Aunque en inglés Trump significa triunfar, por extensión ser triunfador, y también trompeta, el apellido pronunciado en español del candidato republicano a la presidencia estadounidense dice lo contrario y recuerda más a trampa y tramposo, lo que podría ser la verdad, como acaba de comprobar el New York Times.
Una de sus periodistas más brillantes en información económica, Susanne Craig, ha elaborado un rotundo informe según el cual el magnate inmobiliario, de los casinos y de los concursos de belleza de los que cosecha esposas, le ha ocultado a los ciudadanos sus enormes deudas.
En su “Donald Trump’s Empire: A Maze of Debts and Opaque Ties” Craig señala que debe al menos 650 millones de dólares, y que miente al reconocer solamente la mitad. Igual que con su fantasiosa “Trump University”, acusada de numerosas estafas.
También jura haberse labrado su fortuna, cuando fue multimillonario de nacimiento, y niega información sobre algo sucio que empieza a divulgarse: ha arruinado a miles de inversores en sus múltiples quiebras.
Los 650 millones pueden ser solamente parte de esas deudas con unos 500 bancos y empresarios, incluyendo chinos y rusos corruptos –revelados también por el semanario Time--vinculados a Vladimir Putin: ambos se han expresado aprecio.
Sus hoteles y edificios emblemáticos como la Trump Tower neoyorkina podrían estar, si no totalmente hipotecados, al menos en manos de otros propietarios de los que él ahora sería testaferro.
Tras analizar la autobiografía de Trump la misma Craig, finalista del Pulizzer por su trabajo en equipo sobre el desastre Lehman Brothers, lo retrata como una mezcla deliberada de las hermanas Kardashian, el KuKluxKlan y sus casinos quebrados.
Recordémoslo en su reality-show “You're Fired”, Estás despedido: es un peligroso histrión de alocada agresividad, que dispara sin preguntar y goza destruyendo a sus inocentes y bobos seguidores.
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SALAS