Hoy los niños ya duermen. Ha terminado la semana y tenía que ser un momento alegre porque empieza el fin de semana y vamos a estar todos juntos. Pero no ha sido así. Bebé Gigante se ha metido en la cama entre lágrimas y sollozos. Llevamos muchos días con constantes conflictos con él. No os voy a aburrir con detalles de pataletas de niño de cuatro años, simplemente lo resumo diciendo que la soberbia está creciendo cada vez en su carácter.
Me considero una persona paciente y le intento explicar las cosas mil veces si es necesario. Para muestra un botón: esta tarde se han inventado él y su hermana un divertido juego de pegar plastelina en la pared. Aunque no les he aplaudido les he dejado hacer porque entiendo que los niños también tienen que tener un poco de libertad. Y existen unas maravillosas esponjas mágicas en el mercado que dejan las paredes niqueladas. Vamos, que creo que les dejo hacer muchas cosas.
Intento también que aprenda del ejemplo, intento estar con él en el suelo jugando a todo lo que me pide, intento que sea feliz, al fin y al cabo. Pero parece que todo eso no es suficiente. No sé dónde ha aprendido a tratarme con esa horrible falta de respeto que me parte el alma. Pero lo que tengo claro es que me da miedo que termine como uno de esos niños que salieron en un reportaje de TV según me han explicado algunas personas (ya sabéis que no tengo tiempo ni ganas de ver la tele) a los que les han puesto el calificativo de "Niños emperador".
Me da pánico que mi hijo me pierda el respeto, pero más me angustia pensar que deje de quererme. ¿Dónde ponemos el límite? Siempre intento explicarle que mamá no se quiere enfadar, que es mejor aprender las cosas por las buenas, que lo que digo y hago es siempre por su bien como ponerle un pijama de manga larga porque ya ha venido el frío, detonante por cierto, de la Tercera Guerra Mundial en nuestro pequeño y tranquilo hogar.
Al parecer nada de lo que le digo le afecta, sus respuestas se han reducido a "pues me da igual" en sus múltiples versiones. Lo último que me quedaba era avisarle que si seguía portándose mal no le haría compañía por la noche, algo que sé que le puede hacer reaccionar porque es un momento genial para los tres. Pero ni por esas. Después de dos semanas avisándole, hoy he tenido que cumplir con mi palabra. ¿La gota que ha colmado el vaso? Pues no ha sido el pijama, ha sido el déspota recibimiento que le ha dedicado a sus abuelos cuando han venido a verlo.
Creo que a los niños se les ha de educar con amor. Las que me seguís desde hace tiempo sabéis que soy una persona alegre y positiva que intento transmitir esos mismos valores a mis hijos. Pero hay momentos en que hay que poner algún límite más elevado. Querer es también respetar y así se lo intento hacer entender a mis hijos. Por las buenas, con ejemplos, con palabras. Porque de lo que estoy convencida es que no voy a recurrir a otros métodos de crianza.
Me siento tan triste y a la vez frustada por ser incapaz de transmitirle a mi hijo todos estos valores. Es cierto que es un niño muy bueno y tiene muy buenos sentimientos pero como decía al principio, la soberbia está siendo demasiado frecuente últimamente.
Recuerdo un reportaje que vi hace muchos años en el que una adolescente recriminaba a sus padres el que no le hubieran puesto límites cuando era pequeña. Dicen que la educación (que no adiestramiento, que no se me malinterprete) de los primeros años es clave para un futuro no tan lejano. Quiero que mi hijo me quiera, pero también quiero que me respete. Y ahora mismo mi colapso mental me impide encontrar una solución.
