Revista Música
Después de que Mike Oldfield gritara a los cuatro vientos que el cielo estaba abierto en uno de sus trabajos más mediocres (pero que sirvió para zanjar su contrato con Virgin Records), este prodigioso músico todavía iba a asestar otro golpe a Richard Branson y a sus secuaces grabando con otra compañía (WEA Records) lo que llevaban años pidiéndole: Tubular Bells II.
El album fue, como era de esperar, un éxito. La estructura instrumental, las melodías y el grueso de la composición (este vez dividida en 14 cortes individuales) seguían la misma línea que aquél maravilloso debut que lanzaría a Mike Oldfield a la cumbre de la música sinfónica y experimental 19 años atrás, pero precisamente de eso se trataba. El nombre del álbum y la portada confirmaban que se trataba de una secuela, de una continuación ahora más madura e innovadora, con nuevos medios y una tecnología que había sido desarrollada en su mayor parte en la anterior década de los '80.
No obstante, no es justo decir que es simplemente una actualización del Tubular Bells. En Tubular Bells II encontramos nuevos pasajes, nuevas atmósferas y, en definitiva, un trabajo totalmente nuevo que conserva esa raíz necesaria para que el disco pudiera tener el honor de llamarse Tubular Bells II.
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