Revista Cultura y Ocio
"Dibujo un círculo en la arena, entro y me pongo de pie en el centro. Hay una línea que al abuelito no le está permitido cruzar. Ahora vamos a jugar según mis reglas. El abuelito no tiene permiso para entrar en el círculo, en mi círculo. Dentro sólo puedo estar yo.
Lo que al abuelito le gusta más en el mundo soy yo. Si me porto bien con el abuelito, nunca me abandonará. Me hace buena, la niña del abuelito, y yo prometo obedecerlo siempre. Pero cuando estoy dentro del círculo, el abuelito no tiene permiso para entrar en él."
A veces nos enfrentamos a lecturas que sabemos duras, difíciles, pero que nos siguen llamando. No tengo claro el motivo, quizás observar las formas en las que los autores tratan esos temas tan imposibles como para romper el corazón de la sociedad que los vive.... por no hablar de las víctimas. Hoy traigo a mi estantería virtual, Tu amor es infinito.
Conocemos a Saraa, una niña de siete años que ha de ir a vivir con sus abuelos debido a los problemas en el matrimonio de sus padres. Lo que debería de haber sido un refugio para esta niña, se convierte en un infierno al caer en un hogar bajo el duro yugo del abuelo. Será ella misma quien relate sus días allí mezclando una realidad de maltratos terribles, con la fantasía infantil que se interpone entre Saraa y su terrible realidad.
Este año muchos descubrimos en Instrumental un tema terrible, tratado en un libro magnífico. Y nos sorprendimos. Nos sorprendimos porque en la maldad, como en todo, hay grados. Y el maltrato infantil y los abusos estarían seguramente en la parte más alta de esa escala. Entonces, ¿cómo enfrentar un tema así en un libro? María Peura opta por dar voz a la víctima, la niña de 7 años que ve como su mundo cae y empieza a intuir motivos pero se aferra a su niñez. lo vemos cuando dice que no pregunta lo que sucede con sus padres, cuando se refugia en su juguete, en las flores. Y al mismo tiempo es obligada a crecer por las terribles circunstancias que rodean su vida. Se ve en una casa extraña, con una abuela que no la quiere y no le dará tregua vara en mano si hace falta, y un abuelo que la quiere menos aún y disfraza sus horribles vejaciones de amor infinito. Desnuda entonces a la víctima que sobrevive y es manipulada, descubrimos el horror que vive y con más horror aún como esa vida distorsiona su realidad, quedando a merced de estos dos adultos. Y lo mezcla todo con metáforas de luces y colores, de dibujos pintados y osos amigos. Y añade baños, vecinos que se convierten en refugios, maestras angelicales y ganas de vivir. De este modo el lector asiste impotente a una crueldad revestida de momentos de luz que hacen que se divida entre la necesidad de lanzar el libro con rabia por lo que pone, porque sucede, y la de seguir leyendo la historia con el corazón en un puño esperando un final feliz. Por una vez confieso que ya a mitad del libro me encontré con los nudillos blancos de sujetar la novela con fuerza, casi agarrotada, esperando un punto de paz en el que la autora hubiera tenido a bien terminarlo. Y la búsqueda de ese final es lo que hace que no levantes la vista y acompañes a Saraa.
Se alterna la voz de la niña con otra en cursiva, un segundo tono de quien descubriremos pronto el dueño que no busca redimir, sino exponer. Una voz mínima en extensión que se extiende en el ambiente de lo siquiente que estamos leyendo, completando la ambientación de esta demoledora historia.
Una novela en la que la maldad tiene nombre propio y en el que la autora ha decidido colocarla de frente y no evitar momentos incómodos. Construcciones imposibles de una plasticidad tremenda frente al horror de una vida que nadie debería tener pero que, desgraciadamente, tenemos noticias de su existencia casi a diario. Una lectura que parte el alma.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.