Revista Opinión

Turismofobia

Publicado el 12 julio 2017 por Crecepelo
Turismofobia
La última pijada de la izquierda cool -tras el veganismo y la fiebre conspiranoica contra las vacunas- se llama turismofobia.

Como ha observado agudamente el prestigioso filósofo francés Alain Finkielkraut, autor de “Nosotros, los modernos”, la izquierda ya no tiene ideas, sólo enemigos, y ahora le ha puesto la cruz -con perdón- a quienes desembarcan o aterrizan en nuestras ciudades para pasar unos días de vacaciones.  La aversión al turista es un fenómeno reciente y una patología propia de sociedades acomodadas; en concreto, de esa izquierda desubicada de los países más prósperos que, como dice el viejo refrán, cuando no tiene que hacer, coge la escoba y se pone a barrer.Esta nueva modalidad de odio, con su apenas disimulado barniz clasista, es especialmente chocante en un país como el nuestro, cuya economía depende de manera directa del número de personas – nacionales o extranjeros- que tengan a bien visitarlo.Imagino que quienes critican a los turistas que vienen a nuestras ciudades y a nuestras playas lo hacen desde la atalaya de una supuesta superioridad moral, que les hace sentirse mejores cuando son ellos los que vuelan a Roma, Berlín o Kuala Lumpur. Ya saben, los famosos “viajeros”. Los que no llevan mapas, sino el catálogo de restaurantes y tiendas de barrio que Elvira Lindo no quería compartir con nadie. Dejadles Nueva York vacía para que los muchachos puedan ir paseando sin agobios hasta Lexington con la 52, a hacerse la foto en la rejilla del metro que le levantó la falda a Marilyn Monroe. Que ellos son muy de Billy Wilder. No como esas hordas de catetos que suben y bajan a todas horas por las Ramblas de Barcelona con la camiseta de Messi que le compraron por diez euros a un puto chino. Que eso es, al final, el turismo de masas: ordinariez baratuna y copistas chinos que, a lo peor, no son ni chinos, sino de Laos, donde trincaron, allá por el pleistoceno, a aquel Roldán, golfo y putero, que estuvo siete años de vacaciones pagadas en la Guardia Civil.España vive -nadie en su sano juicio lo pondrá en duda- básicamente del turismo. Y eso a la nueva izquierda política y sociológica le molesta, entre otras cosas, porque es un espejo que le devuelve la imagen de un país desarrollado y apetecible, que no se parece en nada a la catástrofe apocalíptica que nos dibuja a diario. Como le molesta el recuerdo de Miguel Angel Blanco, cuya muerte anunciada, hace ahora veinte años, sacó lo mejor de nosotros, cuando aún nos importaban más las personas que los chuchos potencialmente contagiosos.

El podemista -original o franquiciado- es el biempensante de hoy, la encarnación del marxismo cultural en todo su esplendor desacomplejado. En el fondo no es más que el resentido de siempre incapaz de ocultar sus ganas de jodernos a todos. Y ahora le ha dado por los pobres turistas. Que sí, a veces pueden -podemos- llegar a ser insufribles. Pero siempre menos que aquellos que, con ridículo desdén, los miran -nos miran- por encima del hombro.

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