En los últimos días no ganamos para sustos. A la barbaridad genocida de Israel le sumamos los ataques militares de Estados Unidos contra objetivos iraníes que nos han puesto los pelos en punta. Las ganas de autodestrucción de esta especie no es ni medio normal. Desde los pasillos del Pentágono aseguran que se trata de una respuesta «limitada y proporcional», un castigo quirúrgico a los que ellos dicen son instalaciones relacionadas con la Guardia Revolucionaria y grupos armados alineados con Teherán. Viniendo de los que veían armas de destrucción masiva en Irak como don Quijote gigantes en La Mancha no es que resulte muy tranquilizador. Sin embargo, visto como está el avispero de Oriente Medio hay algo que ya no sorprende: esta guerra no empezó ayer, ni va a terminar mañana.
Lo que estamos viendo ahora no es el inicio de una guerra, sino la continuación de una que nunca se detuvo del todo en las últimas décadas. Estados Unidos e Irán llevan años jugando al gato y al ratón en Siria, Irak, el Golfo Pérsico e incluso en el ciberespacio. No lo llaman guerra porque no conviene, pero hay soldados muertos, ciudades destruidas y millones de personas viviendo entre amenazas cruzadas. Lo de ahora es solo una página más de un libro que no deja de escribirse. Mientras tanto, el resto del mundo mira de reojo, preocupado por las consecuencias colaterales. Suben los precios del petróleo, tiemblan los mercados, y muchos líderes internacionales cruzan los dedos para que la sangre no llegue al río. Porque si a Irán decide se le ocurrr cerrar el Estrecho de Ormuz —por donde pasa una quinta parte del petróleo mundial—, el impacto se sentirá incluso en la factura de la luz de tu casa y eso duele, ¿verdad?.
No es casual que estos ataques lleguen en plena crisis global. Gaza arde. Yemen lanza misiles. Israel está en modo asedio con su ansia genocida desatada. Y Hezbolá amenaza con incendiar el norte si la presión no cesa. En ese contexto, Irán mueve sus peones y Estados Unidos reacciona como quien no quiere perder el control del tablero. ¿Defensa legítima o provocación calculada? Cada quien elegirá su interpretación allá con cada cual. Pero lo que está claro es que esto no es solo un conflicto militar: es un pulso político, energético y hasta simbólico. Un mensaje que se lanza con misiles, pero también con cámaras, titulares y silencios.
Desde este rincón del mundo donde tratamos de entender lo que ocurre sin corbatas ni banderas, solo podemos mirar con atención y pensar. Pensar que detrás de cada explosión hay familias, ciudades, historias interrumpida vidas inocentes perdidas… . Pensar que en los despachos donde se planifican estas operaciones no se escucha el llanto de los civiles ni el dolor del hambre. Y qué puedes hacer? Pues piensa que aunque no podamos parar los misiles, sí podemos no tragarnos todas las versiones sin pestañear porque estar informados no cambia el mundo, pero sí nos cambia a nosotros. Y eso, a veces, es el primer paso
