Revista Coaching

Tú no eres él

Por Candreu
Tú no eres élEsta semana he estado trabajando en distintas compañías con distintos grupos (gente de ventas, médicos, directivos...) tratando de ayudarles a cohesionar un poco más sus equipos. Anoche en Marbella, cenando junto al mar, con uno de esos grupos estuvimos charlando sobre la importancia de formar a la gente -desde la escuela- en la empatía.
Ya Aristóteles decía que el ser humano es un ser político, es decir, social, porque siente la necesidad natural de rodearse de semejantes para realizarse mejor como persona. La empatía es esa capacidad de percibir lo que el otro individuo puede sentir. Y ejercitarla nos va a ayudar muchísimo en nuestras relaciones porque nos permitirá participar afectivamente de las realidades que a otros les afectan.
Cada uno de nosotros somos individuales, únicos, y aunque es bueno que nos pongamos en la piel de los demás, no podemos caer en el error de pensar que todos sentimos lo mismo, que todos somos iguales. Yo puedo empatizar con el sufrimiento de alguien, pero no tengo por qué sufrir con él. Son cosas distintas. No puedo pedirle que no sufra, como no-sufro yo. Tampoco él puede pedirme que yo sufra. Pero sí que entienda su sufrimiento.
Cuentan que San Benito, patrón de Europa y fundador de la vida monástica en occidente, viajaba a caballo por el centro de Italia cuando se detuvo para hablar con un campesino que, fatigado, caminaba penosamente.
- Eres afortunado al tener un caballo. Si yo hubiera dedicado mi vida a la oración, seguro que ahora no tendría que viajar a pie- le dijo con envidia el campesino.
- ¿Crees tú que podrías ser un hombre de oración?
- ¡Faltaría más! ¡¡Eso es sencillísimo!!
- Hagamos una apuesta - replicó el Santo- si eres capaz de recitar un Padrenuestro sin ninguna interrupción, te daré mi caballo.
- Facilísimo. Allá voy.
El campesino cruzó sus manos, cerró los ojos, inclinó la cabeza y comenzó a recitar la oración:
- Padre Nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros...
Se detuvo, alzó la mirada y preguntó al monje:
-... y el caballo... ¿me lo dará con silla o sin silla?
Inmediatamente se dio cuenta que había perdido la apuesta. Pero ya era tarde.
Y es que muchas veces nos comparamos con los demás y pensamos que en su situación nosotros obraríamos mejor, sin tener en cuenta todos los condicionantes que nos individualizan. No podemos exigir a los demás que actúen como lo haríamos nosotros, porque somos distintos. En algún sitio leí alguna vez: "Antes de transmitir nuestra enseñanza a otro, debemos ir hacia él, entrar en su imaginación y en los dilemas a los que se enfrenta".

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