Mi abuela decía que nadie va por ahí alegremente regalando duros a cuatro pesetas y que desconfíes de lo que es gratis. Siempre fue muy sabia y prudente, como todas las personas mayores, es lo que tiene la edad y la experiencia. Con las canas se es un pozo de sabiduría pero intentan robarte la pensión pero eso es otra historia. Es para pensarlo, si alguien te regala su trabajo en el que ha invertido tiempo y dinero no dudes que algo espera de ti a cambio. Eso es un axioma que deberíamos tener pegado en un post it en la pantalla de nuestro ordenador, tablet, móvil o cualquiera que sea el artefacto que utilicemos para darnos un garbeo por el ciberespacio.
Seguro que te has dado cuenta de que todo quisque te va pidiendo tus datos por internet y nosotros los damos con una sonrisa cibernética de oreja a oreja pero seguro que si andases por la calle y un desconocido saliese estilo “popup” de una papelera y te pidiese tu número de teléfono saldrías corriendo en dirección contraria. Parece que no hayamos aprendido de que la vida en la red también es nuestra vida. El caso es que sin venir a cuento nos piden el número de móvil o nuestro correo electrónico o nuestra dirección postal, porque sí, en cualquier cosa que hagamos, en cualquier página que consultemos, para la tarjeta cliente del Zara, para una rifa… vete tú a saber! Y así, con toda la información que damos gratuita e inocentemente se va creando una maquinaria que sabe de nosotros más que nosotros mismos, porque no olvida jamás que un día buscaste unas zapatillas de running (lo que toda la vida ha sido correr como un descosido), aceptaste esa cookie, y ahora no va a parar de llenarte de información hasta que te compres tres pares (a mi me pasó, quería cambiar mis viejas «zapas de correr» y me convencieron de que me hacían falta tres pares, unas para pista, otras para caminos y unas terceras para “trail de montaña” y eso que yo no corro por la montaña porque andando se disfruta más de los paisajes, al final de toda esta historia llegó un mensajero con TRES bonitas cajas. Y así con todo.
Ahí puede que esté el negocio, no somos conscientes de que nuestros datos valen dinero y los regalamos. ¿Resultado? Que miles de millones de Terabytes de información se almacenan y se venden para todo tipo de usos, ya sean legales o ilegales ¿Qué más dará si tus datos acaban en manos de una empresa de ofertas de cualquier cosa o en las oscuras garras de unos clonadores de tarjetas? Desde propagandas a campañas electorales a medida, hasta el espionaje o las fake news más alucinantes.
No se trata de meter el miedo en el cuerpo o de transformarse en superagentes de la T.I.A. pero es que parece que somos muy descuidados a la hora de contar la vida a desconocidos. Espero que hayamos aprendido lo que decía nuestra madre (aquello de “no hables con extraños”) después del escándalo en el que una empresa participada por uno de los donantes de la campaña Trump y socio de un portal supremacista blanco cuyo director acabó conduciendo la famosa campaña del nuevo presidente, Cambridge Analytica, accedió a la información de 50 millones de usuarios de Facebook, en principio en USA sin permiso para diseñar un programa informático que dijese a cada uno lo que quería oir en campañas como la de Trump o del Brexit. Después de enterarme de esto me quedé con los ojos desorbitados, pero ya se me cayeron los palos del sombrajo cuando leí que Mark Zuckerberg, tendría que ir a la Cámara de los Comunes y decir que Facebook no tenía nada que ver con el asunto y santas pascuas. Para los grandes monstruos del Internet debe ser normal lo ocurrido. Piénsalo, es su negocio, nuestros Gobiernos no se ponen al día o miran hacia otra parte a la hora de legislar y nosotros les hemos regalado la materia prima ¿O es que te has leído las tropecientas páginas que salían cuando te apuntaste a Instagram, Facebook o lo que sea? Seguro que como le diste a “aceptar” (como todos) sin darte cuenta que ese contrato estaba copiadito del que le dio el diablo a Fausto.
Al final parece que Internet no sea más que una especie de red de pesca gigantesca en la que se nos intenta capturar como si fuésemos arenques. Párate a pensar que, por desgracia, NOSOTROS somos nuestros datos en la era del Big Data. Debemos aprender a vivir en esta realidad, tatuarse en la frente la frase aquella de que “cuando un algo es gratis el producto eres tú” y obrar en consecuencia.