Revista Opinión

Trump o globalización: la triste encrucijada del mundo

Publicado el 06 abril 2018 por Carlosgu82

Denostada por décadas, la globalización parece convertirse en el mártir de turno. Cómo y cuando el villano se volvió héroe.

La persecución de un niño a un pequeño puerco por las calles de un suburbio de Lagos atrae la atención de un turista norteamericano en busca de vivencias del mundo real, lejos de su freedom land natal. Los harapos que visten al púber y su obstinada terquedad en su afán por alcanzar a la bestia denotan que no la quiere específicamente como mascota. Nikon en mano, el extranjero inmortaliza el momento. “Hunger” es un buen título para esa escena, se dijo. Luego lo pensó mejor: “Globalization”.

Veintidós años pasaron de este acontecimiento y seguramente se repitan escenas similares a diario hoy. La reflexión implícita de nuestro casual corresponsal aquel día al rotular su obra maestra del periodismo marginal fue clara: la culpa de que ese chico tuviera hambre la tenía la globalización. Poco original conclusión. Por aquel entonces pensamientos de esa índole eran un dogma: ese conocimiento escasamente fundamentado pero tan insistentemente repetido que se vuelve sentido común. No había dudas en esos años de lo mala y nefasta que era la globalización. Así como Kevin Costner haciendo de hombre pez en Waterworld. Dulces noventa.

Esbozando una definición se puede decir que la globalización es un proceso mediante el cual se internacionalizan las relaciones de las poblaciones, de los grupos, de las personas. Las nociones de nación y los rasgos de pertenencia a un espacio se difuminan en una aparente mezcla homogénea que avanza por la superficie de la mano de los adelantos tecnológicos en telecomunicaciones y transporte. El capitalismo, reverso de esta postal, encuentra así el hábitat óptimo para conquistar todo tipo de mercados y movilizar los factores productivos a la pesca de ventajas comparativas.

Este fenómeno fue largamente condenado por décadas. La perdida de las vicisitudes de lo autóctono acarreaba también retrocesos enormes en los índices de pobreza y desigualdad. Los pobres no solo eran cada vez más, sino que además eran cada vez más pobres, en contraposición a esa ínfima porción de la población mundial monstruosamente rica. El reino de lo inversamente proporcional había llegado.

Pese a nuestra férrea convicción sobre los males que acarrea la globalización, hubo un momento en el que el paradigma cambió. No se puede precisar cuándo ni cómo, lo cierto es que nuestra actualidad así lo sugiere, al igual que los múltiples ejemplos históricos de tortilleos de la conciencia colectiva de la que somos coautores y victimas indistintamente. ¿Nos hallamos hoy ante una implícita reivindicación de la globalización? Veamos.

La respuesta a muchas de nuestras preguntas actuales es única e inequívoca: Donald Trump. Nuestro dilema sobre la globalización no escapa a esta lógica. Histriónico, controversial, lenguaraz. El increíblemente actual líder del “mundo libre” simboliza, exabruptos mediante, el resurgimiento mundial de las corrientes conservadoras, nacionalistas y aislacionistas. Un menjunje ideológico que se opone al intercambio indiscriminado entre los países, sea este de mercaderías o de individuos. Esto ya lo escuché y ya lo viví. Tiene un nombre. Globalización… ¿les suena?

Con el escenario planteado, las deducciones tendrían que ser fáciles. Ante lo difamada que está nuestra vieja amiga globalización, este personaje de jopo exuberante debe ser no menos que héroe, la comunidad internacional académica (y no tanto) debe  estar a sus pies. Pero, como ya dijimos, los dogmas de la conciencia colectiva cambian y allí vamos como mansas ovejas tras nuevos ideales. Donald Trump, lejos de ser un salvador, es un Satán con cuenta de Twitter. Ahora que vemos el costo que tiene preservar lo local, la globalización no nos parece tan aberrante.

Poner este dilema en términos políticos tradicionales no ayuda mucho. Trump es un personaje asociado a la derecha pese a oponerse a la globalización, la cual en su momento fue un estandarte de la derecha neoliberal de los ochenta. La izquierda progresista, así mismo, empieza a mirar hoy la libertad de flujo a nivel mundial con un atisbo de simpatía porque asegura, cuanto menos, la tolerancia y aceptación del otro, en un contexto en el que resurgen la xenofobia y las “cazas de brujas”. Tampoco se circunscribe este fenómeno a EE.UU. El “Brexit” británico, la arremetida catalana en España, y las grandes performances de las ultra derecha en las últimas elecciones en Holanda, Francia y Alemania son rostros de la misma familia. El “clima de época” parece sugerir eso, muy a pesar de que signifique la oposición radical al sentido común de veinte años atrás.

En esas parece ir el mundo actual y sus dramáticos cambios de valores, mientras que Donald, el rey de la retórica, le construye un muro literal a la globalización para convertirla en la novel mártir de turno. Si seguimos así, algún día, más pronto que distante, quizás los dogmas también reivindiquen a Trump. Good luck!


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