Revista Opinión

Tulpas y egregores

Publicado el 26 noviembre 2019 por Carlosgu82

Bergson concebía la vida como una energía que lucha con la materia y la organiza. Nada más ponía en palabras lo que todos sentimos cuando luchamos con una enfermedad, el cuerpo se esfuerza por sanarse, una capacidad de sanación que está más clara en animales inferiores. Decía que hasta estar de pie era una victoria contra la pesadez de la materia, que para él era lo inerte. Para Schopenhauer la voluntad hacía el mismo papel que el élan vital de Bergson, solo que la voluntad es mala, ciega y absurda, nos usa como instrumentos para reproducirse. Muchos filósofos concibieron la conciencia como un recipiente. Así Berkeley creyó que las ideas están en la conciencia. En realidad, nunca pensamos nada ni en el cerebro ni en la conciencia. La conciencia se proyecta fuera de sí. Es un ser fuera de sí como dijeron Brentano y Husserl. Su ser se agota en ser conciencia de algo. ¿Se agota? Ese es el punto. Todo lo vivo es una fuente de energía que produce algo fuera de sí. Los animales, las plantas... Nuestros pensamientos están acompañados de (no son causados por) reacciones electroquímicas en nuestras neuronas. También los acompañan una serie de movimientos corporales que materializan el pensamiento, movimientos en la lengua, gestos mínimos que revelan lo que pensamos y nuestro estado de ánimo. Freud postuló que tenemos dos impulsos básicos: Eros y Thánatos, el primero es el organizador de la materia, al estilo de Schopenhauer y Bergson. El segundo es una tendencia a volver a un estado anterior del organismo, a disolverse y morir. Ambos deben salir de nuestro organismo o nos dañan. Estamos hechos para impulsarlos fuera de nosotros. Eros y libido son sinónimos. La libido fue desexualizada por Jung y se convirtió en el interés que tenemos por las cosas externas, esa fuerza que nos impulsa a comunicar un pensamiento, un poema, una pintura... interés sin el cual no existirían ni arte, ni ciencia ni filosofía. Poco importan ahora las diferencias entre ambos psiquiatras. La consecuencia es que los dos suponen la necesidad de sacar energías que no nos sirven pero que son útiles a otros. En todo caso, la energía de nuestro pensamiento sale de nosotros. Se cree que en ciertos estados anímicos de pavor o cercanos a la muerte eso se intensifica. ¿Será capaz un conjunto de conciencias de producir una energía en el exterior que de alguna manera se independice? Es el principio de las tulpas y egregores. La tulpa es una especie de fantasma individual o doble psíquico que ciertos maestros budistas dicen producir a través de la meditación. El egregor es un alma colectiva o espíritu en común producido por el esfuerzo de varias personas. Algunas logias masónicas creen en un egregor creado por la comunidad, una especie de cuerpo místico que ellos han establecido. ¿Tendría sentido que un grupo de oración se uniera para curar a una persona a quien se ame mucho y eso la puede sanar? Otras comunidades pueden dedicarse al mal. Parece que la SS nazi hacía experimentos de poder mental colectivo. Rudolf Steiner fue uno de los primeros perseguidos por los nazis. Pretendió crear una especie de asociación de magos blancos, dedicados al bien, para oponerse al poder de la oscuridad que veía levantarse en el ocultismo nazi y de otros grupos teosóficos. La idea de crear vida está presente también en el mito del gólem, un ente cuya vida fue dada por un rabino. En la alucinante novela El Golem, de Gustav Meyrink, este ser intentaba constantemente volver a la vida.

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