Ya se habían celebrado las primeras elecciones, legalizado el Partido Comunista y refrendado la Constitución pero, en Aznalcóllar, seguían mandando los mismos: los cuatro terratenientes, los dueños de la mina y el cura.
Como dice la copla, habíamos “jecho un carril” de tanto ir y venir de nuestra casa al cuartel. Todos los daños por pastoreo furtivo que se denunciaban en el campo tenían como presunto culpable a José y la cosa pasaba por largos interrogatorios. A él no le afectaba tanto, acostumbrado a tiempos peores, “cuando te pegaban una hostia, antes de preguntar” pero a mí, aquello me producía desasosiego, no me fiaba de aquellos interrogatorios, y me acostumbré a acompañarlo. Como no me permitían entrar, me sentaba en una barandilla, dos casas más abajo, hasta que un día salió el sargento, vociferando como un energúmeno, y me echó de allí: “estoy en la calle, en una vía pública, sin molestar a nadie y no sé por qué me tengo que ir”…”¡Porque lo mando yo!”.
José, al haber vivido siempre bajo la dictadura, estaba hecho a aguantar despotismos pero yo, desde niña hasta los 25 años en Ginebra, no me acostumbraba a esos abusos de poder y no me fiaba de aquellos interrogatorios. Le propuse poner las cabras a mi nombre para que, en caso de denuncia, me tuvieran que citar a mí o a los dos.
Y fue proverbial porque, a los pocos días, de nuevo en una vía pecuaria, Lucas, el guarda jurado de la mina, lo amenazó por enésima vez: “Tú te crees el más guapo del pueblo pero cualquier día te voy a pegar un tiro”. José no le dio importancia pero yo sí: si te amenaza uno que lleva un mosquetón en bandolera, hasta para tomar café, por lo menos hay que tomar precauciones. Entregué un escrito en el cuartel de la guardia civil, como propietaria del ganado, pidiéndoles que me sellaran la copia. Y acerté: meses más tarde, el tal Lucas estuvo a punto de cumplir su amenaza y el documento nos sirvió como prueba, ante la Audiencia de Sevilla, en un proceso con petición fiscal de más de cuatro años de prisión por “atentado contra la autoridad”.
Con Enrique de Melchor, en este caso, guitarrista “de turno”
En tal ambiente, grabó “A paso lento”, con la guitarra de Pedro Bacán y se enfrentó ese verano a una media de cuatro festivales por semana; no conozco carrera de cantaor más fulgurante que la suya: llevaba un par de años haciendo festivales y ese verano era ya el cantaor más solicitado en ese circuito. Y casi siempre lo ponían para cerrar; inexplicable, si se tiene en cuenta la nómina de figuras de aquellos años. “A mí no me importa esperar así los escucho a tos y me sirve de inspiración”
Hasta ese año lo había acompañado el “guitarrista de turno”, figura creada por Pulpón para los festivales: en función de los cantaores en cartel, contrataba uno o varios guitarristas “de turno” y allí, sobre la marcha, se emparejaban. Parejas imposibles muchas veces y grandes discusiones en los camerinos, como es de comprender. Que yo recuerde, tan sólo Fosforito, a quien acompañaba Juan Habichuela, y Camarón, primero con Paco de Lucia y luego con un jovencísimo Tomatito, llevaban su guitarrista.
José venía quejándose de esa situación y, con una temporada de casi cien festivales contratados, podía exigir un guitarrista fijo pero no tenía muy claro por quién decidirse. Hasta que, en Rociana, montaron un mano a mano con Paco Toronjo y allí conoció a Antonio Sousa.
Con Antonio Sousa, su guitarrista “de cabecera”
Me había comentado varias veces que echaba de menos un guitarrista que hiciera los toques de Huelva. “Ni los mejores saben tocar por ahí… ¡Y mira que es sencillo!” En Sousa encontró la horma de su zapato: especialista en los toques del Alosno y de Huelva, tocaba muy bien por soleá, seguiriya, malagueña… Gran aficionado y conocedor de los cantes de su tierra, con él profundizó José en esos estilos como ningún otro cantaor, no nacido en Huelva, había hecho… Se hicieron famosos esos “potajes por fandangos”, que solían hacer al final de los conciertos y donde Sousa le hacía los coros en el Cané y el del Alba.
La relación profesional duró seis años pero Antonio sigue siendo, para nosotros, un hermano. Integridad, generosidad, sentido del humor, pasión por el flamenco… y una sensibilidad de tal magnitud que fue la culpable de su prematuro abandono de la profesión, cuando era el guitarrista flamenco que más galas tenía contratadas.
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