Seré breve. Truman (2015) es la séptima película de Cesc Gay, quien ejerce también, como de costumbre, de autor del libreto. Desde que abordó el terreno del largometraje en el año 2000 con Krámpack, aquel sencillo y sincero retrato adolescente, el cineasta catalán ha ido depurando su estilo hasta despojarlo por completo de formalismos, decidiéndose a apelar directamente a las emociones a través de lo estrictamente narrativo: los personajes; sus pasados, sus presentes y, en este caso, lo complicado de sus futuros.
El equipo de Truman en el Festival de Cine de San Sebastián
Truman es, por ello, una película humilde y tremendamente valiosa. Sincera, como lo era Krámpack. Y son dos los pilares fundamentales que la sostienen: un guiondepurado, de brocha fina, canónico pero nada simplista, y unas interpretaciones (tanto de la pareja protagonista como de la sorprendente retahíla de secundarios que acredita el film) que hacen más que justicia a los personajes ideados por el director barcelonés.
Ahora bien: es sabido por todos que no hay dos sin tres. No debe dejarse pasar el hecho de que es la direcciónde Cesc Gay, quien opta por la “invisibilidad”, sin intención alguna de hacerse notar con planos cenitales o montajes expresivos, la que favorece y solidifica a esos dos pilares; es ésta la tercera pata de una mesa que, de tan sólida, no necesita de una cuarta para mantenerse sobradamente en pie.
En una frase: Lloré con Julián, reí con Tomás y aluciné con Ricardo y Javier.
Pelayo Sánchez