Revista Opinión

Triunfamos

Publicado el 05 marzo 2020 por Carlosgu82

De saber que sería el último momento habría prestado más atención a los detalles, aunque mejor fue desconocerlo, ya que tal vez hubiese llorado desde antes y no habría disfrutado la velada como lo hicimos esa noche. Llegué cansada de un trabajo que no necesitamos pero al que asisto disciplinadamente para no sentir que envejezco. Él, en cambio, se retiró prematuramente para luchar contra las secuelas de un infarto y luego enfrentar una prostatitis aguda que amenazaba con quitarle la vida. ¡Siempre lo admiré por su invencible sentido del humor!, en cada momento difícil él me susurraba que ese era su arma secreta para vencer enfermedades y problemitas domésticos, como les llamaba a las facturas pendientes o algún tubo roto. Cuando me veía preocupada por las cuentas atrasadas, él solo sonreía, salía a la calle, conseguía algún trabajo circunstancial y traía el dinero faltante en pocos días. Ahora estamos pensionados, pero yo trabajo aún, según él, porque necesito motivos para amargarme.

Esa noche me esperó con vegetales horneados en baño de aceite de oliva y romero, un pan de maíz y miel y una botella de vino en la heladera. Puso la mantelería blanca y celeste que tanto le gustaba. Cuando entré a la cocina sentí el olor de un jardín borboteando en el hervor del sol, como él acostumbraba a anunciarme que faltaba poco para comer, de hecho, esa noche coincidimos en algún lugar de la frase. Nos abrazamos fuerte, sacó la botella de vino y sirvió en dos copas. Pregunté extrañada por el motivo de esa particular cena, pero solo decidió brindar por nada y por todo, me tomó del brazo y bailamos al son de una melodía que solo sonaba en su cabeza. «¡Steven!… el vino… el vestido» le dije, pero él me prometió comprarme otro y siguió bailando solo. Reímos y tomamos más vino. Esperé alguna noticia importante durante la cena pero esta transcurrió al ritmo pausado de las horas tenues hasta que me divertí sin expectativa alguna…ese sí que era su secreto. Steven era un hombre que no esperaba nada de nadie, «como no esperas nada, lo que te llegue es un regalo de algún Dios lejano cuyos latidos resuenan en tu corazón». Ahora pienso en esas palabras y en la atmósfera de sabiduría de donde se desprendieron.

«Somos una pareja contestataria, muñeca de oro». Esas palabras significaban que el vino ya rebosaba su cabeza. «¡Estas borracho!» le dije con picardía, pero volvió a la sentencia con un rostro solemne: «En serio, muñeca de oro, somos una pareja contestaría». Siempre regresaba a los días turbios que generó nuestro amor interracial en una sociedad aún no preparada para la alegría perenne. Yo lo dejaba repetir sus historias de sufrimiento y espera porque todas terminaban en el triunfo de este presente conquistado con valor y coraje. Cuando creía que la velada terminaba, fue a la cocina y de la vinera sacó la botella celosamente conservada por años. «¡Steven, te volviste loco!…faltan dos años para las bodas de oro». «Quiero abrirla hoy, sin testigos, solo los dos» No podía creer lo que veía, hizo que el corcho crujiera y que el olor inundara de promesas el ambiente, Steven paladeó el vino y susurró que había mejorado con el tiempo, como nuestra relación. Bebimos y recordamos con el fluir del licor las incidencias más insignificantes de aquella humilde celebración de bodas, hace ya cuarentaiocho años. Nos besamos como antes. Yo estaba cansada, le invité a la habitación para dormir desnudos y abrazados toda la noche, era la forma sexual de relacionarnos en los últimos años y que disfrutábamos tanto como aquellas inagotables jornadas nocturnas de la juventud. Pero comenzó nuestra canción favorita, Triunfamos de Los Panchos, y me pidió que me adelantara, que él iría después. Fue a su sillón de siempre, sorbió el último trago de vino, cerró los ojos y se concentró en la canción.

No fue hasta casi el amanecer que mi cuerpo despertó extrañando a Steven, fui a buscarle pero solo encontré su cuerpo abandonado en el sillón de siempre, sin esperar nada, y con nuestra canción favorita repitiéndose incesantemente.


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