por Juan Pedro Sanchez
¿Te sientes culpable, o al menos afligido o afligida cuándo te dicen que has hecho algo mal, o cuando no haces algo que deberías hacer, o cuando te sale algo mal? ¡Pues bienvenido al club! A mí me pasa lo mismo (aunque ahora estoy en proceso de mejora), especialmente cuando me lo dice una persona significativa y que yo considero de autoridad (padre, madre, jefe, profesor, etc.), siendo además la clave del “disparo” del malestar el lenguaje no verbal usado o percibido (entonación culpabilizadora de la voz, enfoque recriminatorio, con sentido agresivo, o irónico, etc.), incluso cuando no haya sido ese el propósito de la otra persona.
El problema es que ese sentimiento de culpabilidad no es un sentimiento positivo en el sentido de que nos impulsa a reparar y compensar el daño hecho (si es que lo ha habido), ya que no hay otro daño psicológico que reparar que el nuestro propio, con lo cual, el sentimiento añadido de impotencia y no saber qué hacer produce un malestar que va minando nuestra autoestima, convirtiéndonos en personas con poca esperanza de llegar a destacar en nuestros talentos naturales, que bien seguro, todos tenemos al menos uno.
¿Y por qué nos sucede esto? Bueno, pues puede haber varias causas o factores relacionados. En general, se debe al autoconcepto que hemos desarrollado por el aprendizaje (experiencias) que hemos tenido, sobre todo en nuestra infancia y adolescencia. Si hemos recibido todos los días mensajes, de personas significativas para nosotros, en tono recriminativo o cupabilizador del tipo “¿no te da vergüenza lo que has hecho?”, o “eres un inútil, todo lo haces mal”, o “quita, ya lo hago yo, que tú eres muy torpe”, etc., hemos incorporado a nuestro conjunto de creencias que somos un ser “monolítico” o unidimensional, que hagamos lo que hagamos, estamos reflejando siempre lo que somos en esencia (“self” de William James), sin tener en cuenta para nada que estamos interactuando con un contexto determinado, en una situación dada, en una actividad o acción determinada, que pudiendo salirnos mal o no teniendo una aptitud o talento natural para esa actividad (o simplemente falta de hábito o experiencia) es algo totalmente independiente de otra situación, en otro contexto, con otra actividad o acción que sí sabemos hacerla de maravilla. Es decir, que estamos atribuyendo a nuestro valor como persona, lo que hacemos; si hacemos algo bien, somos valiosos; si hacemos algo mal, no valemos un pimiento. Ignorando que no es ni lo uno ni lo otro. Nuestro valor como persona es totalmente independiente de lo que hagamos.
Y esto que nos dicen las personas que nos aprecian, lejos de la intención de hacernos daño, hace un daño tremendo, brutal, devastador para la persona que lo recibe. Si las personas que nos quieren supieran el impacto de esos mensajes, no lo harían, seguro que no, ya que ese tipo de experiencia, erosiona y malforma nuestro autoconcepto y nuestra autoestima, y va a obligarnos a luchar ferozmente en nuestra edad adulta contra los estímulos que nos van a llegar de un modo u otro desde otras personas en otros contextos (universidad, empresa, asociaciones, grupo de amigos, etc.), y que aunque sean más suaves y no tan explícitos, van a disparar en nosotros por asociación, ese malestar cognitivo y afectivo, y lo vamos a pasar mal, muy mal, sin necesidad.
A partir de aquí, tenemos dos opciones: “tirar la toalla” y asumir que “somos así”, o iniciar un proceso de “limpieza interior” para sustituir esas creencias por otras más positivas que nos ayuden a desarrollarnos correctamente como persona. Este proceso autorreparador, dependiendo de nuestra fortaleza psicológica de base, lo vamos a poder hacer de forma casi autónoma, o nos tendremos que poner en manos de un profesional de la Psicología.
De momento, y para nuestra tranquilidad, decirte que no somos seres “monolíticos y unidimensionales”. De este modo, el autoconcepto tiene una estructura multidimensional. Es decir, que si yo me defino por numerosos aspectos de mi vida, como los roles que mantengo (padre/madre, trabajador(a), esposo(a), socio(a), maestro(a), amigo(a), tio(a), estudiante, etc.), las actividades que hago, mis relaciones con la gente, intereses, metas, etc., de forma que la imagen global que tengo de mí mismo (mi autoconcepto) tiene todos estos aspectos bien diferenciados, puedo comprender que en unos ámbitos de mi vida lo haga mejor y en otros peor, no teniendo nada que ver con mi valor como persona. Además, cuanto mayor sea mi capacidad de diferenciar cada aspecto de mi vida, más inmune seré a los “fracasos” en una actividad determinada, puesto que no haré una generalización al resto de mi vida y de mi persona, y por lo tanto no pensaré que “soy” un desastre como persona, sino que simplemente tengo que mejorar en ese aspecto de mi vida. Y esto me hará sentirme bien y me facilitará la mejora.
De esta forma, puedes “cagarla” en el trabajo, y ser un padre fenomenal. O te pueden ir mal las matemáticas y ser un crack en filosofía, o en los trabajos manuales. O puedes ser un desastre como vendedor y un fuera de serie com profesor. Y no por ello va a variar tu valor como persona, que sigue siendo incalculable (mientras no le hagas daño a nadie, por supuesto). De esta forma, podrás mejorar la actividad en la que obtienes peor resultado, mejorando tus competencias en ese sentido, si así lo deseas. Y todo ello sin sentirte mal, sin sentirte culpable, ni afligido o afligida.
En definitiva, que tú sí que vales.
Espero haberte ayudado. Para mí, la escritura de este artículo ha sido una experiencia catalizadora y terapéutica.
Autor Juan Pedro Sanchez – http://lapalancadelexito.wordpress.com/2012/03/19/tu-si-que-vales/
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