Grotesca cumbre y fracaso del supremacismo humano
La “humanidad” y el total de lo viviente en la tierra, se halla ante la mayor crisis y encrucijada de la historia, la climática y ecológica, que plantea un posible colapso ecosocial y una amenaza de extinción en este siglo a tenor de numerosos informes institucionales, en un escenario de aceleración galopante de procesos más allá de todo lo esperado, donde ya hemos superado en 2024 los 1,5º de media de aumento de temperaturas temidos para fin de siglo, un escenario ante el que el total de gobiernos del mundo, los de izquierdas incluidos, miran para otro lado, con medidas en el mejor de los casos cosméticas y en el peor de los casos fanáticamente contrarias a todo cuanto podría aminorar la ya inevitable catástrofe climática que viene: aumento de productos alimentarios de origen animal, de combustibles fósiles, de extractivismo y sobreconsumo delirante, o sea de todo lo que nos lleva al abismo inminente.
En palabras de Antonio Guterres, secretario de Naciones Unidas, tenemos “el pie en el acelerador en la autopista al infierno climático” y la extinción. Las diversas políticas humanas se diferencian por tener el pie en acelerador más o menos fanáticamente, pero todas ellas pisan el acelerador, ninguna habla de lo que haría falta, según la ciencia de mayor consenso, para aminorar el colapso inminente: transición a dietas basadas en pantas y decrecimiento profundo de todos los consumos, extractivismo, producción, transporte, urbanización y ocupación terrestre, y estabilización voluntaria de la población, sobre todo en países ricos.
En semejante escenario tenemos un retorno triunfal de Donald Trump al liderazgo de la mayor potencia del mundo: el mayor fantoche, fanático y mentiroso conocido, y delincuente reconocido, que basa su estrategia en la desinformación radical, un superrico que ha hecho fortuna con la especulación urbanística, un personaje de reality show.
Su “asesor para todo” va a ser otro fantoche mediático si cabe aun más peligroso: Elon Musk, la persona más rica del mundo, con 250.000 millones de dólares de fortuna (en noviembre 2024) equivalente a un sexto de PIB español y un 1% de PIB de USA, que domina un imperio empresarial sin precedentes que abarca desde la carrera espacial (SpaceX) y los coches eléctricos (Tesla) a la mayor red de satélites de la historia (Starlink) y la red social X, antes Twitter, pasando por proyectos delirantes como Neuralink (de implantes para neuroestimulación directa del cerebro en la comunicación con máquinas) así como cofundador de Paypal, Hyperloop, y OpenAI entre otros. Padre de 12 hijos, Musk es un tránsfobo que ha repudiado a su hija trans. Una “nueva estrella” que parece apuntar hacia próximo presidente de los Estados Unidos y que va a poner al imperio estadounidense al servicio del suyo propio.
Grotescos epítomes del supremacismo humano
Trump y Musk son dos epítomes de hombre blanco heterosexual tránsfobo, machista, racista, colonial, supremacista, superrico, dos fantoches mediáticos que representan la desinformación radical y la movilización de afectos bajos en las masas. Pero son también un síntoma paradigmático que marca una inflexión de epocal donde el poder de las grandes corporaciones tecnológicas, cuyo epicentro ha sido Silicon Valley y había estado hasta ahora ligado, supuestamente, a un discurso democrático por la diversidad y la emancipación, muestran su verdadera cara neofascista y anarcocapitalista, interesada solo en el beneficio ilimitado de unas élites y en el delirio de control total y de supremacismo fanático.
Trump y Musk representan el fracaso de la empresa humana, el triunfo de la desinformación tóxica al servicio del negacionismo climático y de recortes de derechos en aras del enriquecimentos de minorías blancas, precisamente en medio de la última década que se planteaba como ventana de acción para evitar un cambio climático catastrófico.
Trump y Musk representan la doble fórmula y doble cara del neofascismo global por el que los estados se convierten en títeres de megacorporaciones que todo lo abarcan, desde la carrera espacial, la IA o las comunicaciones, al transporte o la salud. Musk, en los últimos dos años, ha tejido una tupida red de alianzas con los gobiernos ultraderechistas del mundo, desde Milei (que ha puesto Argentina al servicio de cuantos recursos que Musk necesite para las baterías de sus coches a costa de devastar ambientalmente el país) y Bolsonaro a Orban, Meloni, y Putin: con este último tiende la mano a enemigos tradicionales de EEUU mostrando hacia donde va el nuevo orden geopolítico: conglomerados transnacionales neofascistas e hipercapitalistas que exceden al Estado Nación tal como lo conocemos.
Se tiende a un desmontaje del Estado, como avanza Milei en Argentina, una desregulación total en la que desaparece toda protección ambiental o de derechos sociales. Esta desregulación sigue el imperativo de la «disrupción«, que en el argot de las corporaciones tecnológicas implica introducir en la sociedad tecnologías de gran impacto (como el smartphone, el Big Data o la IA) que exceden los marcos regulatorios, avanzan y se instauran sobre vacíos legales que si acaso se intentarán cubrir décadas después cuando ya es demasiado tarde. Pero al mismo tiempo se instrumentalizan los restos de los Estados y el gasto público por ejemplo en aras de la militarización.
Musk es la cara populista más cruda de una cultura llamada «transhumanista» (pero en realidad trash-humana and hyperhumana) que, en su apuesta por la “mejora tecnológica” de la humanidad se queda enfangada en los peores mitos del humanismo más rancio y totalitario, mientras crea un planeta basura al borde del colapso. Ahora se ve cuan peligrosa fue su estrategia de compra de Twitter para manipular la opinión pública mundial. Entramos en los estertores finales de unas culturas de la dominación que han convertido el planeta en un festín al servicio de fantoches egocéntricos y ridículos que triunfan precisamente por serlo, seguramente con una estrategia mediática cuidada, y doblemente peligrosos por ello.
Trump es la imagen más grosera y descarnada de un conservadurismo más clásico vestido de exabruptos machistas y racistas y que es capaz de convertir la política mundial en un reality show permanente (que quizás siempre fue). Una política de puros afectos homogéneos diseminados en medios de masas y ahora con la ayuda de bots y algoritmos tóxicos en redes de desinformación masiva.
Son las dos caras de una misma moneda que al fin muestra su alianza. Una alianza con más ramificaciones, como la de Jeff Bezos, fundador de Amazon, que también ha dado un giro trumpista y vetó en la campaña que el Washington Post, del que es accionista mayoritario, apoyase a Kamala Harris.
Efectos y contexto del grotesco colapso
¿Qué efecto tendrá, pues, la fórmula Musk + Trump? Aun sin contar con posibles efectos en cascada reforzando tsunamis neofascistas por todo el planeta cabe esperar un acelerón aun mayor en la autopista hacia el colapso ecosocial y la extinción.
Pero a la hora de plantearse las respuestas urge entender el contexto sistémico para ese triunfo de la desinformación y del supremacismo fanático y negacionista. Se trata de una fase posiblemente final de un proceso milenario por el que las civilizaciones sedentarias, basadas en la explotación de la vida, se cimentan en una profunda alienación, una cultura de cuerpos atrofiados y atomizados ahora en puntos fijos de visión, ese paradigma sensorial inventado en el Renacimiento y que subyace a cada interfaz, cámara o pantalla de la actualidad (como se expone en Ontohackers). En esta sociedad del espectáculo se ha perdido la conexión corporal y el movimiento. En lugar de relacionarnos en movimiento entre nosotres y con los ecosistemas hemos impuesto al planeta la misma atrofia alineada que rige nuestras relaciones homogéneas. Hemos sustituido biodiversidad por monocultivos ubicuos, también de humanos.
Como decía Marshall McLuhan «el medio es el mensaje». El problema no es solo el contenido sino la estructura sensorial homogénea y alineada de unos medios y modos de relacionarnos que nos separan y nos inmovilizan, cuyo epítome actual son la “redes sociales”, y que son sistemas de homogeneización sensorial herederos de la perspectiva lineal. La sociedad algorítmica sigue la estela de un representacionalismo donde se intenta suplantar la complejidad de mundo por un doble controlable hecho de datos cuantificables y representaciones manipulables. Siglos acumulados de estas economías de la representación y la alienación sensorial permiten el triunfo de la desinformación como corolario del fracaso humano que alimenta la huida hacia adelante del supremacismo fanático y suicida.
Prácticamente todas las políticas humanas actuales presentan distintos grados del mismo problema de fondo. El partido demócrata de EEUU, como cualquier centro-izquierda mundial, también reproduce unas políticas profundamente antropocéntricas, supremacistas y tecnocéntricas, que nos llevan al abismo. Es sobre todo cuestión del grado de fanatismo. Con el binomio Trump+Musk se trata de una apuesta más fanática y acelerada hacia el caos climático y el colapso. Una apuesta descarnada y sin paliativos que po otro lado quizás permita una resistencia más firme.
Ante un problema de tal magnitud la cuestión no es como evitar el colapso sino como compartir prácticas para que al menos unas pocas movilicemos una profunda transformación de los modos de vida mientras nos adaptamos al colapso que viene, tal como se plantea desde propuestas como la Metahumanista, la VegAnarQueer y la de Rebeldes Indignadas, para una teoría de cambio profundo, una interseccionalidad profunda y un decrecimiento profundo.
No se trata pues de aferrarse a la civilización agrícola-industrial-digital, de la explotación sedentaria y homogénea, de las granjas ubicuas (de humanos y no humanos), sino de movilizar alternativas radicales a todos esos modos tóxicos de habitar, movernos y relacionarnos, para recobrar una co-evolución con unos ecosistemas degradados, pero que quizás se regeneren lentamente durante milenios, siempre que no sobreviva al colapso la lógica supremacista que Trump y Musk representan.