Revista Cultura y Ocio
Que la poesía sea siempre el género en el que todo escritor curte sus primeras armas no es afirmación que se pueda sostener de forma juiciosa ni universal; pero que raro resulta el creador que no se enfrenta a ella, en un momento u otro de su trayectoria, ya es observación mucho más fácilmente admisible. Santiago Delgado, en el segundo de los Cuadernos que editó la revista Postdata, dirigida por Antonio Parra Pujante, entregó en 1987 un (son palabras suyas) “modestísimo librito” donde recopilaba algunas de sus producciones en verso. Producciones que exploraban muchos territorios formales (sonetos, romances, villancicos, etc), pero que sobre todo ofrecían, al margen de esa rica diversidad, la mirada lúcida de un hombre entregado a la contemplación de su entorno, y que trata de mostrarlo a los demás con palabras cristalinas y con cadencias nuevas. Santiago Delgado ofrece aquí a los lectores una radiografía de su mundo. Y hay que decirlo con esa sencillez y con esa contundencia: de su mundo. Están ahí los libros que ha devorado con fruición; las tristezas que se han cruzado en su camino y que han marcado su rostro y su alma; los sueños que lo visitan o abandonan constantemente; los tributos literarios que rinde (Antonio Machado, Garcilaso, Jorge Luis Borges); los paisajes de los que quiere dejar constancia, aprisionando vientos, flores y laderas entre sus palabras; etc. Acabadas las páginas de Tristedad, el lector de 1987 podría haberse preguntado: ¿me encuentro ante un poeta auténtico, o sólo ante alguien que, movido por un legítimo derecho literario, imprime sus versos? Es la misma pregunta que puede formularse un lector de 2019, o que podrá surgir en la mente de un lector en 2080. Yo, como respuesta, me limitaría a reproducir el poema “Tu calle”, que se me antoja el mejor del libro. Juzgue quien lea:
“Quisiera enterarmeque sabesque ya no ando por tu calle,ni miro tus balcones,ni contemplo las macetasflorecidas de tu madre.
Ya no voyante tu puertasimulando pasearpara encontrarte.Te juro que nunca he vueltodesde el día aquelque me dejaste.
(Sé que ya no me quieres,y eso no lo arregla nadie)
Pero…quisiera saber también de tique tampoco tú los visillos entreabresde cuando en cuandoalguna tarde,para ver—como decías—si entre los que pasanconoces acaso a alguien.
(Recuerda que yo séque tú mirabasporque yo venía a mirarte)
Por eso…para ver que no lo haces,volví a pasar ayer,aunque no se lo dije a nadie” (pp.20-21).
Ahora imaginemos que, bajo estas palabras, no figurase la firma de Santiago, sino la de Lope de Vega o la de Federico García Lorca (porque ambos podrían ser, con perfecta naturalidad, autores de estos versos). ¿Cuál sería nuestra reacción? ¿De qué modo los celebraríamos o vituperaríamos? ¿Qué elogios nos atreveríamos a escatimar ante su música, ante su ritmo, ante la sutileza elegante de su tema? Respondamos con justicia.