora elementos no sólo celtas, germanos o persas, sino también de la mitología grecolatina. Ahí está, por ejemplo, la historia de Frocín, el enano felón, que revela a los barones el secreto del rey Marcos sin quebrantar su juramento de fidelidad. ¿Cómo? Pues introduciendo la cabeza en un hoyo y gritando el secreto a las raíces un espino blanco, un episodio calcado de la historia del Rey Midas.
No obstante, sí parece ser que existió un príncipe picto llamado Drust, que vivió en Escocia sobre el año 720 d.C., y que al salvar a una princesa de las garras de unos piratas dio origen a la leyenda del Morholt, el gigante que cada cinco años se cobraba de Cornualles el tributo de trescientos jóvenes y otras tantas doncellas.
Tristán e IseoEl enano felón echando harina al suelo (Joseph Bedier, 1927)
Con tantas versiones diferentes de la historia, me da una pereza enorme intentar resumir el argumento. En líneas muy generales, trata, como resulta fácil imaginar, del amor entre Tristán, el héroe matagigantes y cazadragones, e Iseo (Isolda...), hija de los Reyes de Irlanda Anguis e Iseo. Merced a sus gestas, Tristán consigue la mano de la joven Iseo para su señor, el Rey Marcos de Cornualles. Pero en el viaje que los lleva de vuelta a su tierra, Brangel, doncella de Iseo, les da a beber del filtro de amor que la princesa debía beber en el lecho junto a su esposo y que les haría amarse "de suerte que nadie podrá sembrar la discordia entre ellos".
Tristán e IseoIseo navegando en busca de Tristán (Evrard d'Espinques)
Pasa lo que pasa y, para intentar arreglar el estropicio, la buena de Brangel, en la noche de bodas de Marcos e Iseo, se acostará con el Rey haciéndose pasar por su señora, en un episodio muy parecido al que vimos en los Nibelungos, cuando Sigfrido decide echarle una manita a Gunter. Como suele suceder en estos casos, el rey siempre es el último en enterarse, y pese a que los enemigos de Tristán se chivan a su majestad continuamente, los dos amantes casi siempre consiguen pergeñar alguna argucia que los saque del apuro. Pero todo, incluso la ingenuidad del rey, tiene un límite.
Tristán e IseoIseo, a punto de ser quemada viva (William Russell Flint, 1927)
Sabido es que el Romanticismo tomó la Edad Media como inspiración y motivo, y que centró la búsqueda de su particular grial sobre todo en el género del romance caballeresco, de donde acabaría tomando el nombre. No es de extrañar, por tanto, que la historia de Tristán e Isolda cautivara a los románticos, fascinación que fue más acusada si cabe en el movimiento pre-rafaelita. Esta revitalización de la leyenda culminó en la ópera de Wagner, que se ha convertido para muchos en su primer referente.
La liebestod de Isolda
Aparte de la influencia que tuvo la leyenda sobre la imaginería del Romanticismo, nuestra época actual está en buena medida marcada por el concepto del amor romántico, concepto que se desarrolló en el siglo XIX a partir de romances como el Tristán. Desconozco si existe una definición precisa de ese amor romántico, aunque supongo que es, por poner un ejemplo, aquél donde la incontenible fuerza del amor se opone y triunfa sobre el matrimonio de conveniencia entre dos familias. Sin embargo, uno de los motivos clave, y que parece repetirse de manera invariable en todas las versiones, es que el amor entre Tristán e Iseo, que al principio no se gustan demasiado, nace única y exclusivamente del filtro de amor, la poción mágica que Brangel les da a beber y que los condena a amarse. (En unas versiones, como la de Alianza, Brangel les da a beber del filtro por error, mientras en otras versiones lo hace sin querer queriendo. Asimismo, puede variar la duración de sus efectos, de tres años a toda la eternidad.)
Tristán e IseoEl Tapiz de Tristán, que se puede ver un día al año en la Abadía de WIenhausen. Aquí vemos la historia hasta el fatídico momento en que Tristán e Iseo beben del filtro de amor
Probablemente, las palabras "romance" y "romántico" son unas de las más maltratadas de la historia. Al respecto de las infraliterarias "novelas románticas", dice un personaje en una novela que he leído recientemente:
Me refiero a que no son romances, ¿verdad? No en el sentido estricto de la palabra. Son simplemente versiones bastardas de la novela sentimental de cortejo y matrimonio que empezó con Pamela, de Richardson. (...) El verdadero romance es una forma narrativa anterior a la novela. Está llena de aventuras y coincidencias y sorpresas y maravillas, y tiene muchos personajes que están perdidos o encantados, o que van por ahí buscándose unos a otros, o el Grial, o algo así. Y a menudo, claro está, se enamoran...
Sabias palabras, pardiez, que además de definir perfectamente el tipo de obra que es el Tristán, acentúan esa discrepancia entre lo que se supone el origen del romaticismo y esa cosa llamada "amor romántico". Personalmente, se me ocurren pocas ideas menos "románticas" que dos amantes que se enamoran tras beber un filtro de amor. En ese sentido, el Tristán parece estar más cerca de la ciencia-ficción que del siglo de Goethe, Byron, Pushkin y compañía. ¿Dónde está la grandeza del amor si en realidad es el resultado de la ingesta de un brebaje?
Tristán e IseoTrsitán loco, de Dalí
Nos dice Alicia Yllera en la excelente introducción que el filtro es precisamente lo que confiere al amor entre nuestros sufridos amantes los rasgos que lo distinguen del amor cortés. Evidentemente, lo que atraía a los románticos de la historia de Tristán e Iseo no era tanto la naturaleza de su amor como la visión del amor como condena, así como el destierro social que sufren nuestros héroes por su relación, y el inevitable fatal desenlace al que ésta los conduce.
Tristán e IseoIseo se lamenta ante el cadáver de su amado
Los ecos de la historia se multiplican sin cesar a lo largo de los siglos, y en más de un momento, tenemos la sensación de estar leyendo otro libro. Hay un episodio en el que Iseo, con la excusa de que no se quiere mojar al cruzar un río, se sube a caballo sobre un Tristán disfrazado de malato (leproso). Luego jura a su marido el Rey que él y ese malato que la ha ayudado a cruzar el río han sido los únicos hombres que ha habido jamás entre sus piernas, un ejemplo de ingenio y engaño que nos recuerda, por ejemplo, al Decamerón. Otros episodios, como el de la trampa con harina para que los amantes se delaten por sus huellas, son claramente folclóricos, como lo es también el cabello dorado que unas golondrinas traen al rey. Y qué decir de los árboles que nacen de las tumbas de los amantes y enlazan sus ramas. La impresionante carga simbólica, folclórica e histórica de la obra producen, una vez más, una lectura tan fascinante como amena.
En fin, cualquier estudio de la leyenda de Tristán e Iseo está condenado a perderse en infinitas ramificaciones por allí donde la literatura se funde con la antropología, la historia y la psicología. El bloguero diletante siente un vértigo acongojante ante la idea de intentar abrir por ahí un camino más o menos desbrozado, y por ello prefiere limitarse a una advertencia al lector: si no quieres pasártelo pipa con las mil y una aventuras de una obra que ha marcado buena parte de la literatura, la música y el arte universales, más te vale no leer este libro. Sería como beber del filtro de amor que condenó a Tristán e Iseo (o Isolda).
Tristán e IseoIlustración de Vitali Volovich

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