La elección de Donald Trump como Presidente ha resultado el mayor acierto de los votantes estadounidenses. Los resultados positivos se acumulan cuando estamos llegando al ecuador del primer mandato presidencial. Podemos desglosar cifras y datos de aquí a fin de año, y seguramente lo haremos con un optimismo general del que sólo escapan los demócratas más radicales de izquierdas incapaces de asumir el éxito de Trump.
Los datos son fríos y no proyectan una realidad incontrovertible que se ha instalado en el país desde que Trump entró en el Despacho Oval: estamos restaurando la Constitución de los Estados Unidos, retomando los fundamentos originales que siempre lograron que esta nación progresara y conviviera en paz. Donde Obama, Clinton y el establishment podrido de corrupción querían transformar la Constitución y convertirla en poco menos que papel higiénico, Trump se ha convertido en el héroe que ha salvado nuestra Constitución y la está restaurando.
Si se pregunta cómo este buen hombre, honesto, deslenguado, patriota, trabajador y gran Presidente, lo está logrando, déjeme exponer algunas de sus acciones presidenciales que han contribuido esencialmente a restaurar la Constitución: Con el nombramiento de jueces conservadores, constitucionalistas y originalistas. Esto ha sido y es determinante. Revirtiendo las oscuras y farragosas regulaciones del estado y propiciando una desregulación fabulosa. Obedeciendo las decisiones de los tribunales (no como Obama, que se las pasaba por el arco de triunfo...). Eliminando la provisión constitucionalmente problemática del Obamacare, y potenciando seguros sanitarios más competitivos y de calidad. Con la retirada de los acuerdos climáticos de París y el desastroso acuerdo nuclear con Irán, ninguno de los cuales fue ratificado por el Senado (cortesía de Obama y Hillary, que pisaban la Constitución como quien está en la vendimia). Defendiendo la Segunda Enmienda con valor de la histeria de los que jalean el control de armas como la panacea de todo (que no lo es). Con la defensa de la libertad de expresión en los campus universitarios, en los medios y en las redes sociales, sin censurar las opiniones conservadoras ni ninguna otra. Con la defensa de la libertad religiosa al reducir las restricciones al discurso político desde los púlpitos. Porque las personas de fe tienen derecho a defender sus convicciones tanto como los que se ofenden con todo y quieren un país de snowflekes. Con la defensa de la libertad de prensa con una Casa Blanca más accesible, pero sin las tonterías progresistas, el compadreo, la falsedad y la manipulación progre. Con la concesión de más poder a los estados para que decidan sobre los problemas sociales por sí mismos mejor que unos congresistas que viven a miles de millas de distancia sin idea de lo que sucede en la América real.
Trump está restaurando y defendiendo la Constitución al criticar a las instituciones de la prensa o del gobierno por difundir noticias falsas o parcialidad política. Al cuestionar la gestión y el desempeño de la prensa o las instituciones, contribuye a su mejora y perfeccionamiento. Al limpiar el pantano de corrupción de Washington D.C. mejora la democracia estadounidense y pone la Constitución en valor y en primer plano.
Trump respeta profundamente la Constitución, nunca la desobedece, como sí hizo Obama, y la está fortaleciendo y restaurando en todo su sentido original. Así es como el presidente está haciendo América Grande Otra Vez: con la Constitución en la mano.