Carolina Villegas
La promesa electoral de Trump fue “hacer que América sea grande otra vez”; y eso se traduce como volver a la doctrina Monroe con la debida e indiscutible fuerza que EEUU cree poder ejercer sobre su “patio trasero”. En la última década, ese patio trasero había estado fuera de control con la gran influencia de Chávez sobre los países sureños y el caribe. Esta situación, en plena guerra con el oriente medio para buscar petróleo barato, había que buscar ponerla nuevamente en cintura. Así que poco tiempo después, a la molesta Venezuela el rubio presidente de Estados Unidos exige que Maduro debe dejar la Presidencia. La verdad es que hicimos caso omiso porque, ¿quién es este enfluxado que nos viene a dar órdenes?Para Trump, Venezuela no requiere más que órdenes que deben cumplirse con rapidez. En este punto del comienzo de su histórico mandato supremacista, el viejito rubio esperaba que se cumplieran simple y rápidamente sus mandatos como Presidente de todas las Américas y gran parte del Mundo. ¿Para qué gastar armas en un país enfrentado, polarizado y odiándose, tal como le informaron sus lacayuelos? Debe haber sido muy divertido observar la cara con ojos suplicantes y de falsa amargura de un tipo como Ramos Allup, o de mirada falsa y ladrona como la de Ledezma, mientras esperaban el momento de hacer el pezcueceo servil cuando se asomara el hombre que consideran el más poderoso del mundo, para que los ignorara y los pateara con su arrogancia.
Trump se dio el tiempo de probar el límite de la incompetencia de los más “duros” de la política venezolana en el año 2017, como Requesens, Smolansky, Guevara, Pizarro y otros más; y no tuvo el cuidado de evitar la fotografía con la Tintori aquella vez en la Casa Blanca, quien cometió el error protocolar de presentarse ante un presidente conservador con unas lycras negras. Daba igual lo que Lilian usara, pues el efecto sería el mismo: empavaría los resultados esperados.
Si bien Trump ha sido fiel a su estilo de hombre falso y doble cara con el pueblo; es decir, simpático y seductor, al mismo tiempo que patán y embaucador, también ha sido fiel a su estilo de hacer negocios: “Pido cualquier cosa que pueda obtener. (…) Llevando a la gente al borde de romper las negociaciones, pero sin romperlas. Los empujo al máximo de lo que pueden aguantar (sic) y obtengo un mejor trato que la contraparte” (Entrevista a la revista Playboy en 1990). Así que, siguiendo esa astucia negociativa basada en la fuerza, es natural que haya prometido que México pagaría el muro, y Venezuela saldría de Maduro porque sí. Entonces Trump varió la negociación: obtendría más por menos.
Para Trump Venezuela es un mero negocio, del cual se puede obtener mucho o poco para los Estados Unidos. Todo depende de la fuerza que movilicen quienes participan de su juego de casinos y le procuren de manera más fácil un cierre de negocios más eficiente. WhiteDog no es lo más seguro que puede tener Trump en este festín de negocio, sino la debilidad que genera el imperialismo en las relaciones capitalistas. El miedo de las empresas en perder espacios y negocios es lo único que sostiene la relación Trump-WhiteDog; una relación fuerte y segura, basada en la asimetría comercial generada por las desproporcionadas fuerzas del capitalismo fundamentado en el imperialismo. No son pueblos amenazados, sino empresas y negocios que pierden espacios en la relación comercial que pueden generar los países. Eso todo el mundo lo sabe.
Trump llama “violencia controlada” a su método para conseguir que la gente que lo rodea haga un mejor trabajo. “A veces eso funciona mejor que nada. En realidad no tengo un mal carácter. Yo lo llamo violencia controlada. Me enojo con la gente por incompetencia. Me enojo con la gente a la que le pago mucho dinero y no son listos al trabajar para mí. Es una razón por la que lo hago mejor que todos. Eso es parte de por qué soy tan exitoso” (ver la entrevista realizada por David Hochman para Playboy en 2004). Así que no extrañaría imaginar los gritos que da en vivo y en directo a sus inanimados WhiteDog y respectivos espantapájaros. En Venezuela tenemos una serie de hábiles políticos que juegan a parecer estúpidos en ese juego de ruletas. WhiteDog, con su muy bien administrada cara de pendejo, basado en un mantra que a duras penas sostiene entre la palabrería rápida e ininteligible, ha sabido soportar los gritos con los que Trump le hace mover a su capricho.
Actualmente, gracias a las globalizadas agallas de unos inefables venezolanos que gustan del juego de roles impuesto por Trump para utilizarlos a su mejor parecer, el rubio viejito ha obtenido a Citgo como un importante activo de PDVSA en norteamérica. Así, Trump cumple a cabalidad su estilo de doble cara o, lo que es lo mismo, de estafador o delincuente de cuello blanco: traiciona al estado que paga en fiel cumplimiento, y se relaciona con los estafadores de poca monta que él mismo coloca como usurpadores. No nos extrañará que, una vez utilizados sus amigos espantapájaros, los deseche luego de unos buenos gritos por incompetentes.
La incompetencia de la oposición venezolana la condena a su propio fracaso. También el sentimiento entreguista y traidor. En el supuesto negado de su triunfo histórico, el camino que recorrerían es corto y amargo, pues nada es tan efímero como el interés propio y egoísta, sin posibilidad ninguna de trascender. Tras los dólares que parecerán muchos en sus manos, pero pocos frente a cuanto entreguen a Trump, quedará la marca sucia de sus acciones, y no tardarán en traicionar a quien ahora ven como su hombre fuerte. Sólo que esa traición llegaría a destiempo y Trump ha tomado desde hace mucho su previsión al respecto. Con ellos, Trump nunca podrá mostrarse menos que inseguro, y no lo culpo: todo malo es cobarde.
Trump, ningún venezolano o venezolana de fuertes raíces te admira. De vaina, y eres rico. No tienes la grandeza que acompaña nuestra historia. Puedes quedarte con tus perros alfombreros y la carroña podrida que te coloquen a tus pies. Tus babas de emoción por los negocios no nos mueven. Jódete.
¡NO VOLVERÁN!
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