
Apoteósico Wagner en el Teatro Real. La fuerza y pasión de Wagner se unió con lo bello y lo sublime de Bill Viola engrandeciendo la obra.
Destacaría la maestría de Marc Piollet en la dirección musical, la poderosa voz de la lituana Violeta Urmana como Isolda y un magistral Franz-Josef Seling en el papel del rey Marke. Peter Sellars, director escénico, cedió todo el protagonismo a Bill Viola empleando sobrios elementos estéticos y produciendo una simbiosis con su video arte.
Amor, anhelo, emoción y drama. Sentimientos transmitidos con una inmediatez y una capacidad expresiva que solo la música, entre todas las artes, es capaz de conseguir. Si a esto se le suma la poética escénica de Viola, la combinación no pudo ser más adecuada.
Wagner, compositor del Romanticismo, eleva esta obra a la pura esencia romántica, exaltando el sentimiento por encima de la preponderancia de la razón Ilustrada. El romántico vive y se consume en sus emociones, muere en el anhelo como Tristán. Entendiendo la muerte como principio de vida. La muerte de amor es vida...

¡Anhelar! ¡Anhelar!
¡Anhelar en la muerte
no morir de anhelo!
Esa melodía que no muere
clama ahora anhelante
por el reposo de la muerte,
eso es lo que le grita a la lejana médica...
Ahora ninguna medicina,
ninguna muerte dulce,
podrá liberarme
de la tortura del anhelo;
en ningún sitio, ay, en ningún sitio
encontraré reposo;
la noche me arroja
al día,
para que el ojo del sol eternamente
en mis sufrimientos se recree
Este sentimiento de deseo y añoranza, es la esencia del hombre para Schopenhauer. Somos voluntad y necesidad. Lucha por la existencia con un fin irremediable al que nos acercamos que es la muerte. Solo dolor por querer y aspirar, porque si los deseos se llegan a cumplir, nos encontraríamos con algo peor como dice Schopenhauer, que sería el vacío y el aburrimiento. La vida para él es un péndulo que oscila entre la necesidad y el tedio.
Es sabida la influencia que ejerció el pensamiento de Arthur Schopenhauer sobre el compositor. El budismo, que está presente en las ideas del filósofo, también influyó en Wagner a la hora de escribir el libreto de Tristán e Isolda (Wagner además de componer la música siempre escribía sus libretos).

Éste es otro punto en común con el artista Bill Viola que utiliza su video arte como exploración de autoconocimiento y que tiene sus raíces en las tradiciones espirituales como el budismo, cristianismo o islamismo. Todo ello estuvo muy presente en la proyección que acompañó a la opera, de gran misticismo.
Los elementos fuego, agua, aire, tierra están muy presentes en su obra, al igual que una concepción del tiempo ralentizada con una estética influenciada por artistas como Zurbarán, Velazquez, Goya, Ribera, el Bosco... El agua, esencial en el ciclo de la vida, tiene mucho simbolismo en su obra ya que a los 6 años estuvo a punto de morir ahogado. Cuenta como esta experiencia en lugar de provocarle angustia o desesperación, le produjo calma y tranquilidad. El agua es la gran constante de su trabajo; vida, movimiento, nacimiento, cura, placer, dolor, muerte, misterio...
Estos cuatro elementos eran la explicación que los presocráticos daban al origen y causa del cosmos.

Los videos que se iban sucediendo a lo largo de la representación fueron acercándose más a la trama de la obra a medida que los actos transcurrían. Hasta que en el tercer acto, para mí sin duda el mejor, fue todo uno.
"Muchos de mis trabajos se basan en la unión de contrarios. Blanco y negro, luz y oscuridad, fuego y agua, día y noche, hombre y mujer, nacimiento y muerte. Estos son los elementos que el ser humano viene observando desde el comienzo de los tiempos" Bill Viola.

Comienza el primer acto con escenas del mar y unas imágenes de los actores Shakesperianos, desnudo incluido, que utilizó Viola como simbolismo de la leyenda. Escenas de los amantes de una gran intensidad, romanticismo y dramatismo.
En el primer acto la pantalla se centró en una especie de purificación de los protagonistas. Agua como principio de vida y expiación.



Continuando con fuego como símbolo de la lucha entre la vida y la muerte. Fueron soberbias las escenas de las grandiosas llamas acompañadas por la potencia de la música.





Como sublime es también la música de Wagner. Él no pretende que adoptemos una actitud pasiva de puro placer ante su música, desea mucho más. Quiere que suframos una transformación interior y nos transcendamos mediante la desapropiación de nuestra individualidad. Uniéndonos a los demás en un todo a través de la experiencia común del gozo (éxtasis dionisiáco) y el dolor (vértigo trágico). Como Isolda al final de el Tristán.


