Cuando adoptas a un perro, no puedes hacerte una idea de lo complicado que puede ser llegar a convertirse en un buen compañero. Supongo que como la decisión es nuestra, no podemos evitar pensar que vamos a mantener el control de la situación a partir de ahí; pero ni de coña.
Cuando descubres que tu perro no deja de tirar de la correa, te destroza la casa cuando te escapas a por un café o no hay forma de que obedezca a un simple sienta, compruebas lo equivocado o equivocada que estabas.
Eso sí, por irónico que parezca, a mí me acercó hacia los perros aquello que aleja diariamente a perros de amos; y lo que es peor y más condenable, a amos de perros, en cualquier carretera poco transitada de nuestro país.
Mi primer perro no sabía subir ni bajar escaleras, siempre estaba histérica y corría ansiosa a todas horas dentro y fuera del piso; al poco tiempo, se descubrió que sufría ansiedad por separación y que se entendía mejor con personas que con otros perros a causa de un imprinting escaso o inexistente: lo que ha marcado a la perra para siempre pese a sociabilizarla con miles de perros, personas y otros bichos durante casi seis años de vida.
Dana durmiendo; días más tarde destrozó su colchón; y se comió mi sofá.
Pero hoy no quiero hablar sobre cómo nos cargamos la vida de millones de perros obviando sus necesidades más primarias (imprinting, sociabilización, etcétera), sino de cómo la gran mayoría de personas que comparten su vida con un perro no se nos preocupamos de su comportamiento hasta que afecta negativamente a nuestra rutina diaria. En otras palabras, ¿a cuántas personas conoces que estaban encantadas con su perro hasta que les rompió unas zapatillas de deporte o se volvió ansioso, miedoso o agresivo?
Y a partir de aquí hay dos extremos siempre: el primero, es consentir y afirmar que son cosas de perros (lo cual es “sencillo” con el pug o el terrier de turno, pero más complicado con un rottweiler o un pitbull), el segundo, es que ese perro no está educado o no sabe convivir con personas y que algo habrá que hacer (y más de uno se atreverá a cambiar ese con por un cómo).
Además, esto nunca ocurre tras compartir una preciosa excursión con toda la familia o disfrutar de una barbacoa todos juntos; como decía, esto sucede cuando el perro se nos ha meado en el parqué, se ha cargado una silla a mordiscos o ha hecho alguna otra trastada en la terraza; cuando realiza alguna conducta molesta que nos fastidia la rutina, ¿o no?
Ante el “quiero tener un perro”, piensa que:
1) Los perros tienen instintos; los perros rompen cosas, e incluso el animal más noble y tranquilo del mundo puede estar ansioso un día y destrozarte el sofá o sufrir un cambio de rutina, generar una estereotipia y empezar a ladrar como un descosido a todas horas; son perros, si quieres algo para hacer bonito y presumir, cómprate un dálmata de cerámica, o jódete.
2) Tienen que sociabilizarse y educarse desde pequeños; y no siempre vale con llevarlos al parque y dejarles sueltos a la suya.
3) Un perro sin obediencia básica (algo que, en España, aún sorprende hoy día a la mayoría) es un perro que puede llegar a tener problemas con otros perros, con personas e incluso con su entorno.
4) Los perros cuestan dinero, generan obligaciones y te consideran parte de su manada (incluso el macho reproductor si te preocupas por imponer una posición).
Llegas a tu casa y… ¡VÓRTICE DEL CAOS!
Todo ello, para mí tiene una explicación doble en realidad; por un lado, el síndrome de Walt Disney con el que machacan en cualquier curso inicial de adiestramiento canino; por el otro, tiempo.
Cuando el perro no se comporta como nosotros queremos, pocos piensan que es su instinto; y quien lo piensa, o no tiene perro en la familia o tiene a su perro en una finca donde, dicho sin tapujos, no puede molestarle ni fastidiarle.
La mayoría cree que un perro que rompe objetos en su casa, se mea o no deja de ladrar, lo hace como represalia por quedarse solo, y no por un problema físico o psíquico como la ansiedad o la ansiedad por separación.
¡¿Por qué Pluto no está antropomorfizado!? ¡Monstruos!
Cuando llegamos a casa y vemos que se ha meado, le reñimos; si estamos en la otra punta de la finca y vemos que el animal ha escarbado un hoyo y se ha tumbado dentro, le reñimos; reñimos, reñimos y reñimos; y sigue sin funcionar.
Menudo rollo, ¿eh? Pero si cogemos un libro o preguntamos a un profesional, nos dirán que reñir a un perro dos horas más tarde no sirve de nada; y castigar a un perro e incluso acercarle el morro contra un pis, solo te hará perder parte de tu vínculo de confianza con él. El castigo solo extingue una conducta, nunca la crea, con los peligros que supone que el perro entienda que no puede mear contigo delante o genere una conducta alternativa todavía peor.
Esa gente (los adiestradores caninos) te dirá que si un perro no realiza una conducta por sí mismo, al menos una vez, no podrá aprender esa conducta; y que cuanto más lo haga, más probable será que siga haciéndolo. Te intentará explicar que un perro debe entender las normas implícitas en las ciudades y en las casas, pero que eso es contrario a su naturaleza y sus instintos; aunque, por suerte para nosotros y para ellos, compatible.
Creer que el animal hace las cosas con conocimiento de causa y recuerda qué ha hecho más allá de los últimos 6 segundos es falso. Eso es problema nuestro, no del perro, y se llama humanización o antropomorfismo, y con palabras menos directas lo que la mayoría de adiestradores te dirán es que ver así a tu perro es una gilipollez.
En el gremio, además, se conoce como el síndrome de Walt Disney, y demuestra todo el daño que Mickey Mouse hizo hablando, sintiendo y comportándose como un ser humano; o el pato Donald, poniéndose una camiseta y dejándose el culo al aire.
Comprar o adoptar un perro no lo hace tuyo, y deberías saberlo.
Un perro se parece a un niño muy pequeño quizá (alrededor de los dos años), pero jamás a un adulto. Y puede asociar eventos y conductas hasta un máximo de seis segundos de tiempo (quizá rascas algún segundo más si está adiestrado con clicker, se suele comentar) entre lo que ha hecho o ha ocurrido y la repercusión positiva o negativa de su conducta o acción.
Acercar el morro del perro al pis y restregarle la cara es negativo. Reñir a tu perro cuando ha destrozado algo hace cuatro horas antes y no sabe de qué leches va el asunto es negativo.
No tener ni idea de lo que significan las palabras refuerzo positivo, refuerzo negativo, castigo positivo y castigo negativo o no preocuparse por los principios del condicionamiento clásico tiene una repercusión en ti y en los animales que comparten su vida contigo.
No saber puede hacer que te cargues la conducta de tu perro con correas de estrangulamiento, collares eléctricos o con castigos (e incluso refuerzos) de todo tipo que no tienes ni la más remota idea de cómo funcionan, cómo afectan al animal, si tan siquiera funcionan, cómo distorsionan el comportamiento, y un largo etcétera.
Si llegas a casa y ves que tu perro se ha meado o ha destrozado algo, la reacción habitual es cogerlo por el collar, acercarlo al objeto y reñirle, ¿verdad? Lo único que ve el perro es que DIOS HA PUESTO UN PIS EN EL SUELO y le riñen pero, si no ha sido en ese instante, no asocia que él ha hecho ese pis.
Ahora, ya sé lo que vas a decir. Vas a decirme que en tu casa enorme, el perro llega a la puerta y ya viene con la cara de “qué mal me he portado”, ¿verdad? Para eso hay dos explicaciones, y no es ninguna de las que estás pensando:
1) Los perros son unos cracks leyendo nuestras expresiones (cara, gestos, etc.)
2) Además, asocian las cosas al vuelo
Si cada día que llegas a casa y ha hecho algo, le riñes. El perro no viene a verte con mala cara porque ha hecho algo malo, viene con “mala cara” (pautas de apaciguamiento) porque siempre o muchas veces que llegas, le riñes; y él quiere evitar eso.
Si ves que se hace pis con un “¡No!” es suficiente castigo positivo, y no es necesario restregarle toda la cara por el suelo; en realidad, si les premias por un tiempo cuando lo hagan en la calle, ni tan siquiera habrá necesidad de nada más que de coger el mocho y pegar cuatro pasadas.
Reír las gracias a tu yorkshire porque ladra y se encara contra todo bicho viviente con el que se encuentra por el camino no es bueno; que tu perro te saque del sofá o no deje que te acerques a su plato de comida, tampoco.
En definitiva, si vives con perros y no quieres entender cuál es su naturaleza y cómo se comportan, es tu problema, pero al menos no te quejes de que el perro no se comporta como tú quieres y ni se te ocurra abandonarlo por ser tan estúpido/a o perezoso/a como para no querer aprender un poco sobre aquel bicho que te hacía tantísima ilusión tener. Porque comprar o adoptar un perro no lo hace tuyo, y deberías saberlo.
Vivir con perros es la leche, y vivir con perros educados con los que compartes una buena relación, más. Y una buena relación significa que te consideren macho alfa o reproductor, por cierto: y tranquilo/a, que el perro no quiere ser libre ni estar por encima de ti, quiere saber cuál es su posición en tu manada, y lo que de verdad le agobia es no saberlo.