Hay días que me levanto con unas ganas terroríficas de inmolarme, cibernéticamente hablando. Hoy es uno de esos días en los que me comería a Carlos González por camorrista, me sublevaría contra la apropiación indebida del término apego o, por qué no, me lanzaría a daros mi opinión sincera aunque voluble del sistema educativo alemán. Cierto es que temo en particular despertar la ira de mi querida Gremlin que previsiblemente se verá en la obligación de discrepar con vehemencia. Sólo espero que lo que ha unido un #hashtag no lo separe una mera desavenencia.
Ya les hablé en su día de la burocracia del sistema escolar alemán, de los horarios y de las opciones extraescolares que nos ofrecen. Mencioné someramente el tema de la criba a los diez años pero no les di mi opinión sincera. Quizá porque ésta ha demostrado ser algo veleta y dónde hace unos años decía digo ahora digo Diego. Con la cabeza bien alta. Eso siempre.
La primera vez que me hablaron del sistema de selección darwiniana que se aplica por estos lares me indigné en extremo. Si no llega a ser porque estábamos en un refugio en los Alpes bloqueados por una nevada épica, hubiera dejado al padre tigre plantado allí mismo con su Hauptschule, su Realschule y su Gymnasium.
Resulta que los alemanes, esos señores tan organizados y con tanta inercia que cada vez que echan a andar resultan muy difíciles de descarrilar, en un alarde de ecuanimidad y justicia divina, dividen a los escolares en tres grupos al finalizar cuarto de primaria. Un 30% de los niños irá al Gymansium, harán la selectividad y podrán ir a la universidad, otros 30% irá al Realschule y tendrá acceso a estudios de formación profesional de gama alta y el 30% restante irá al Hauptshcule y podrá cursar estudios de FP similares a los españoles.
Aquí es cuando cualquier español pone la voz en grito. Se nos llena la boca con palabras como injusticia, barbarie, desatino y todo improperio pertinente. Cuando a uno se le pasa el sofoco inicial acierta a verle ciertas bondades al sistema. La idea no es privar a unos de las posibilidades de otros sino darle a cada la uno las mejores opciones para ganarse la vida de manera digna y satisfactoria. En Alemania, tener un título universitario son palabras mayores y cualquiera laureado con semejantes honores tiene unas expectativas laborales infinitamente superiores a las de cualquier licenciado español.
De hecho, la mayoría de los puestos con los que muchos universitarios españoles se darían con un canto en los dientes en bancos, departamentos de marketing, asesorías de impuestos o gestorías, por poner un ejemplo, son ocupados por estudiantes de la rama media que han cursado unos estudios específicos y estupendos para eso mismo. Titulaciones éstas que no existen en España y que, sin embargo, proporcionan una formación muy adecuada para desempeñar trabajos de mucha valía.
Los alumnos del Hauptschule tampoco salen tan mal parados con sus formaciones profesionales dirigidas a oficios como la carpintería, técnicos en electricidad, fontaneros, etc. Estos oficios son muy respetados y valorados, el alemán entiende la necesidad de que todos los servicios, desde los más sofisticados hasta los más básicos, estén cubiertos por profesionales formados y respetados.
Por supuesto, siempre hay formas de reengancharse a una rama superior pero éstas requieren tiempo y dedicación y sólo los más motivados conseguirán dar ese salto.
Visto así la cosa no parece tamaño atropello. La división, como cabe esperar, se hace en función de las notas y, en particular, de tres notas: Alemán, Matemáticas y HSU que viene a ser una mezcla de sociales y naturales. Si no me equivoco es eso que ahora se empeñan en llamar conocimiento del medio.
En según que regiones el colegio propone y el padre dispone. Es decir, aunque tu hijo no llegue a la note de corte tú puedes pasártela por el forro y meterlo en el Gymnasium con calzador si consigues que alguno le acepte. En Baviera, donde tenemos fijada la residencia tigre, no es así. Tu hijo tiene la nota de corte o no la tiene. No hay más que hablar.
Lo tomas. O lo dejas.