Así reza en carteles rojos que jalonan la carretera de Barcelona a Casteldefels a su paso por Gavà. En los caminos laterales esperan unas veinte mujeres sentadas en sus sillas de playa bajo los avisos que dicen: “Tú disfrutas, ella no, la trata de personas y la prostitución son un atentado contra los derechos humanos. No seas cómplice”.
Es un paso importante que una administración municipal se posicione tan abiertamente en la pedagogía antimachista, tal vez a base de machacar en la idea de la cosificación de la mujer a algún indolente usuario se le despierte el gusanillo de la conciencia y se pare a pensar que lo que compra es el uso de un cuerpo humano que se contamina y sufre. O tal vez afectado por la acusación de cómplice deje de mercadear. De hecho, si nos quedamos solo con la primera frase, “Tú disfrutas, ella no”, los machistas lo tienen asimilado incluso en el seno de la pareja como un derecho propio y exigible, privilegio del macho que la compañera tiene el deber de soportar, consigna heredada de aquél “débito conyugal” en el que los curas adiestraban a la mujeres en la tenebrosidad del confesonario, violaciones constantes en y a causa del matrimonio.
Ante el resurgimiento y la exaltación de un machismo violento, véase tocamientos en los sanfermines, leyendas de camisetas universitarias, estadísticas de acoso entre adolescentes, se requiere una respuesta contundente suscrita por hombres decentes amantes de la justicia y respetuosos con otros seres humanos, valientes que se impliquen y se posicionen públicamente, porque el machismo no lo representan individuos aislados, ni puteros, ni maltratadores, ni asesinos, lo mantienen todos aquellos que callan, esa mayoría de hombres agazapada y silente que no se pronuncia. La pelota de acabar con el machismo está en el tejado de quienes lo ejercen, los hombres, solo ellos pueden exterminarlo modificando sus conductas y señalando con el dedo a los renuentes.
A vuela pluma
Historias para la prensa de Elisa Docio, ahora también en © Curiosón