Editorial Das
Kapital. 243 páginas. 1ª edición de 2014.
Ya comenté en el verano de 2010
el libro de cuentos de Juan Ignacio
Colil (Santiago de Chile, 1966) titulado Al compás de la rueda. El
libro me llegó gracias al poeta Leandro
Hernández, a quien conocía gracias a un foro literario. Juan Ignacio es
profesor de Historia en el mismo colegio de Santiago de Chile en el que Leandro
da clases de Lengua, y ambos publican en la pujante editorial chilena Das
Kapital. Este año ha aparecido un nuevo libro de cada uno de ellos casi por las
mismas fechas en que se publicó mi novela El hombre ajeno. Así que en verano
intercambiamos libros.
Hace tres años Al compás de la rueda me causó una grata
impresión, eran cuentos escritos por un autor maduro, con oficio, y tenía ganas
de acercarme a la nueva novela de Colil. Al repasar ahora lo que escribí sobre
ese conjunto de relatos, me percato de la fuerte relación que existe entre ese
libro y esta novela titulada Tsunami. “El tono de amenaza es
constante en este relato, como en casi todas las páginas de Al compás
de la rueda.” “Como Bolaño, Colil también usa a la figura del escritor
o el poeta como protagonista de sus historias”, estas dos frases que escribí
sobre Al compás de la rueda las
rescato ahora para hablar de Tsunami.
Tsunami comienza con un escritor de cuarenta años -que en la página
115 sabremos que se llama Juan Colil- recibiendo una llamada telefónica. La
municipalidad de un pueblo de la costa de Chile le invitar como ponente para
celebrar un homenaje al escritor Emilio Fontana, muerto en la localidad diez
años antes. El escritor acepta porque no está en condiciones para rechazar un
trabajo, aunque no siente mucho entusiasmo por las novelas brevísimas y los
poemas crípticos de Fontana.
Un jueves por la tarde llega al
pueblo con la idea de irse el domingo. Se aloja en el hotel, conoce a los demás
invitados, a los representantes del municipio… y su visión de lo que ve será
siempre crítica, inmerso en el sarcasmo propio del desencanto y el fracaso. “No
sabía que mi libro se pirateara. De hecho ni siquiera sabía que se vendía; los
únicos ejemplares vendidos eran los que yo había comprado para revenderle a
amigos”, nos dice el narrador sobre su obra en la página 34, cuando está a
punto de firmar a una admiradora uno de esos ejemplares pirateados de su libro;
pero ahí está de nuevo el fracaso para caer sobre él: la supuesta admiradora le
ha confundido con otro escritor.
Nuestro escritor acabará la noche
del jueves huyendo de los escritores veteranos que admiran a Fontana y bebiendo
en el último bar con Fernando Montenegro, un no ya tan joven escritor que es
descrito así por Colil, inmisericorde con sus compañeros literarios: “Un
pedante que escribía cuentitos en los que narraba sus supuestas aventuras
sexuales y su vida callejera colmada de excesos. Había leído uno de sus libros.
Sus narraciones parecían traducciones españolas de algún gringo. Los tipos eran
tíos que jodían y todo era pollas, coños, gilipollas, ostias y así
interminablemente” (pág. 14).
Además de despotricar contra el
mundillo literario, Colil intentará ligar con Julieta, una poeta de su edad y
mirada triste.
La novela pasará de ser
metaliteraria a negra cuando Fernando desaparece dejando tras de sí un abrigo
ensangrentado. ¿Se ha suicidado imitando a Fontana, quien según la versión
oficial se adentró románticamente en el mar para poner fin a su vida? ¿Se ha
ido del pueblo sin despedirse? ¿Ha sido asesinado?
A partir de aquí un aire de
amenaza se cierne sobre el pueblo costero, ya que además de la desaparición de
Fernando, puede que en breve se produzca un tsunami. Además, se empieza a
preguntar Colil, ¿quién era en realidad Emilio Fontana? Fernando la noche de la
borrachera le había dicho que no era quien todo el mundo pensaba, que había
recabado información sobre él que lo alejaba de la inmaculada imagen de prócer
de las letras. ¿Por qué Recaredo, vecino del municipio y trabajador del
ayuntamiento, había afirmado ante Colil que “Fontana era una mierda”?
Sobre la figura de Emilio Fontona
empiezan a cernirse sombras, ¿quién es en realidad Fontana?, se pregunta Colil,
quien no duda de servirse de una estratagema para entrar en la habitación de
Fernando (antes de que se haya anunciado su desaparición) para hacerse con un
cuaderno en el que éste ha recabado información sobre el escritor.
La influencia de Roberto Bolaño me parece relevante en
la composición de Tsunami: en una
novela metaliteraria se crea un misterio policiaco sobre desapariciones y
muertes, además de iniciarse una búsqueda sobre un escritor –Emilio Fontana-
cada vez más inquietante.
La primera parte de la novela
acaba en la página 175. Al principio pensé que realmente Tsunami acababa ahí, porque existe un cierre que bien podría haber
funcionado como final de la novela; y que después Colil y sus editores habían
decidido añadir al volumen algunos relatos más. Pronto me di cuenta de mi
error: tras la sección del libro titulada Apariciones
encontramos unos relatos que podrían funcionar como composiciones
independientes, pero que están narrador por personas que de una forma u otra
tienen relación con lo leído en la primera parte, como alguno de los personajes
que conocemos, ahora en la edad infantil, en el pueblo donde fue a morir
Fontana. La figura de Fontana aparecerá en estas composiciones siempre como una
figura lejana, ominosa, aunque gracias a la información velada que va recibiendo
el lector ya conoce en gran parte la esencia de sus secretos. Esta presentación
elusiva del escritor buscado me ha vuelto a recordar a Roberto Bolaño, a la escritura de una novela como Los
detectives salvajes. Los narradores de la segunda parte de esta novela
hablan de su relación con Belano o Lima pero siempre desde la bruma; de esta
forma aparece Fontana en estas narraciones que componen la segunda parte.
Lo cierto es que en esta segunda
parte cambia el tono narrativo del libro; de cínico y rítmico pasa ahora a
intimista y lírico.
Además de un relato final,
titulado Mirando desde la vereda,
también podemos acercarnos en este tramo final del libro declaraciones en los
juzgados, que nos ayudan a comprender cómo acabó la historia del homenaje a
Fontana en el pueblo de la costa, con sus desapariciones y muertos; además de
noticias de distintas época que, de forma elusiva de nuevo, nos aportan nuevos
datos para comprender la posición de Fontana en el canon literario de su país.
La primera parte de Tsunami se hace muy entretenida; me
interesa ese narrador que el autor hace coincidir con su nombre, y su visión
desencantada del mundo literario. El misterio que se va creando sobre la figura
de Emilio Fontana incita a seguir leyendo. Quizás el punto negativo de esta
primera parte sería que en algún momento se pone en juego la verosimilitud
narrativa, con Colil metido a detective aficionado, pero en cierto modo este
escollo se salva porque al finalizar la primera parte y reflexionar sobre lo
leído todo adquiere un aire de sueño, de novela casi expresionista, sobre los
silencios de una comunidad y su violencia contenida.
Quizás también la longitud de la
primera parte queda descompensada respecto a las otras y resulta raro acercarse
a más capítulos de una historia cuando uno ya ha tenido la sensación de haber
leído un final adecuado para la misma. Creo que Tsunami hubiera ganado en hondura con un simple juego de montaje
narrativo: colocando los relatos finales, las declaraciones ante el juez, las
noticias relativas a Fontana… entre los capítulos de la primera parte. De este
modo el misterio hubiera ido creciendo y aunque en cierto modo se hubiera
adelantado el final, la novela hubiera quedado más compensada. O bien, haber
extendido la parte final hasta que alcanzara una longitud similar a la primera.
Y esto muestra que me quedé con ganas de más, quería leer más sobre la juventud
de Fontana, sobre su vida durante la dictadura de Pinochet, quería que se
alumbrasen para mí más zonas oscuras del personaje.
Quedarme con ganas de más nunca
lo considero un demérito de un libro, si no que me sirve de indicador para
saber que he disfrutado de la lectura, de que el autor ha conseguido
interesarme en los temas y en los personajes. Y lo único que le puedo reprochar
a mi amigo cibernético Juan Ignacio Colil y a su Tsunami es una mayor ambición compositiva, haber pasado de escribir
una notable novela como es ésta, una novela que se lee sin perder nunca el
interés, a haber podido escribir una grandísima novela sobre los silencios y
las zonas oscuras de una sociedad, la chilena, que ha tenido que convivir con
una dictadura (como la española) sobre la que no se aplicó la justicia debida.
Desde aquí, porque sé que tiene
el talento suficiente, animo a Juan Ignacio Colil a escribir esa gran novela
sobre la sociedad chilena que sé que puede darnos.