Revista Cine
Las imágenes iniciales del film, nos recuerdan más a una película de acción que a una historia de ciencia ficción. Una realidad que sin darnos cuenta, se convierte en una pura fantasía de colores y líneas fosforescentes sobre un fondo oscuro, casi negro. Sin duda, al margen de las secuencias de peleas y rebotes que se producen a lo largo de la narración de esta odisea de opacos transparentes, lo que más llama la atención de esta secuela de Tron (1982) es la magnificencia de sus decorados, con ciudades envueltas en nubes y ascensores y plataformas que suben y bajan, por no hablar de la mansión de Kevin Flynn (Jeff Bridges) donde toda ella es puro diseño zen. Pero ¿qué es Tron Legacy? pues en el fondo, esta película futurista no es sino una historia de aventuras dirigida a un público juvenil, que contiene todos los ingredientes clásicos del género. Aquí, el protagonista, Sam Flynn (Garret Hedlund) va en busca del padre perdido (Jeff Bridges), y en el camino, se encontrará con la chica de la película, que en este caso, no es otra que una guapa de ojos profundos Quorra (Olivia Wilde). En ese afán de búsqueda se suceden las clásicas escenas de acción y peligro que toda buena película de acción debe contar, y que en Tron Legacy se desarrollan en el más puro mundo digital, con efectos especiales de todo tipo, claramente dirigidos a impresionar a un nada fácilmente impresionable público juvenil harto de consumir videojuegos en tres dimensiones. De ahí, que más allá de resaltar el escasamente original impulso narrativo que atesora la película, sí cabe sin embargo, hacer mención a ese homenaje a películas como La Guerra de las Galaxias y sus naves suspendidas avanzando por el espacio, que visualmente nos producen una sensación de tranquilidad y que sirven de reposo en la búsqueda de la salvación, pues la misión de Garret no va a ser otra que la de sacar a su padre Jeff Bridges del juego que el mismo ha creado, como reflejo de la maldición del creador devorado por su propia creación. En este sentido, el bien y el mal, y el ying y el yang, vienen reflejados en la dualidad del personaje que interpreta Bridges que también en esta ocasión retoma la interpretación de los años ochenta en su doble cara: Kevin / Clu, su álter ego juvenil y rebelde que se opone a que el bueno de Kevin abandone el universo del juego en el que se hallan inmersos. Y por otro lado, hay que destacar la magnífica música del film, que corre a cargo del grupo Daft Punk, y que consigue inundar de grandes dosis de buena música electrónica muchos momentos de la película, y que alcanza su zénit, en las secuencias del club donde se produce uno de los enfrentamientos de buenos y malos, y en el que los pinchadiscos son unas réplica robotizada de los primeros Kraftwerk. En definitiva, Tron Legacy viene a cubrir en estas Navidades, las expectativas de un público juvenil que abarca desde los 8 ó 9 años en adelante, y que a pesar de que no sean conscientes de ello, el mensaje al que se verán expuestos, no se diferencia mucho del que ya contenía Indiana Jones, pero esta vez, la odisea se presenta envuelta en opacos transparentes.