Después del maravilloso dramón de Aida y la divertida Il turco in Italia, ya tenía ganas de ver otra ópera y esta vez tocaba Turandot. Una que, para variar, aunque es dramática, acaba bien.
La puesta en escena es la de Robert Wilson, que iba muy de la mano del vanguardismo. Por ello, se aleja de cualquier atisbo de realismo y nos encontramos con que todo es conceptual, rígido y mirando al público, sin que los personajes (completamente hieráticos) interactúen entre sí salvo por gestos desde la distancia que simbolizan algo.
El poco movimiento que hay es en los fondos y en el coro, de forma que da la sensación (si lo miras desde el frente, y no desde un lateral, como yo) de que estás mirando un cuadro. Vamos, que es un dramón, pero le falta salseo.
A mí con esta clase de ópera conceptual me pasó un poco como cuando visito el Reina Sofía: me deja fría y, en general, me aburre.
La historia sí que me pareció preciosa, y la música era soberbia, con una gran actuación dentro de los límites de la puesta en escena. Según me han dicho, hay otras interpretaciones más clásicas y, si me topara con una, sin duda la vería.
*:-☆-:*:-☆-:*:-☆-:*:-☆-:*:-☆-:*:-☆-:*
¿No quieres perderte más entradas como esta?