El artista californiano McCarthy, conocido por sus obras transgresoras e irreverentes, ha tocado techo en su propósito provocador con la presentación de WS, siglas de WhiteSnow o SnowWhite (Blancanieves, en inglés), su más grande obra en tamaño hasta la fecha y, a tenor del contenido de la misma, clasificado para mayores de 17 años, ha alcanzado la cima también en sus dotes negociadores para conseguir que una institución neoyorquina como el Park Avenue Armory acceda a albergar semejante paranoia pornográfica. Con el referente del clásico de los Hermanos Grimm llevado al cine por la factoría Disney, retales de la cultura pop, pinceladas de su propia infancia y un exceso de sexo explícito, McCarthy crea un mundo aislado en el que dar rienda suelta a los más bajos fondos del ser humano o, al menos, los suyos propios. Como Bruno, aquel hermano adicto al sexo que contrastaba con su hermano asexual en Las Partículas Elementales de Houellebecq, McCarthy no esconde lo más oscuro que lleve pasándosele por la cabeza a lo largo de toda su vida, incluidos aquellos años en los que creció dentro de un rancho de la América profunda que ahora representa a casi tamaño natural y que nos permite observar cual voyers a través de pequeñas ventanas recortadas en las paredes de madera. Dentro de ellas, una excelente reconstrucción de una orgía bañada en alcohol y rebozada de comida precocinada, cuyos restos aún parecen estar calientes y desparramados por el suelo. Detalles sueltos, como bragas ensuciadas de flujo, en el mejor de los casos, distraen nuestra atención de las preciosas habitaciones donde los enanitos viven. Y, al fondo, el salón, dónde sólo quedan los restos de dos cadáveres tras la tormenta de lujuria, violencia y depravación.
Si uno lo soporta, si es capaz de aguantar cierto tiempo escuchando los gritos de placer de los enanitos o de martirio del sodomizado, si se puede permanecer en la sala algún minuto más tras ver introducir manzanas tan rojas como las del cuento por el ano del abuelito, entonces es posible que uno sea capaz de encontrar un sentido a la obra en su conjunto, de establecer un guión, un porqué, un ápice de hilo narrativo en esta sórdida ópera. Y entendemos que Walt Paul, en un claro guiño a Walt Disney, e interpretado por el propio artista McCarthy, contrata a una jovencita de cara angelical, un icono de la virginidad y la pureza, para ser su puta y su esclava. El primero de los vídeos proyectados en un lateral de la exposición narra la firma del contrato por el que BlancaNieves se somete a la voluntad de su amo y accede a, por ejemplo, hacerle una mamada a un alargado micrófono, rociar su cara con ketchup, embadurnar su cuerpo desnudo con fideos dulces de colores o corretear sin ropa por el bosque, con cara de perdida, mientras el morboso Walt Paul, desnudo y cámara en mano, graba un ingente material audiovisual que podemos contemplar al mismo tiempo en las pantallas gigantes de la sala junto con muchas otras escenas psicosexuales, tan explícitas que disgustan. En total, más de siete horas de vídeo en bucle reproductivo que uno espera que se publiquen pronto en edición especial en DVD y pagar el precio que sea para tenerlo como material de referencia.
Lo que pase a continuación, uno puede imaginárselo, masticarlo de vuelta a casa y los días siguientes, el tiempo necesario para sacar de la cabeza el paso por este lugar triste y vulgar. Se reconstruye así una historia en la que nuestra puta Blancanieves muere, quizá asesinada por el trastornado Walt Paul, y su cuerpo es encontrado por el príncipe, que también tiene su papel en ese cuento macabro. La última de las proyecciones laterales, como si de una mini sala X se tratara, es la secuencia completa de la masturbación de este pseudo monarca afeminado de marcado tupé rubio sobre el cuerpo inerte de la esclava. Al principito no volveremos a verlo, ni desnudo ni sobre un elegante corcel, pero sí nos tendremos que topar, antes de la salida, con nuevas escenas de sodomía sobre el personaje protagonizado por McCarthy, a manos de los enanitos. Su cuerpo, el mismo que habíamos descubierto en el interior de la casa con una nueva estructura vertical dentro de su cuerpo en forma de palo de escoba, es el mismo sobre el que los más horribles enanitos de la historia de la literatura infantil desplegarán sus más bajos instintos de violencia y perversión. Habrá quien empatice con ellos, pues una escena de video previa muestra durante muchos minutos el amargo llanto de los enanos al encontrar el cadáver de su SnowWhite.
Termino huyendo. Me asombra la cantidad de gente que pasea por el bosque o se acomoda sobre una silla para disfrutar de los vídeos proyectados. La poderosa llamada del sexo explícito ha convertido a una grotesca exposición en una de las más visitadas de la ciudad de Nueva York en lo que llevamos de año. Mientras busco a mi acompañante, que no soportó más de unos minutos el atronador aullido de los enanos borrachos, me encuentro con la tienda de la exposición. En ella, disfraces originales de Blancanieves utilizados en la realización de la obra y con la firma estampada de McCarthy están a la venta. Un buen negocio, pues no faltará quien, no satisfecho con lo contemplado en el Armory, traslade sus fantasías a casa. Y si es vestido de la virginal Blancanieves, mucho mejor.
Fotografías facilitadas por la organización de la exposición.