Revista Cultura y Ocio
El francotirador
Advierte Pérez-Reverte a los jóvenes. Probablemente sea útil la advertencia. Cualquiera, bien intencionada, lo es. La del escritor y académico es la que proviene del misionero, a decir suyo. En las misiones se anunciaba el evangelio a quienes, por circunstancias sociales o geográficas, no podían escucharlo. Toda esa pedagogía de la fe la lleva Pérez-Revarte a la literatura, lo que hace que de entrada yo valore el empeño, con independencia de que quien lo publica sea de mi bando o no. De este hombre, beligerante, comprometido, valoro precisamente eso: la beligerancia y el compromiso y, habida cuenta de lo que escasean, me preocupo de leer sus sueltos de prensa, en los que zahiere con inteligencia, va descaradamente a lo suyo y no se casa en literaturas o en política con nadie. Me cansa el Pérez-Reverte pagado de sí, embelesado en su sombra, de fácil calentamiento verbal, pero admito que es una lectura combativa, de las que propicia después una conversación y de la que, a favor o en contra, se extrae alguna visión honesta del asunto. La advertencia a los jóvenes que le trae hoy en prensa viene de la Feria del Libro de Guadalajara, en donde vaticina un futuro negro. Y me pregunto cuándo ha habido un futuro blanco o azul o arcoiris. El futuro, en su naturaleza, es negro. El de la juventud, la de cualquier época, nunca ha sido un paseo por unos juegos florales, con abundancia de guirnaldas y música new age que amenice el acto. A K. le pregunté si nosotros fuimos unos jóvenes descarriados, condenados a un futuro negro y si ahora, treinta años más tarde, somos ciudadanos a salvo del fuego que nos vaticinaban. Y no lo somos. Da igual que usted, que frisa mi edad (qué hermoso eso de frisar, qué hallazgo semántico, tengo que explotarlo) tenga un BMW en la cochera, hijos en la universidad y un sueldo holgado para pagarse unos lujos en verano o que no llegue a fin de mes y haga cuentas, cuando se acuesta, antes de conciliar el bendito sueño. No podemos generalizar. Es imposible. No conviene incluso. Pérez-Reverte tiene a su disposición un atril y un público. La juventud no está condenada. No, al menos, porque no haya leído El Quijote, en la versión que quieran. No porque estén envenenados por la tecnología.
El pedagogo
Lo de El Quijote clama una reflexión aparte. Ganar adeptos a la literatura no es asunto recriminable, se haga desde donde se haga. Llevé a J.K. Rowling al altar de las letras en un auditorio de instituto de Secundaria, invitado a ese foro para hablar de libros y de quienes los hacen. Dije que era, sin lugar a dudas, una persona influyente, a la que se le debía un respeto enorme. Que los lectores del futuro hayan empezado a devorar libros con su saga de Harry Potter merece la admiración de todos los que amamos la literatura, y no importa que no sean todas esas historias de magos y de puertas falsas en los andenes de tren una delicia intelectual o un compendio de virtudes estilísticas. No le hacen falta. Los libros de Harry Potter atraen otros hasta que llegue, ah el azar, ah la belleza, la irresistible atracción de las letras y ya no se pueda parar de abrir y cerrar libros. Algo así desea hacer Pérez-Reverte con la obra inmortal de Don Miguel de Cervantes Saavedra. Quiere un Quijote desmenuzado, adaptado a los tiempos, minuciosamente tuneado. Lo de tunear es un deporte de moda. La propia palabra (tunear) reclama su parcela de modernidad, su participación en la volandera vida de las palabras. Y se tunea casi cualquier asunto y no hay disciplina del saber, contando las más severas y las de más grácil peso, que no hayan pasado por el taller del tuneo. El Quijote, tuneado, no será El Quijote, me digo a mí mismo, pero por otro lado, pensando en lo invisible que a veces es, lo poco que las andanzas del Caballero de la Triste Figura pasea por las noticias, no me incomoda el invento. Duele que se tenga que bajar a este ruedo y lidiar este toro de la incultura. Duele que la juventud ande condenada, sin la tabla de salvación de la literatura, de la que no me cabe duda ninguna de que salva y rescata a quien solicita auxilio. Lo malo es que no va a haber lectores de este artefacto metaliterario. Será objeto de sesudos estudios y ocupará (como hoy yo hago) alguna reflexión más o menos afinada, pero no vamos a ir mucho más lejos, Arturo, no vas a dar el aldabonazo en la puerta y se van a aparecer Tolstoi, Borges, Cortázar, Chéjov, Carver, Proust, Kafka y todos los demás. Pero mientras no demos con la tecla para que la gente lea, no podemos ponerte contra el paredón y hacer uso de las armas. No, ni mucho menos.