Como la cansina cotidianidad política en la 13 Rúe del Percebe nacional apenas daría para un par de líneas y no quisiera ser yo tan escueto, me ha dado hoy por fijarme en lo que pasa estos días en Estados Unidos. Puede que haya sido su dorado pelo al viento esta vez colocado en su sitio, el mohín impaciente, los ojos entrecerrados y el dedo acusador. En efecto, hablo de él, del showman de la televisión sobre el que los siempre perspicaces y corrosivos Simpson ya vaticinaron en 2000 que algún día pisaría el despacho oval de la Casa Blanca.
Aún no lo ha conseguido pero acaba de dar un paso de gigante en esa dirección al ser nominado por la convención republicana. Eso es lo que me da miedo de alguien que vocifera como un energúmeno sobre el terrorismo yihadista o sobre la obsesión del muro que se le ha metido en la cabeza levantar en la frontera entre su país y México. Pienso para mi que alguien que tiene que gritar y gesticular de ese modo para exponer sus ideas - vamos a llamarlas así por conveniencia y economía - es que o no las tiene todas consigo o es un fanático del que sería conveniente alejarse lo más posible. Cuando este personaje salido literalmente de un reality show titulado "El Aprendiz" anunció que lucharía por la nominación republicana a la Casa Blanca pensé que no llegaría muy lejos en sus aspiraciones y que pronto se le opondría alguien que le obligaría a volverse por donde había venido. Me equivoqué, varios se le opusieron y todos terminaron arrojando la toalla más pronto o más tarde. No advertí que son precisamente esa aureola de predicador enloquecido y su magistral dominio de los medios lo factores que le ha hecho ganar la candidatura.
Pero que yo no supiera ver eso no tiene ninguna importancia. Sí la tiene en cambio que los grandes medios norteamericanos, los de referencia, las biblias del periodismo, se lo tomaran a pitorreo cuando en realidad estaban ante un fenómeno mediático de primera magnitud que ninguno de estos gurús periodísticos supo ver. Cuando cubrían sus actos de campaña lo hacían más bien con la idea de que dijera alguna patochada de las suyas, de que insultara a alguna periodista o a los hispanos o a los afroamericanos o a las musulmanes. Era carne de televisión, de redes sociales y de grandes titulares y eso vendía periódicos, incrementaba las audiencias y convertía en virales sus disparatadas declaraciones y las reacciones de sus seguidores y de sus detractores. Un gran circo mediático que los sesudos analistas norteamericanos ignoraron alegremente mientras el dueño del circo acumulaba seguidores entre la América más profunda, conservadora y patriotera y ganaba nominaciones en un estado tras otro.
Ahora sólo cabe contener la respiración y aguardar a lo que ocurra en las elecciones presidenciales de noviembre. Serán unas elecciones inéditas en Estados Unidos porque serán las primeras en las que una mujer aspira a la Casa Blanca y un magnate de discurso xenófobo, beligerante y unilateralista represente a la derecha tradicional del país. No me calentaría ni mucho ni poco lo que se decida en esa contienda electoral si no fuera porque esa decisión puede tener unas repercusiones u otras en millones de personas más allá de las fronteras de Estados Unidos. Dicen ahora algunos analistas que a la estrella de la tele no le quedará más remedio que moderar su discurso para atraerse a los indecisos y robarle incluso votos a los demócratas. Puede ser pero la cuestión no es esa, sino cuánto tardaría una vez en el despacho oval en despojarse de la interesada piel de cordero para ser el lobo que a todas luces es y cuyas arengas filonazis tanto terror empiezan a producir. Ahora ya no hace gracia a quienes antes lo consideraban un payaso sin posibilidades, ahora aterra.