El proceso de selección de presidente para los Estados Unidos debe llamar nuestra atención no porque seamos lacayos del imperialismo, sino porque, según quien gane, nos espera una relación marcada por el talante, la voluntad, la animosidad o la ignorancia de quien resulte elegido.
Lo paradójico es que, a pesar de las consecuencias que nos pueda traer la victoria de una u otra persona, a los presidentes de los Estados Unidos no los eligen por lo que piensen de nosotros ni del resto del mundo, sino por lo que le ofrezcan a un electorado que exige primero que todo respuestas a sus problemas y sueños inmediatos. Solo que, después de elegido, el presidente termina por verse abocado a decidir sobre materias como las de política exterior que, aunque no hayamos podido votar a favor o en contra, pueden llegar a afectar nuestro destino.
Después de las declaraciones explosivas en contra de las mujeres, los mexicanos y los prisioneros de guerra considerados como héroes en los Estados Unidos, cualquiera habría podido pensar que Donald Trump iría a dar al lugar más bajo en la tabla de las encuestas. Pero se trepó al sitio más alto y con esa aureola llegó al primer debate de su Partido, circunstancia que dispara las alarmas sobre el ánimo y los sentimientos de buena parte del electorado conservador de la unión americana.
Ya era previsible que, al terminar los dos períodos de un presidente demócrata, hubiese muchos políticos dispuestos a volver cuanto antes a las definiciones tradicionales de lo que según el ideario republicano deben ser los Estados Unidos, con sus consecuentes implicaciones internacionales. En otras palabras, muchos estarían animados a revertir procesos adelantados por un presidente de origen parcialmente africano, que en contra de la lógica tradicional impulsó políticas sociales como la de la salud, obró generosamente con los inmigrantes no europeos, terminó con el aislamiento de Cuba y llegó a acuerdos con Irán.
El retorno de los Bush, para intentar la continuación de su dinastía, era de esperarse. Ellos representan una forma de entender y de jugar el juego del poder al interior de los Estados Unidos y también de interpretar la misión histórica que creen les corresponde cumplir en el mundo, a pesar de lo evidente de sus equivocaciones, contra las cuales están ahora astutamente dispuestos a manifestarse. También era previsible que de otros nidos tradicionales salieran candidatos listos a impulsar el retorno del péndulo hacia el lado conservador, espantados ante el remolino de la continuidad demócrata, con una presidencia de Hillary Clinton.
Solamente Los Simpsons, la sarcástica y a la vez profética serie de televisión que ha logrado acuñar personajes públicos de la vida real, pudo superar la imaginación de los políticos tradicionales y se adelantó quince años cuando en el 2000 predijo en uno de sus programas que Trump sería presidente de los Estados Unidos de América y se atrevió a advertir que Lisa Simpson, según la misma serie sucesora de Trump en la presidencia, encontraría el país en quiebra – http://bit.ly/1PdQL7z -.
Cuando la semana pasada el candidato millonario embistió a “trompadas” verbales a la presentadora del debate, a sus competidores y a la audiencia, puso a circular reflexiones, dilemas y propuestas que desdicen de los admirables principios fundacionales de la unión norteamericana. Y el asunto no es para reírse, porque puede desatar una competencia de discursos agresivos contra todos aquellos que, en un país de inmigrantes, se puedan considerar inferiores, sea por su condición étnica, de género o de capacidad económica.
La irrupción de un candidato al parecer convencido de que el dinero lo puede todo, y de que la capacidad para conseguirlo confiere credenciales de “pantocrátor”, es decir de señor con derecho a reinar sobre toda la creación, pone a prueba la sensatez de republicanos y demócratas. Los militantes de ambos partidos tendrán que manifestarse sobre el discurso y los modales políticos de Trump. También tendrán que definir las fronteras de un debate que debería evitar cualquier persecución a un grupo social y culparlo de los infortunios de una sociedad cuyo destino depende de los actos y el compromiso de todos.
Via:: Colombia