Revista Cultura y Ocio

Tú y yo

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Tú y yoHay un fuego agradable con tres o cuatro troncos de encina y un brasero incandescente que irradia calor al salón. Tengo una copa de vino en la mano, tinto de la tierra, de color rojo cereza, opaco y brillante. A través del cristal veo la televisión, donde se emite un clásico del cine: Tú y yo, de Cary Crant y Deborah Kerr. La película está finalizando. Él ha entrado en su apartamento y ella lo escucha atentamente desde el sofá. La conversación parece llegar a un punto muerto y el hombre hace ademán de marcharse. A través de la copa veo como se aleja hacia la puerta, con su traje oscuro y su sombrero en la mano. De repente se detiene, hace un comentario y se vuelve. El vino corta a Cary Grant en un plano medio. La cámara enfoca a Deborah, que le contesta expectante. Su vestido, de un rojo saturado, hace juego con el color del vino. En realidad, todo es rojizo en la habitación: el sofá, el papel de las paredes, la moqueta del suelo y los labios de la mujer. Él se ha dado cuenta de algo importante -lo transmite claramente la expresión de su cara- y disimula mientras observa las paredes del pequeño apartamento, pero no encuentra lo que busca. Cruza delante de ella, hablando sin mirarla, abre la puerta de su dormitorio y se queda helado. La cámara nos muestra el rostro embelesado de un Cary Grant que mira de frente. A su espalda hay un espejo donde vemos el objeto de su atención: un cuadro. Entonces lo comprende todo. Suspira y apoya la cabeza en la puerta.

El galán, muy moreno, está en la cima de su carrera cinematográfica, cobra una barbaridad por cada papel que interpreta, tiene una vida ajetreada y hace películas como churros, pero la expresión que muestra en este momento vale por todo lo que le pagan y un poco más. No sé si la habrá ensayado doscientas veces delante del espejo o si habrá sido fruto del momento; en realidad da igual: es sencillamente sublime.

Sale de la habitación y mira a la mujer minusválida que yace en el sofá. Deborah está también a la altura de las circunstancias. Lo mira con ojos líquidos, una mirada que contiene amor, ternura y un algo más que no se puede cuantificar y que establece la diferencia entre una buena actuación y una interpretación genial. Ella habla deprisa, atropelladamente, mientras con el pañuelo le limpia las lágrimas a un Cary que se ha sentado a su lado y del que solo vemos la nuca. Él le quita gentilmente el pañuelo y seca, a su vez, las lágrimas a ella. Se besan, cambia el plano y salen los créditos.

He visto muchas películas, nuevas y viejas, galardonadas o no, pero pocas escenas me emocionan más que esta. Dejo la copa de vino sobre la mesa. La luz del salón está apagada y el fuego proyecta sombras movedizas en las paredes.


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